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Por Alfredo Grande
(APe).- Una de las especialidades de la cultura represora es asesinar sin que se note. Esta convicción, que no solamente no es lo mismo que una certeza, sino que es justamente lo contrario, me permite clasificar a las personas en dos grupos.
Primer grupo: es hegemónico, tiene un importante espacio de poder, con integrantes que se reproducen como conejos y se mueren como tortugas. “Si hay miseria que no se note”. Si deslizamos miseria, podemos incluir: hambre, corrupción, hacinamiento, educación deficitaria, salud vulnerada, viviendas precarias, agua potable ausente con aviso, y todo el conjunto de miserias englobadas en la cínica sigla: NBI. Como hemos dicho si una necesidad es básica no puede no estar satisfecha y si esta insatisfecha, no puede ser básica. Las necesidades básicas insatisfechas (NBI) son otro constructo de las falsedades y paradojas de la cultura represora.
Segundo grupo: no hegemónico, sin espacios de poder real, con integrantes que tienen como destino un geriátrico para sabihondos y suicidas, se reproducen poco y se mueren mucho. “Si hay miseria, que se note”. Ante la insistencia de la pregunta sobre la existencia de una cultura no represora, esta es mi respuesta actual: es la cultura donde hacemos notar la miseria. De acuerdo a los momentos históricos, el riesgo de hacer notar las miserias es inmenso o pequeño. Pero siempre existe. Los riesgos en democracia para los subversivos que pretenden que “se note”, no están ausentes, y nunca se sabe cuando van a ser sacadas de los cajones de las guardias pretorianas, las dagas y las espadas.
Algunos pensamos que muy especialmente el denominado conurbano, es un polideportivo feroz para el entrenamiento sistemático de los ejecutores de las represiones y exterminios del futuro. Que como todo futuro bien entendido, empezó ayer. Las crónicas de tantas masacres anunciadas y no tanto, pueden hacernos dudar muchísimo de la vigencia de eso que llaman estado de derecho, que termina siendo una grotesca puesta en escena de un estado sin justicia. Lo aterrador es lo fácil que resulta reprimir, neutralizar, acorralar y eventualmente asesinar, a los que pretenden que todo aquello que sigue oculto finalmente se note, y sea bandera de lucha y horizonte de esperanza.
Querer no es poder, pero poder es querer. Saber no es poder, pero poder es saber. Si no deseamos, si no sabemos ¿como es posible luchar? Si no sabemos, si no deseamos ¿para que vamos a luchar? Si el enemigo de mi enemigo nunca fue mi amigo….¿porque el adversario de mi enemigo va a ser mi compañero? El “que no se note” se abalanza sobre muchos colectivos, grupos, agrupamientos y rejuntes varios. “Que no se note” que nunca los unirá el amor, aunque siempre los pegoteará el espanto. Nadie abandona lo malo sin tener alguna idea de donde está lo bueno. Demonizar al enemigo tiene techo bajo. Aunque sea el mismo demonio. Después de todo, los designios de Dios son inescrutables y donde quisimos apretar una mano, terminamos chocando contra un codo.
No conviene luchar contra molinos de viento, especialmente cuando los vientos son huracanados. La hegemonía del “que no se note” no puede ser enfrentada con otras contra hegemonías de las cuales tampoco queremos que se note demasiado de donde vienen, quienes las integran, que acuerdos se realizaron, que traiciones se consumaron, que principios se quebraron. Siglas ostentosas que logran que no se note los orígenes. No solamente diversos, sino absolutamente incompatibles.
Y mientras esta lucha entre diversas formas de pensar las hegemonías se dirimen en twitter, porque en estos tiempos es más fácil tener más de 100.000 seguidores que llenar una plaza, luchadores políticos, militantes del campo popular, activistas de las causas mas nobles por las cuales vale la pena luchar, son diezmados. Leyes anti piquete, leyes anti terroristas, impuesto a las ganancias para un salario, iva del 21% para alimentos básicos de una canasta básica, transportes públicos que están privatizados vía subsidios pero que no se note. Becas que no se pagan y que cuando se pagan no alcanzan. Presos políticos en la democracia de los 30 años. Impunidad divino tesoro para los que nunca serán acusados del enriquecimiento ilícito del cual disfrutan y mucho menos serán acusados del empobrecimiento lícito que producen.
Un estafador serial no tiene plata para viajar a la reina del plata y el tribunal le concede no asistir a las audiencias. Masacrados de este mundo responden, al maldito corrupto ataúd. No hay que desearle la muerte a nadie. A lo mejor los masacradores tampoco la desean, pero no obstante la generan. Cuando acribillaron al médico torturador, me alegré. Un médico torturador es tan irrecuperable como un alacrán que siempre picará a la bondadosa rana. No solamente nunca amaré al enemigo sino que me entreno en aprender a odiarlo. Un solo niño asesinado por agrotóxicos justifica el odio para la multinacional que lo ejecuta y para el estado que lo autoriza. En las cárceles en forma silenciosa, aunque no siempre, van muriendo los últimos orejones del último tarro. El fascismo odia y no pretende que no se note. Es en lo único que disfruta haciéndolo notar.
La cultura represora es una cultura de la muerte y esta democracia no ha podido enfrentarla y mucho menos disolverla. Incluso en algunos espacios, la reproduce y la amplifica. Si de asesinar se trata, hay muchísimas formas más fáciles que el gatillo. No firmar una partida presupuestaria, retener medicamentos esenciales en la aduana, sub ejecutar recursos acordados, hacer desaparecer becas para cooperadoras, organizaciones sin fines de lucro, fundaciones.
Pronto el gatillo fácil será un arcaísmo. Más fácil en envenenar con el paco. O con la publicidad. Autos de alta gama versus cartoneros. Una democracia manca, renga, tuerta y totalmente sorda. Enamorados del amor democrático, lo vemos a Dorian Grey hermoso porque hay un cuadro que se va deformando, aunque por ahora no se nota. Dicen que nadie resiste el archivo. Pronto nadie resistirá ni una simple foto carnet. En tu nombre democracia, hasta el hartazgo se dice que “si hay peligros, que no se noten”. Algunos han llamado a esto sensación de inseguridad. No tengo dudas: la corrupción y la burocracia asesinan mucho más fácil que cualquier gatillo.
Edición: 2693
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