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Por Silvana Melo
(APe).- Ya se ve el tumulto del cielo. Están llegando. Son negras y anaranjadas, como las monarcas que llegan a México el día de los muertos. O las que se pasean en los patios remotos del sur del conurbano cuando parece primavera.
Aquí, a estos aledaños del mundo, llegan en marzo. Se traen, como creían los mayas, los espíritus de los guerreros muertos. De los que desaparecieron en el agua, en la tierra, en el viento. Y se montaron a sus alas para volver, cada marzo, sobre un pañuelo con un nombre, con una fecha, sobre una cabeza que resiste los baldíos del olvido.
Son las únicas que pueden transformarse, cambiar su genética en la revolución de su cuerpo, ser una en la oruga y otra en el adn que sale a volar, deslumbrante y libre. Libre.
Por eso enloquecen al sistema. Desquician a los lobos. Perturban a los torturadores. Extravían a los asesinos.
Y traen entre sus alas, cabalgando como hace cuarenta años, jóvenes y enteros como antes, a todos. Para contarles a las viejas que no tienen frío, ahora que llegó la primavera. Que comieron bien, que se acostaron temprano. Que es mentira la muerte, que ellos no ganaron, que aquí estaban, mirá que cosa, cuánto tardamos en volver.
Serán las papalotl de los aztecas las que los liberaron de las prisiones del tiempo, serán las que desenterraron los huesitos, las que atraparon la calavera del fondo del río, las que se robaron los fémures de la esma donde esperan, silenciosos y eternos, 600 cuerpitos sin alma, serán ellas las que les ponen fuego y los traen aquí otra vez.
Serán ellas o las monarca o las naranja y negras que coquetean con los malvones empetrolados en Dock Sud.
Pero llegan. Están llegando bellas y vivas, convencidas de que esa revolución es posible, la propia, la de la oruga, la del mundo con la cabeza abajo y las patas al cielo, la que soñaron y sueñan los que vienen cabalgando en este deseo.
Son las mariposas de marzo.
Son 30 mil.
Edición: 3838
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