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Por Carlos del Frade
(APe).- Ciento ochenta años atrás la bandera argentina tremoló en las Malvinas de la mano de trabajadores explotados. “Antonio Florencio Rivero había nacido en Arroyo de la China, provincia de Entre Ríos, el 27 de noviembre de 1808 y fue llevado a las islas para trabajar como peón por el gobernador Luis Vernet alrededor de 1827. En la rebelión que restauró temporalmente nuestra soberanía (iniciada del 26 de agosto de 1833) lo acompañaron otros dos gauchos y cinco indios. Sus nombres eran: Juan Brassido, José María Luna, Mnauel González, Luciano Flores, Felipe Zalazar, Manuel Latorre y Manuel Godoy. Pasaron a la historia como "Los ocho de Malvinas" y con justicia pueden ser considerados los primeros combatientes por nuestros derechos soberanos en el Atlántico Sur””, cuenta el periodista y escritor Armando Fernández.
“Las voces inglesas los acusan de delincuentes, los señalan como “indios y gauchos asesinos”, poco más que animales. Pero la historia argentina tampoco se ha puesto de acuerdo en cómo tratarlos. La academia ha cerrado la discusión creyendo a pie juntillas los expedientes británicos. Para el revisionismo, en cambio, Rivero fue el primer defensor de la soberanía nacional en las islas Malvinas”, escribe Hernán Brienza.
A Sergio Paz le decían el “Tachi” porque desde muy pibe tocaba cualquier lata para producir música a su manera. Del tachín tachín quedó el sobrenombre: el “Tachi” Paz. Tenía menos de veinte años cuando la dictadura le puso un fusil automático liviano 7.62 en sus manos y le dijo que era su única novia. Lo mandaron a las Malvinas, esas islas de las que le hablaron sus maestras cuando pensaba que efectivamente la felicidad era para todos y no la propiedad privada de unos pocos.
Cuando volvió a Rosario lo ocultaron como si fuera un enfermo contagioso. Nadie le dio trabajo y durante años no tuvo pensión. Pero el Tachi tuvo cuatro hijos hasta que sintió que no podía más.
Bajó del colectivo cerca del centro y caminó hasta el Monumento Nacional a la Bandera. Fue hasta lo más alto y desde allí se tiró al vacío del llamado altar de la patria. Todo un símbolo. El que había dado la vida por la patria decidía perderla porque la patria no había hecho casi nada por él. El Tachi Paz dejó de hacer ruido.
Las cifras dicen, más de treinta años después, que 649 pibes murieron en aquella guerra, 323 en el hundimiento del crucero Belgrano y el resto en las islas combatiendo contra los ingleses apoyados por la logística de Estados Unidos. Y hubieron otros números: alrededor de 400 decidieron suicidarse porque en el país que aplauden a los veteranos de guerra los días 2 de abril y 20 de junio suelen olvidarse los restantes 363 días del año. Aunque ahora hay mejores pensiones y cobertura social.
En la guerra de Malvinas el 20 por ciento de los pibes muertos eran descendientes de pueblos originarios y el 30 por ciento era peones rurales. Las mayorías que siempre pusieron el cuerpo y la sangre en la guerra por la emancipación. Una constante en los 200 años del sueño colectivo inconcluso llamado Argentina.
Cuando en estas horas el gobierno británico lleve adelante el referéndum para que los 1.672 habitantes de las Malvinas reafirmen su voluntad de considerarse ingleses, los fantasmas de los pibes como el Tachi Paz volverán a agitarse en algún lugar.
También sería interesante que más allá del rechazo a esta falacia que provoca la administración de Londres, el gobierno nacional afecte intereses reales y concretos que los ingleses tienen en el territorio continental: tierras, acciones en bancos, mineras y laboratorios que suelen experimentar con chiquitas y chiquitos empobrecidos de las provincias, como el caso de GlaxoSmithKline, aquel que entre 2003 y 2008 probó una vacuna en el cuerpito de centenares de pibes y casi veinte de ellos murieron.
Del otro lado del referéndum de los kelpers anidan las historias de los hijos del pueblo y las tantas hipocresías que los usaron. En estas horas de inflación nacionalista habría que reparar en estas crónicas.
Edición: 2405
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