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Por Claudia Rafael
(APe).- En la cava de Villa Itatí, partido de Quilmes, hay familias enteras con tuberculosis. Pibes consumidos por el paco que brota y serpentea en esos cuerpos que llevan en la frente el tatuaje de la pobreza extrema, el hambre y el hacinamiento. Y que son vehículo de contagio y de propagación. Cuerpos que son presa fácil para otras enfermedades. “El fin de semana supimos de cuatro casos más de dengue en el barrio”, cuenta a APe Itatí Tedeschi, del Centro Cultural y Educativo Juanita Ríos. Juanita era la madre de Itatí, que vivía en la villa cuando el cura tercermundista Giuseppe Tedeschi llegó para quedarse y armaron pareja. Ella fue la hija de ese amor prohibido, nacido en tiempos de revoluciones y luchas populares.
En estos días en los que un virus que lleva a las monarquías en sus nombres se expande y repta por el mundo, enfermedades de la pobreza se diseminan, explotan ante los ojos pero a la vez se desatienden. Todas las miradas están en esa nueva peste que hoy estalla en condiciones socioeconómicas y culturales perfectas. El uruguayo Raúl Zibecchi las sintetiza en tres: habla de los últimos 30 años “de neoliberalismo, que ha causado daños ambientales, sanitarios y sociales probablemente irreparables”. Subió estrepitosamente la temperatura (“la evidencia científica vincula la explosión de las enfermedades virales y la deforestación”); la destrucción de los sistemas sanitarios y “la epidemia de individualismo y de desigualdad, cultivadas por los grandes medios que se dedican a meter miedo, informando de forma sesgada”.
Villa Itatí es una pintura social. Anclada en una de las barriadas más castigadas de tierras conurbanas también allí asoma desde los televisores y los celulares la nueva peste. Los vecinos miran alrededor y saben que hay otros males que acechan.
El hombre parece más viejo de lo que es. Los surcos se le instalaron en la cara de tanto sol y calle acumulados. De empujar el carro y revolver entre la basura. “Si él no sale a cartonear, no entra plata. Tiene infección en los pulmones y ¿cómo se cuida así?”, dice su compañera con la voz gastada y con la huella de enfermedades añejas. “Acá tenemos además una chica de 14 años, embarazada, que también vive de la basura”, agrega la doña, muerta de miedo y de hartazgo.
“Pasar por las calles a fumigar sin ingresar a los domicilios básicamente es meter el dengue en las casas”, relata una vecina del barrio Covendiar 2, en Ezpeleta Oeste. Donde la fiebre asoma “no tenemos con qué bajarla. Porque la tableta de paracetamol está a 100 pesos y en las salitas no hay medicación. Anoche llamamos al SAME y tardaron 29 horas en venir”.
Se trata de barriadas paridas por la pobreza. Villa Itatí tiene unos 60.000 pobladores, contabilizan los vecinos del lugar. “Tenemos al médico allí pero no hay medicamentos. Y si no, tenemos al hospitalito de Don Bosco pero el médico de guardia es el mismo que después va en la ambulancia. Ahí hay laboratorio pero el equipo de rayos no funciona desde hace 4 años”, aporta Itatí.
En el lugar el agua de red despide hedores que descomponen. El Centro de Atención al Vecino cerró el lunes con candados y ya los vecinos no tienen dónde ir. Hay –al menos en tiempo presente- mayores probabilidades de morir de dengue que de coronavirus en esa villa con nombre de mujer.
En ese lugar del que muchas mujeres salen a trabajar como domésticas y que cobran por cada hora y día de trabajo. “El hijo de mi patrón llegó de Nueva York. Pero si no voy a trabajar no cobro nada”, detalló la muchacha cuando una compañera le dijo “no vayas, cuidate. Y denuncialo”. Con el temor de subirse a un tren y a un colectivo atestados pero convencida de hacerlo porque hay que parar la olla.
En la villa no hay clases ya, como en el resto del territorio argentino. Y en el centro cultural reparten viandas a las familias cuyos chicos asisten al comedor a diario. “Si nosotros le damos de comer a los pibes, usamos 20 paquetes de fideos. Pero si tenemos que hacer viandas, tenemos que usar 40 paquetes. Y ¿si las cosas se agravan?… ¿Van a ser 60? ¿80?”, se pregunta Itatí Tedeschi con ese nudo en la garganta que se parece demasiado a la angustia. Es así en esos días en que ronda por las calles esa peligrosa desazón que hay que vencer a fuerza de convicciones. Para no aportar al pánico global que olvida que en los fondos de cada casa es más probable que otee, listo para el ataque, un mosquito aedes aegypti que esa extraña peste que crece y despliega con maestría y pertinacia el aislamiento social.
Fotos: Martín Acosta
Edición: 3960
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