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Por Oscar Taffetani
(APe).- Hay algo impúdico en los edificios reciclados que levantan alegres sus caras en los bordes de la ciudad. Los fantasmas -y la memoria- los acechan. El pasado los amenaza con regresar.
Esa simpática vendedora del shopping de Punta Carretas, en Montevideo, ignora que está parada, exactamente, en el pozo de castigo donde un duro militante apodado El Rufo debió permanecer días y noches con el agua hasta la cintura, resistiendo a sus verdugos.
En Córdoba, miles de turistas y paseantes recorren entusiastas las galerías del Buen Pastor (otra cárcel devenida shopping) sin sospechar los ayunos y sufrimientos de las presas políticas argentinas, en distintos tramos del siglo XX.
Claro que en esta teoría de la reencarnación edilicia (de algún modo hay que llamarla), los cambios no son necesariamente superadores. El Instituto de Menores Luis Agote de la Capital Federal, por ejemplo, un edificio de techos altos, enrejado y sombrío, donde el 6 de mayo encontraron ahorcado al joven Rodolfo Arancibia, fue alguna vez el Hogar El Alba creado por el reverendo William Morris para acunar, para proteger y alojar a los niños huérfanos y abandonados.
Miles de pibes sin rumbo de aquel ostentoso país del Centenario recibieron cariño, cobijo y educación en el Hogar fundado por Morris y sostenido con los aportes y donaciones de anónimos benefactores (ingleses, en su mayoría).
Amadas figuras de la escena nacional, como el comediante Osvaldo Miranda y el cómico Juan Carlos Altavista (“Minguito”), fueron alguna vez niños albergados en el Hogar El Alba.
Fin de una utopía educativa
William Morris falleció en su patria inglesa el 15 de septiembre de 1932, cuando las veintidós escuelas primarias de su obra y cuando el mismo Hogar El Alba se hallaban en situación insostenible (se llegó a deber once meses de sueldo a los 230 docentes, sin que estos desistieran de seguir atendiendo a los chicos).
Tal como había previsto el fundador, las Escuelas e Institutos Filantrópicos Argentinos, incluyendo el Hogar El Alba, fueron traspasados a su muerte al Estado argentino.
El Hogar El Alba, cuyo edificio de Charcas y Darragueira se hallaba colmado en su capacidad, fue trasladado en 1949 a una chacra suburbana en la localidad de Longchamps. Allí comenzó, para ese viejo edificio del viejo Palermo, la segunda y más ingrata etapa de su vida. Donde había grandes ventanas y claridad, se pusieron rejas. Lo que era albo devino gris y sombrío.
Motines, promesas, helicópteros...
La última vez en que el Instituto Agote ganó la tapa de los diarios fue en marzo de 2001, debido a una fuga de internos y a un motín violentamente reprimido por la policía. Los menores detenidos -todos procesados y sin condena- se quejaban del hacinamiento, de la falta de higiene y ventilación. Sumado a ello, como constataron los peritos judiciales, el edificio corría serios peligros de derrumbe.
La entonces ministra de Desarrollo Social Graciela Fernández Meijide, decidió entonces el cierre del Instituto y la venta de ése y otros inmuebles que administraba el denominado Consejo Nacional del Menor y la Familia.
El problema edilicio ocultaba otro problema mayor: la falta de idoneidad y pésimos antecedentes del personal encargado de custodiar a los internos. En 2001, de los 220 guardias inscriptos en la nómina de los institutos de menores, 40 se hallaban procesados por maltratos y torturas.
Pero pocas semanas después de los anuncios, la ministra ya no estaba en su puesto. Y antes de terminar ese año 2001, el mismísimo Presidente de la Nación había tenido que abandonar su cargo en helicóptero.
Nadie reparó, en la agitada Argentina de aquellos días (y en la agitada Argentina de los días que siguieron) en que el sombrío Instituto Agote, vergüenza y evidencia de la desastrosa política de Minoridad argentina, seguía funcionando.
Fue allí, en el maldito y eterno Instituto Agote, donde hace cinco semanas apareció Rodolfo Arancibia, un joven de 19 años, ahorcado con una sábana. Sus medias, hechas un bollo, las tenía metidas en la boca. Sus muñecas mostraban las marcas de las esposas. A los dedos de sus manos les habían arrancado las uñas.
El parte del personal de seguridad dice que las luces del pabellón se apagaron a la 1.50 y que al abrir las celdas, a las 7, se vio por el ventiluz el cuerpo colgado de Arancibia.
La versión oficial (SENNAF), dice que Rodolfo sufría una fuerte depresión. El dictamen policial fue suicidio.
No estuvo la noticia en la primera plana de los diarios. No fue objeto de comentarios. Tan sólo un periodista televisivo se refirió -de modo general- a la preocupante tendencia al suicidio de ciertos adolescentes.
Edición: 1527
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