Maia

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Por Claudia Rafael

  (APe).- Maia tiene 7 años. Tiempo de juegos en una sociedad que, sin embargo, se permitió a sí misma, hace ya montañas de historia, ser domesticada por el hambre. Maia no está. Vive en la calle y está desaparecida. Es desaparecida, en ese eufemismo de presente continuo parido en este tiempo devorador de vidas. Maia tiene 7 años y desde el lunes alguien se la llevó. Dónde está Maia hay que preguntar una vez, dos veces, miles de veces mientras sea necesario como tantas otras se interrogó en este país. Hasta que Maia vuelva. Hasta que a Maia la devuelvan.

Maia integra los ejércitos de desposeídos. Vaciados de comida en un planeta enfermo, no sólo de pandemia, sino de inequidad y olvido. Maia tiene 7 años y fue llevada –cuentan los vecinos- por un hombre de 35 en los alrededores del barrio Cildañez, en la zona de Parque Avellaneda. Donde el humo sobrevuela en el corte de la autopista Dellepiane, en que los familiares y vecinos reclaman por una búsqueda estatal más intensa.

Maia y su mamá cartonean para sobrevivir en un mundo que no tiene techo para ellas. Que no tiene casa con ventanas y puertas ni un patio en el que jugar a las muñecas o trepar por los árboles.

Maia tenía pantalón, remerita y sandalias rosa cuando –contaron- el hombre la llevó a buscar una bicicleta más grande. Pero Maia no está.

El sufrimiento infinito de los pueblos arrincona las vidas más golpeadas por un sistema desigual a los márgenes de la sobrevivencia. Cildañez, allí donde a Maia no se la encuentra, es una pintura perfecta. Nacido el barrio en los antiguos bañados de Flores, en las cercanías del río Matanza Riachuelo, en tierras inundables y frecuentemente inundadas. Territorios de ocupaciones desesperadas durante décadas. Como extensión de viejos obradores o como resultado de luchas sin que previamente las precediera una estructura organizativa.

En los márgenes de los márgenes vive Maia con su mamá. En una indigencia perpetuada hace siglos de la que ellas forman parte como un retazo de puzzle necesario en políticas de descarte.

Maia fue, hasta hoy, invisible para el Estado. Y son ahora, en su nombre, la Fiscalía en lo Criminal y Correccional 54 y la Comisaría Vecinal 9 C quienes dicen buscarla. Maia es un eslabón entre cientos de miles que integran una larga cadena de omisiones, de olvidos, de abandonos, de marginaciones. Maia tiene 7 años. Y un destino de supervivencias sellado en su frente, dibujado en sus manos, perpetuado en su risa.

Maia vive en las calles donde acechan los crueles. Maia y su mamá sobreviven en los duros asfaltos a los que las arrinconó aquel viejo pacto para excluir forjado por una minoría de iguales que por los siglos de los siglos huele a perpetuidad.
Por una vez Maia es buscada, con vida, por el mismo Estado que históricamente se selló los ojos para no verla. Por el mismo Estado que le diseñó su abandono. Que le dibujó la calle en la que vive arrinconada. Ojalá esta vez sea a tiempo.

Edición: 4281


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