Madrecía


Por Alberto Morlachetti

En la cuna del hambre

mi niño estaba

Con sangre de cebolla

se amamantaba

Miguel Hernández

(APe).- Ella va a parir y sabe que se le puede ir la vida. Por ese agujerito mágico del mundo se le puede ir la vida. Creando, volviéndose diosa, se le puede ir.
No es probable que su mirada se haya detenido sobre las estadísticas del informe anual de Salud Materna y Neonatal de UNICEF del año 2009. Esos números fríos -que dejan de serlo cuando se transforman en historias, calientes, palpables, de piel y pestañas, como la suya- que dicen que “todos los años, más de medio millón de mujeres mueren como resultado de complicaciones en el embarazo o parto, entre ellas 70 mil adolescentes de entre 15 y 19 años. Desde 1990, las complicaciones derivadas del embarazo han costado la vida a alrededor de 10 millones de mujeres”.
Consigna, además, que “la desigualdad hace que, en los países más pobres, el riesgo de morir por causas relacionadas con el embarazo sea 300 veces mayor que el que corren las mujeres de países ricos”.
De la fachada brillante al patiecito de atrás del mundo hay muertes de diferencia. Desde el cuello erguido del planeta a sus pies mordidos de callos hay negritudes aplastadas, hambres ancestrales, pobreza que baja hasta quedarse a vivir en las caderas, en los tobillos de los continentes.
El informe agrega que desde 1990, unos cuatro millones de recién nacidos han muerto cada año en los primeros 28 días de sus vidas. ¡Setenta y dos millones de niños hasta aquí! “La rabia imperio asesino de niños”, cantaba Silvio Rodríguez. Y no hay asesino de niños que no mate madres antes. No hay asesino de madres que no mate niños con ellas.
“Vuela niño en la doble / luna del pecho. / Él, triste de cebolla. / Tú, satisfecho”. Parece susurrar ella entre encías flacas y pocos dientes. Sabe que su panza se adelgazará de repente y la sangre le brotará a charcos y quién sabe dónde irá su mañana. Dónde su chiquito solo, sin ella, muerta cuando él viva.
Ellas, locas heroínas, saben que escupen luchadores al mundo con su muerte. Saben que la miseria los perseguirá y que el poder escondido les pondrá pies sobre las cabezas. Pero apura el milagro y estalla. En sangre y vida pare un obrero. Para que se la lleve la muerte, ésa que nunca, nunca puede con las cosas importantes.

Edición: 1433


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