Madre no hay una sola

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Crónicas de las nuevas familiaridades. (Primer Capítulo)

  Por Alfredo Grande
(APe).- Para la cultura represora la concepción de lo sagrado es absolutamente necesaria. Lo sagrado es el mejor ejemplo de lo no discutible, lo no cuestionable, lo siempre reverenciable, lo eternamente acatable. Siempre hay una divinidad que legitima porque en su condición de divinidad, goza de todas las prerrogativas de lo infalible. La divinidad puede ser celestial o estatal. No es lo mismo pero la diferencia es exageradamente sutil.

La maternidad tiene muchas de las prerrogativas de lo sagrado. La idea, actualmente en retiro efectivo, de que la mujer se realizaba en su mayor amplitud cuando era madre, es un ejemplo de esta situación. En las peleas en el barrio insultar a la madre era intolerable: “con la vieja no”. El insulto a la identidad de la madre que nos parió, siempre fue el peor de todos los insultos.

En el orden patriarcal, el mismo hombre que agredía, insultaba, denigraba a su esposa, veneraba a su madre. Casi diría que una Madre es más madre que mujer. La Madre como tal es una figura des-erotizada, des-sexualizada y des-agresivizada.

“Más malo que pegarle a una madre” era parte del refranero del sentido común. ¿A qué viene todo esto? O mejor aún: ¿adónde va todo esto? A una cuestión fundante para generar pensamiento crítico en relación a las maternidades, las familias en su diversidad, el desarrollo de nuevas familiaridades. Para decirlo en una forma amable y hasta simpática: la fusión mujer madre es reaccionaria. Porque condiciona la idealización que siempre es enemiga del ideal. Y esa idealización del embarazo, el parto, la lactancia, la crianza, tiene la responsabilidad ilimitada de haber amputado el desarrollo vital de muchas mujeres en el altar de las sagradas familias. Por lo tanto, es terreno fértil de la cultura represora que también sembró la maternidad por mandato. Uno de cuyos efectos fue la ilegalidad de la interrupción del embarazo. Y el código penal siempre fue eficaz para regular, controlar y amputar el deseo.

La maternidad sacralizada tiene en la biología la fuente de toda razón y justicia. Cuerpo de mi cuerpo y sangre de mi sangre. La familia patriarcal tiene como uno de sus atributos la carnalidad de la filiación. O sea: hijo/hija legitimo en tanto el origen es certificado biológicamente. Recuerdo un paciente que me dijo angustiado que tenía que decirle al hijo que era adoptado. Lo miré con mirada curiosa y le pregunté: “¿se lo vas a decir o se lo vas a confesar?”

El hijo biológico jugaba en las ligas mayores. El adoptado en los torneos de ascenso. Por eso la biología es una de las formas de acceder a la maternidad, pero no la única. Por supuesto, para sostener esto tenemos que pensar en culturas no represoras. Lo que no es imposible, pero tampoco es demasiado fácil. Escribía antes adónde vamos con todo este análisis. A desarrollar fuerte pensamiento crítico sobre las concepciones biologicistas, idealizadoras e individualistas de la maternidad.
El concepto de “función materna” es un avance teórico y político. La función materna es cuidar al hijo. Y por añadidura, la función paterna es cuidar la función materna.

El cuidado es necesario porque la prematurez del recién nacido exige actos que amparen y protejan. Todo nacimiento implica intemperie. Por eso la función materna es necesaria, pero puede ser ejercida por una mujer, por un varón, y nada tiene que ver con el género. Dicho, en otros términos: la función materna no es propiedad privada de ningún género. Ni tampoco es propiedad privada de la familia sacramental.

En las nuevas familiaridades la función materna se despliega en una dimensión de mucho mayor implicación que en los corralitos biológicos. Para decirlo de otra manera: “en la dimensión de la función materna, todo embarazo siempre es deseado”.

Edición: 4046

 


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