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Por Alberto Morlachetti
Lo digo bajito, como en secreto. Porque es incómodo ser pequeño: hay que andar siempre con la cabeza levantada. Todo ocurre tan arriba, tan por encima de uno mismo. Uno se siente poco importante, rebajado, débil y como perdido. Puede que por eso nos guste andar al lado de los adultos cuando están sentados; porque entonces podemos ver sus ojos.
Janusz Korczak
(APe).- La infancia ya no tiene su abrigo más precioso en las generaciones anteriores. La situación de la mayoría de los niños y niñas se corresponde con el mayor desamparo, cuando todo es incierto y el frío y el hambre estiran las noches, meten miedo y provocan el abrazo fetal sobre uno mismo como tratando de protegerse de este país resquebrajado que lastima. Apuntar a los niños pobres, a su manera manantial de ser, muestra la crueldad de una parte de la sociedad donde los valores que la sustentan se han vuelto necesariamente impugnables.
La ofensiva contra esos pequeños con tres malabares y muchos desamparos, no es un oscuro episodio de la retaguardia del sistema. Para esa mirada todo lo que sobrevive y tiene destino de muerte está inscripto en una desviación criminal. Esos pibes que luchan por su vida amenazada por los días que terminan y no alimentan, saben a resistencia.
-I-
Los nuevos tiempos enfatizan la necesidad imperativa de disociar las causas sociales de la responsabilidad individual, conforme a la visión neoliberal. La “cultura de la indulgencia” promovida por los programas de prevención y de tratamiento social fue reemplazada por un nuevo “principio de realidad”. Definido el enemigo interno, la caza del niño forma parte de la nueva organización del poder, para los que la vieja familia y la vieja escuela son demasiado laxas e ineficaces.
En otros términos. El control de las clases populares a través de lo que Pierre Bourdieu llamó “la mano izquierda” del estado simbolizada por la educación, la salud, la asistencia y la vivienda social, es sustituida rápidamente por la “mano derecha”, policía, justicia y prisión, cada vez más activa e inserta en las zonas inferiores del espacio social.
-II-
El hambre pone cifras, decenas de niños mueren por día antes de cumplir su año de vida. Sin embargo, las estadísticas tienen los bolsillos desiertos. Nuestras palabras luchan tenazmente contra el silencio, como una plegaria o una voz colectiva que le preste “goces y auxilios a nuestros días”. Mientras la mayoría de los pibes viven sus “malas vidas” en una larga tanda publicitaria que tiene distraído al resto de la sociedad.
Machaconamente la sociedad del espectáculo los condena y repite como consigna que a fuerza de disculpar siempre a los autores de la violencia urbana, se corre el riesgo de fomentar los delitos. Sea cual sea la razón profunda y real de la fractura social, “es inaceptable buscar excusas para actos inexcusables”. En pocas palabras, no dejar pasar nada, sancionar desde el primer delito, desde la primera travesura.
-III-
El cuerpo glorioso de la publicidad -mientras tanto- ha convertido la responsabilidad penal juvenil en una máscara tras la cual el frágil y diminuto cuerpo de los pibes podrá ser punible desde los 12, 13 o 14 años continuando su precaria existencia entre las palabras lacerantes del Código Penal. Aunque todos sepamos que la función natural del sistema penal es conservar y reproducir la realidad social existente.
Argumentan que los niños y niñas tendrán las garantías del debido proceso. Aunque todo hace presumir que mientras esperan su sentencia serán alojados “en celdas para uso propio de animales peligrosos” como denunciaba la Suprema Corte Bonaerense el 29 de abril de 1997 o en comisarías y cárceles donde se han naturalizado los “tratos crueles, inhumanos y degradantes”, señalados por la Corte Suprema de la Nación el 3 de mayo del año 2005.
Quizás debamos decir como Giorgio Agamben que el fin último de la norma es la producción del juicio, pero este no se propone castigar ni premiar, ni hacer justicia ni descubrir la verdad. El juicio es en sí mismo el fin y esto constituye el misterio del proceso. La pena no sigue al juicio, sino que éste mismo es la pena.
Edición: 1913
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