“Lucho”, la gorra y la vana filosofía

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Por Carlos Del Frade

(APe).- -Acá no hubo ningún enfrentamiento, fue una cacería. Los pibes no estaban armados… mirá cómo me dejaron el malvón – dijo una señora en Chaparro al 1500, en el barrio Santa Lucía Viejo, al oeste de Rosario, al costado de la autopista hacia Córdoba. El resultado de la “cacería” fue la muerte de un pibe muy antes de tiempo, Luciano “Lucho” Saucedo, de solamente dieciocho años.

Las religiones y corrientes filosóficas quedan cortas para explicar el porqué de estos exilios apurados en que las chicas y los chicos dejan estos arrabales del cosmos. “… Los dos tuvieron hace poco más de tres meses un incidente con los transeros de drogas de la colectora y calle Venezuela”, dicen otras voces que se animan a hablar con los periodistas.

-Por una gorra que se robaron en un baile…

Esa es la razón, según sostienen las palabras que emergen en medio del miedo impuesto.
Por una gorra lo balearon a “Lucho” y las parcas se robaron su existencia con solamente dieciocho años.

Una gorra como fundamento del final no aparece ni en los grandes textos religiosos ni filosóficos. La desmesura de la realidad desborda la aventura humana. La pone contra los palos y la cuestiona a fondo. Quizás no haya que cuestionar a la gorra como causa de la muerte, sino a los que manejan la realidad del presente para encontrar otras nuevas causas para vivir y no para morir. Especialmente para pibas y pibes como “Lucho”.

“Poco después del incidente por la gorra, los cruzaron en la esquina de Colombres y Montevideo y los agarraron a tiros. Eran cuatro o cinco pibes de esta zona y estaban los dos que balearon anoche”, dijo otro vecino.

La vida no puede depender de una gorra o, dicho de otra manera, una gorra no parece ser fundamento para arrebatarle la vida a nadie.

Hay otras razones para explicar la continuidad de la existencia o su abrupto e irracional final.

Un presente donde las armas parecen ser tan comunes como una gorra.

Dice la crónica que mientras Saucedo y su amigo “se sacaban fotos con el celular, por delante de sus narices pasó un auto” que después se estacionó a “pocos metros del vehículo de un policía de civil que estaba de consigna custodiando quince viviendas sociales de un plan municipal aún sin habitantes y para que no sean usurpadas”.

El chico que estaba con “Lucho” tenía solamente catorce años y pudo correr hasta ingresar a una casa de la cuadra.

Dos tipos armados con pistolas, fue la descripción. Sin ocultar las caras.

-Todos los disparos fueron en una misma secuencia. Los plomos chiflaban entre las chapas del techo…cuando le preguntamos al cana que estaba en el auto cuidando las casas dijo que estaba dormido y que no vio ni escuchó nada. Y los que tiraron tenían el auto estacionado a metros del vehículo del policía. Todo eso es muy raro– remarcó una voz distinta.

En la vereda quedaron once vainas y proyectiles deformados. Y la vida de “Lucho” que piantó a los dieciocho años, muy antes de tiempo, por una gorra robada.

Allí, en el barrio “Santa Lucía”, las maestras y los maestros, desde hace años, tratan de no dormirse ante la realidad de sus chicas y chicos. Ellos, durante mucho tiempo, se la juegan para que pibes como “Lucho” cumplan algunos de sus sueños y no mueran producto de una pesadilla que ni siquiera puede pensarse desde los textos religiosos o filosóficos.

No es la gorra, es la realidad la que debe transformarse para que la pibada le encuentre sentido a la palabra presente.

Edición: 3826


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