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APe (glorieta)
Sarmiento, que adoraba á los muchachos vendedores de diarios, decía, con orgullo:
-¡Son mis colegas!
Y tenía razón. También ellos. –inconscientes propagadores de la buenas ideas, -son periodistas que merecen algo más que la indiferencia de la gente que lee. Hay que verlos de cerca. Hay que verlos cómo sudan el pan que luego comen sin otra salsa que su buena alegría…
Un poco más de amor merecen, sin duda, esos pillates que en vez de haraganear, corren por nuestras calles, vociferando títulos; pobres muchachos que andan expuestos a todas las crueldades de la vida; expuestos á que el frío les coman los pulmones ó que el calor les reseque los sesos; expuestos á que un tranvía les triture las piernas, ó que algún hombres les rompa su palo en las costillas… Es necesario tener un poco de dulce caridad para esos chicos que en la edad de la escuela, sueñan durmiendo entre los umbrales ó entre los escombros…
Resulta interesante estudiar la existencia de nuestros “colegas”… Vosotros, habituados á verlos de cerca y á oirles gritar en todas partes, ignorais cómo viven, dónde se alimentan, cómo duermen… Sabed, lectores, que la existencia de cada vendedor de diarios, encierra un drama. Un drama donde si la sangre de las venas no ha corrido aún, por lo menos ha corrido la sangre del espíritu: las lágrimas… La mayor parte de esas criaturas carecen de hogar fijo. Algunos no tiene padres. Otros, nunca lo conocieron. Y, algunos, tal vez, no lo tuvieron nunca, como el horrible Cuasimodo, que. á nacer un nuestros buenos tiempos , en vez de campanero, hubiera sido vendedor de periódicos. Es difícil trazar en pocos espacios la vida de los anónimos colegas de Sarmiento. Es una vida de horarios, como la de los banqueros. Tienen sus horas fijas. Tiene sus cálculos. Tiene sus matemáticas. Y, también, sus dolores de cabeza… Es difícil contarlas. Pero, dejamos que uno de esos chiquillos á quien interrogamos nos la delate, á saltos, con sus labios sonrientes, agitando la cabecita rubia toda desmelenada, y haciendo muecas con su cara sucia, llena de juventud:
-Yo no tengo casa, pero tampoco la preciso. ¡Pa qué la quiero! Tampoco tengo padres… Después de vender los números de la mañana, á las doce, me voy á los sótanos de cualquiera de los diarios de la tarde y me allí me como un pan ó masitas con algún chorizo asao, salame ó butifarra. Cuando ya he morfao, salgo á vender, hasta la noche… A las salidas de los teatros se vende mucho. Por eso me quedo hasta la una de la madrugas. En seguida me echo en cualquier puerta pa dormir tranquilo. Pero ¡qué pucha! los botonez no me dejan y me sacan á empujones, gritándome: ¡Haragán!...¡Atorrante!... Me tengo que ir á otra parte. Si tengo algunos centavos de sobra. Me voy a “Fondin del Gallego” y tomo cualquier cosa hasta que llega la madrugada, cuando los capataces de Vanccaro nos reparten los diarios… Si hace frío, damos “biabas” “pa calentarnos…”
Así os hablan los que carecen de hogar. Pero luego tenéis aquellos que tiene una madre cruel ó un padre sin vergüenza. Padres que les exigen una buena venta ó les prometen una paliza sanguinaria y salvaje…
Son tal vez, los que más sufren. El puchero depende, para ellos, la cantidad de periódicos que vendan. “Si no hay plata, no hay pan. En cambio, habrá muchos azotes…”
En seguida, tenéis á las desgraciadas viejecitas que aguantan, como hombres, el castigo de la miseria. Muchas de ellas, ya de noche, no pueden regresar á sus casas, y vender obligadas á dormir, acurrucadas en las puertas, para no llegar muy tarde á las imprentas de los diarios vespertinos… Algunas poseen hijos. Los mantienen.
Como en el bajo fondo de las sociedades, la caridad es tan limpia, tan noble y tan desinteresadas como en las altas esferas, también los vendedores se protegen entre sí, y se defienden. Cada diariero se constituye en un defensor de sus colegas femeninos. Menos en el caso de “La china María”. Esta mujer es un tipo curioso. Ella no necesita defensores. Se defiende siempre sola. Es vigorosa como un escuadrón y es altiva como un vigilante… Todos se ayudan mutuamente.
Pero nunca se basta para proteger contra las amarguras de la vida. Por eso los periodistas se empeñan siempre en ayudarlos, aliviando sus penas. Es justo. Es fraternal… Todo lo que en favor de los diareros se haga, será obra de mérito. Aliviemos, pues, los sufrimientos de los anónimos y muy amados colegas de Sarmiento.
Caras y Caretas - 3 de mayo 1908 m 500 años XI
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