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Por Claudia Rafael
(APe).- Son los nadies. Los hijos de los nadies. Los sobrantes. Los que esperan/desean/sueñan que llegará el tiempo en que el río no nos traiga más dolor. La frase –esa que se completa diciendo que llegará el color del monte a florecer nuevamente- era el cierre de la carta de los Qompi Naqona’a a la presidenta. Allí también decía que Andrés Silva murió por negligencia médica, Galván flotó en el río el 23 de enero de 2012, Imber apareció en la playa este pasado sábado 5 de enero de 2013, y el miércoles 10 de enero Pablo Asijak enterró a su hijo. Celestina y una bebé de diez meses, en sueños aparecen y nos hacen doler el alma. La joven violada en Espinillo sigue adoleciendo por la injusticia cometida.
La historia es larga. No es sólo ese niño magro que quiso ir a la fiesta de los estíos, allí en Villa Río Bermejito. Ni tampoco la beba, Lila Coyipé, que murió junto a su joven abuela, la Celestina. Ni siquiera la negligencia en uno, dos, diez, cientos de vidas mutiladas por el abandono. Ese que es ya tan largo en el tiempo que hay que bucear entre los días de la conquista y la colonia. Que se extendió en el tiempo de arrebatos de identidades y de sometimientos viejos. “Proveer a la seguridad de las fronteras”, decía la Constitución allá por mediados del siglo XIX. “Promover la conversión de ellos al catolicismo”, ordenaba. La seguridad y la conversión. Las dos grandes vertientes de la opresión. “Fue así como los pueblos indígenas fueron perseguidos, echados de sus territorios y confinados a misiones o a reservas de extensión significativamente reducida, disciplinados por misioneros o por patrones impuestos, obligados a abandonar sus rituales y a abrazar nuevos dioses”, escribe la antropóloga Lorena Cardin en “Discriminación y derecho a la salud de los Pueblos Indígenas de la provincia de Formosa”.
“Hay una enorme brecha entre la ley y la realidad”, dice Cardin a APe. Ella trabaja desde hace más de una decena de años junto a los Qom. Reniega. Denuncia. Describe. “Lo único que uno sabe es lo que uno ve. Y cuando sale de la capital formoseña y recorre las comunidades, ve que no se fumiga contra el Chagas, por ejemplo. Ves las vinchucas. Nadie te lo tiene que contar. Y la gente se muere de tuberculosis. Dejan que las enfermedades avancen. Y, por sobre todo, hay una discriminación absoluta hacia los pueblos indígenas. La ves en la escuela, en los hospitales, en la sociedad en general”.
Los discursos grandilocuentes y las obras estructurales que inauguran unos y otros deambulan por una vía en perfecto paralelismo con el incumplimiento de los derechos. “Y la gente se educa, crece y se forma con una matriz cultural profundamente racista”. Ricardo Coyipe “en el velatorio, me narraba cómo estaba él tirado en la ruta, con su mujer muerta y la beba moribunda. Y también me contó que cuando el gendarme que lo atropelló con el auto se bajó él creyó que lo hacía para auxiliarlo, pero lo empezó a insultar, a patear y a golpear. Eso es un hecho. Hay una discriminación tan fuerte… este hombre que había sido atropellado y tenía a su familia ahí tirada no sólo no fue ayudado sino que fue agredido por el gendarme. Que iba con su padre, de apellido Cardozo, y que durante años y años han alquilado tierras a la comunidad de Ricardo”, desnuda Lorena Cardin.
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No hay inocentes en la historia. El gobernador Gildo Insfrán (kirchnerista de la primera hora) no está habilitado para decir “yo no fui”, “yo no supe”, “nadie me contó”. Infrán fue primero legislador y vicegobernador. Y asumió su primer mandato como máximo jefe del territorio formoseño en 1995. Y fue reelegido en 1999, 2003, 2007 y 2011.
Formosa tiene la más alta tasa de mortalidad materno infantil del país. Si las estadísticas absolutamente oficiales plantean que en 2010 la mortalidad infantil fue del 11.9 por mil en el país, en Formosa alcanzó el 17.8. Y la materna es ubicada a nivel nacional en el 4.4 por mil mientras que en Formosa es del 16.2.
Estas estadísticas son, sin embargo, absolutamente globales. No hay distinción entre pueblo “criollo” –como definen los originarios- y cualquiera de las comunidades indígenas. Allí, más allá de las fronteras políticas del país, la realidad es exactamente igual de un lado y otro. Lo mismo para los Qom de Potae Napocna Navogoh (La Primavera) o los Qompi Naqona’a, de Villa Río Bermejito. “Nos falta el alimento. Nos faltan casas. Nos falta agua. Nos falta justicia. Vivimos así porque los políticos no están con nosotros. Somos los olvidados. Hace muy poco el gobernador Capitanich inauguró el hospital. Pero no hay personal en el Impenetrable. No hay médicos en nuestros pueblos. No hay ambulancia. No hay comida para los enfermos. Cada año se mueren nuestros hermanos. Acá no tenemos tampoco trabajo. Yo hago changas. No un trabajo de todos los días. Es un día sí, otro no”, decía desde Chaco el carashe Edilberto Pérez a APe apenas unos días atrás.
No hay trabajo y –en Formosa al menos, dice Lorena Cardin- “no tienen ningún ingreso salvo pensiones por discapacidad. Tanto el Estado nacional como provincial reparten pensiones por discapacidad. Y entonces, hay que dar cuenta de que tenés un 80 % de discapacidad que obviamente no lo tienen. Hay una distribución clientelar y no hay generación de trabajo”.
Todo el sistema “los lleva a arrendar tierras comunitarias por las que están peleando y en las que quieren trabajar. Sin embargo, si no tienen los medios básicos de producción no lo pueden hacer. Primero fueron los algodoneros y ellos eran la mano de obra, cosecheros de sus propias tierras. Sobre todo en los 80 y algo de los 90. Después vino la soja y arrendaban a un valor de 200 pesos la hectárea. Si tenías 10 hectáreas, te daban como único monto 2000 pesos al año. Y ellos tenían varias cosechas anuales. Legalmente no pueden arrendar pero no tienen otros métodos para sobrevivir”.
La historia no es de hoy ni de ayer siquiera. Hay que bucear en los largos tiempos de la patria que asomaba y se perfilaba como Nación. “Eran cazadores-recolectores que nomadizaban por amplios territorios. Estaban un tiempo en un campamento. Se mudaban, iban a otros. Con el avance militar y de distintos frentes colonizadores su territorio se fue reduciendo significativamente. Los fueron corriendo, acorralando y después tuvieron que sedentarizarse. Después, básicamente en la zona de la comunidad Potae Napocna Navogoh, los toman como mano de obra para los ingenios azucareros, para los nuevos colonos y terratenientes con plantaciones de algodón. Tienen que dejar de cazar recolectar y emplearse como mano de obra”, cuenta a esta Agencia de Noticias. “Han sido reducidos a población sobrante en términos económicos. Y si bien son sujetos trabajadores, los mantienen ahí, con esas pensiones por discapacidad”.
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Allí crecen, deambulan, nacen a la vida con las marcas del desamparo que parió una colonización que persiste. Como Fermina, una entre tantos. Fermina González es una mujer de la comunidad qom-pilagá que vive con su familia en un container que abandonó una iglesia mormona. Tiene 35 años pero parece cargar una historia de decenas y decenas. Se le murieron cinco de sus niños. Hay quienes creen que los chiquitos de los pueblos del origen no mueren sino que son entregados a tráficos humanos. “Yo digo que no fue fallecido. Pero yo también tengo culpa que no puedo revisar el cajón antes de enterrarlo, si realmente es un bebé que me entregaron. Resulta que me entregaron un cajón cerrado, no se podía abrir (…) porque los doctores, las enfermeras siempre hacen el cambio del bebé”, decía Mauricio Paniagua, el marido de Fermina. El mismo que –con su español dificultoso- contaba que la enfermera, en el hospital, le decía “hay que bañar a la india”.
Los cinco niños de Fermina y Mauricio están danzando una danza interminable. Junto a Imer Flores, a Lila Coyipé, a Daniel Asijak, a tantos y tantos. Se ríen en algún territorio ya libre. Definitivamente libre, como ellos. Se ríen junto a los masacrados de Napalpí, allá por julio de 1924. Radiografía mil veces repetida a lo largo de la historia. “Procedan con rigor para con los sublevados”, había ordenado el gobernador chaqueño Fernando Centeno. Y arremetieron los Winchester y los Mauser en manos de la polícia de gatillos demoledoramente fáciles. 200 qom muertos porque, simplemente, quisieron recibir un salario justo. Porque se alzaron y dijeron que no a la explotación algodonera.
Llegará el tiempo en que el río no nos traiga más dolor. Y el color del monte florezca definitivamente.
Edición: 2375
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