Los pibes rebeldes de Santiago

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Por Valeria Llobet

(APe).- Santiago, 17 de octubre. La tarde empieza a caer en el mar, y el aire es frío. Camino hacia el metro desde el ostentoso campus de la Universidad Católica, con dos colegas, amigos. Uno de ellos comenta que aún debe algo como 7 millones de pesos por su maestría. Como a la mayoría de los chilenos que pasaron por la universidad, eso le impide comprar una vivienda. Estación Los Héroes, Santiago centro. El metro suda pacos (*) con caras de asombro crudo. Niñas en uniforme escolar apalean los torniquetes al grito de “Obladí-Obladá, otra forma de luchar” y “evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Tienen la edad de mis hijas, la misma alegría impertinente de los niños del verano.

El boleto de metro pasa a costar 1,20 dólares, el viaje mensual de una familia tipo con salario mínimo -la mitad de Chile- va del 15% al 40% de sus ingresos.

18 de octubre, ruta Valparaíso-Santiago. Se hizo rápido la noche. El whatsapp comanda detenernos a comer en la ruta, todo está cercado y cerrado en Santiago. Entramos en un espacio que me confunde, creo estar en cualquier parador de autopista norteamericana. Mientras esperamos la comida, una pantalla hace propaganda de la fruta chilena. Recuerdo que Tinsman mostró cómo Pinochet “modernizó” el trabajo rural y “modernizó” Chile mediante la industria frutihortícola. El sándwich de mechada con palta no podría ser más insípido. La palta, una de las exportaciones más importantes que consume el agua que está siendo privatizada, aunque no tanto como las mineras.

Noticias fragmentadas de apenas al oeste. La ciudad repleta de barricadas. Los pacos han disparado a una niña que se desangra. El sempiterno gaseo ante la menor duda.

Veníamos en silencio en la van (**), propuse poner música. Me río: no cuestionen mi playlist. Pongo música en modo random. Vamos entrando a la ciudad, y suena Soledad Bravo: Santiago de Chile. La ciudad acorralada por símbolos de invierno. Pero puede ser primavera.

Bajamos de la van a medianoche, el olor a neumático quemado se mezcla con el saldo de los gases. Helicópteros y sirenas no tapan las cacerolas y la persistencia de la consigna que suena todavía con ese tono agudo y ligero de las consignas gritadas por voces femeninas. Son niñas a medianoche.

Piñera es fotografiado comiendo con su nieto mientras la ciudad se incendia. Se sabe que el edificio de la compañía de energía fue incendiado para cobrar el seguro, el edificio nuevo ya está listo. La prensa yerra en encontrar voces que cuestionen la rebelión de los niños. Una mujer subiéndose a una micro lo explicita: ellos están teniendo el coraje que a nosotros nos faltó. Bravo por ellos. Piñera declara la emergencia y el vil soldado sale a la calle otra vez.

Sábado en la mañana, no hay semáforos, los barrenderos se demoran en remover los restos de barricadas en cada esquina, los esqueletos oxidados de las micros quemadas desordenan el lento recomenzar. Camino al aeropuerto nos adelantamos a un patrullero con dos pacos pasmados. El taxista se ríe: están duros, hay que pegarles cuando les dé el bajón de tanta droga. Es así, las filmaciones de policías consumiendo en servicio son ya noticia repetida.

Ariel, el taxista, tuvo una buena jornada de trabajo el día anterior. Al finalizar, llevó a cuatro obreras mayores que llevaban horas caminando para regresar a sus hogares. No tenían dinero para pagar el viaje, nadie antes que él las quiso llevar. Me dice, nos tenemos que cuidar entre nosotros. Los dueños del mundo no lo harán, con su avaricia y su codicia. Pero parece que los cabros chicos ya se han dado cuenta. Bravo por ellos. Me llegan mensajes de los amigos en Viña.

Empiezan frente al mar los cacerolazos. Seguirán todo el día, se sumarán comunas, volverán las columnas de humo, y finalmente le torcerán el brazo en esta batalla al títere que es Piñera.

Bravo por ellos.

(*) Carabineros

(**) Furgoneta, transporte

Edición: 3968


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