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Por Carlos del Frade
(APe).- -No es fácil que la calle te acepte – dice uno de los muchachos que desde hace años viene trabajando como acompañante personalizado en la ciudad de Rosario. Durante seis horas, de lunes a viernes, tiene que estar con pibas o pibes deambulando por las calles de la ex geografía obrera para que no mueran consecuencia de los negocios mafiosos que necesitan tragarse la vida de los estragados.
Chicas y chicos en situación de calle, institucionalizados, sujetos de derechos pero protagonistas de saqueos cotidianos. Dignidades demolidas por varios motivos. Muchos de ellos surgen de estos diálogos entre trabajadores comprometidos y algunos, poquitos, funcionarios sensibles.
Dicen los acompañantes personalizados que a estos chicos los pasean por los llamados “dispositivos” pero tanto los pibes como los empleados precarizados de la dirección provincial de niñas, niños y adolescentes, están cansados del circuito y tampoco hay dinero para la movilidad.
El problema se hace mayor cuando cae la noche y el estado, entonces, decide alquilar hoteles privados, en algunos de los cuales se ejerce la prostitución y las sustancias supuestamente prohibidas se venden con absoluta libertad. Y esas chicas, esos chicos que están acompañados necesitan un proyecto de vida que vaya por otro lado. No solamente no hay presupuesto adecuado sino tampoco organización interna para atender las necesidades de casi ciento cincuenta chicas y chicos que vagan todos los días junto a los acompañantes personalizados.
Los salarios de los acompañantes, comprometidos con la suerte de esas chicas, de esos chicos, varían de 900 a 7 mil pesos, oscilaciones que marcan el peso de la precarización laboral desde el mismo gobierno que alienta, desde los discursos, la integración y protección integral de las niñas, los niños y adolescentes.
El otro problema serio es la relación con los nichos brutales y corruptos de La Santafesina SA porque ellos también reconocen a las pibas y los pibes y los provocan: “Una puñalada al lado del río y se terminó. Se arregla fácil todo esto”, suelen decir los uniformados, los custodios de la seguridad del pueblo de la provincia.
Nadie sabe bien quiénes evalúan al personal, ya sea policías o acompañantes, qué criterios para qué perfiles. Son niñas, niños y adolescentes, materia sensible si las hay. Pero no parece importar demasiado.
Una funcionaria sensible que escucha las confesiones de los acompañantes retruca el nivel de perversión naturalizada: “Una chica llegó a vender su hijo por una rueda de motos”, dice. Las miradas cambian, la razón se conmueve con el relato y por un instante hay más rebeldía y bronca que resignación.
Hay un psicólogo para intentar contener a los 197 acompañantes personalizados que lidian contra esta ferocidad también conformada por la desidia y la indiferencia de estos nichos insensibles del estado.
-La calle te tiene que admitir – repite el acompañante. No cualquiera puede ser acompañante, no cualquier acompaña a estos pibes que parecen estar condenados de antemano.
Y cuando las chicas y los chicos institucionalizados pueden volver a sus familias suelen encontrarse con las bandas que, alguna vez, los amenazaron de muerte. Es indispensable un lugar protegido por algún buen nicho del estado y los gobiernos.
Mientras las funcionarias y los directores van sucediéndose en los pliegues de la Dirección Provincial de Niñas, Niños y Adolescentes; mientras las carpas, los paros y los documentos de los trabajadores denuncian los límites que impone el presupuesto; las chicas y los chicos a los que hace rato les robaron la infancia y adolescencia pelean por un presente con dignidad, un punto en la geografía existencial donde también haya, aunque sea, un cachito de felicidad para ellos.
Fuente: Entrevistas realizadas por el autor de esta nota.
Edición: 3279
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