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Por Carlos del Frade (*)
(APe).- “Sindicato Obrero de la Industria del Azúcar Las Toscas”, dicen las letras borroneadas de un galpón pintado a la cal en el extremo norte santafesina.
-Hace algunos años los que se hacían pasar por dirigentes se fueron y lo dejaron abandonado. Desde entonces estamos nosotros, los autoconvocados…-explica un hombre que durante veinticinco zafras viene trabajando en ese punto de la geografía.
La última vez que cobró lo hizo a razón de 2.500 pesos por quincena. La última zafra duró solamente diecisiete días. Era noviembre de 2018. Desde entonces no hubo más sueldos ni jornales ni posibilidad de pensar en algo parecido al significado de la palabra futuro.
No todos los hijos de los trabajadores temporarios del Ingenio “Las Toscas”, a más de seiscientos kilómetros de la ciudad de Rosario, podrán seguir la escuela. Algunos de sus padres intentan cazar un carpincho o pescar pero son inmediatamente perseguidos por los encargados de cuidar la fauna del lugar. Las changas como pescadores, entonces, se vuelven difíciles.
En la lista de despedidos hay 161 personas pero llegan a doscientas, según dicen los muchachos que funcionan como delegados del sindicato vacío.
Sostienen que del Ingenio Las Toscas, en realidad, viven casi mil familias de forma indirecta.
El empresario que los dejó al borde la ruta 11, se llama Raúl Del Fabro, “un prestamista interesado, solamente, en hacer excelentes negocios inmbolizarios”, sostiene el periodista Antonio Ávalos.
Medio siglo atrás, el cierre de un ingenio, el Tacuarendí, en la localidad homónima, a pocos kilómetros de Las Toscas, generó una fenomenal movilización social conocida como “el Ocampazo”, la marcha del hambre.
Aquella épica del norte profundo santafesino fue el prólogo de las ebulliciones sociales de 1969, como después quedaron registradas en la historia, el Cordobazo y los dos Rosariazos, entre otros.
Cincuenta años después, los 200 despedidos del ingenio Las Toscas no parecen interesarle a nadie.
Impusieron el miedo y quieren revivir la resignación.
-Pero si ya perdimos casi todo, ¿qué más se puede perder?. En realidad, no hay nada para perder – dice uno de los muchachos que, sin quererlo, ha devenido en legítimo referente de sus compañeros.
Desde el martes 12 de marzo de 2019, estos obreros desocupados se turnan para custodiar que no continúe el desguace que comenzó Raúl del Fabro, mientras esperan que la jueza que atiende la quiebra les permita funcionar como Cooperativa de Trabajo que están armando, y que "tienen un inversor". Los trabajadores permanecen frente a la planta, sin invadir la propiedad privada ni cortar la ruta.
Ellos están convencidos que el empresario Del Fabro está desmantelando el ingenio azucarero en complicidad con el administrador puesto por la sindicatura, quienes engañan al juzgado mandando fotos de supuestos trabajos realizados cuando en realidad, lo están desarmando.
El supuesto dueño del ingenio, de sobrenombre Yula, es el mismo que compró el ingenio azucarero de la ciudad de Villa Ocampo para convertirlo en un negocio inmobiliario de 500 millones de pesos aunque lo adquirió por solamente seis millones de pesos.
-Ahora hay gente con armas que cuidan las cosas que hay en el ingenio. Son gente que viene de Villa Guillermina y están armados – dicen los trabajadores.
En pleno siglo veintiuno todavía sigue vigente la lógica de mano de obra pesada, privada que, obviamente, cuenta con la vista complaciente de la policía provincial.
“Este ingenio tiene 70 años, han trabajado 7 generaciones y es nuestra fuente de trabajo. Nosotros no queremos que lo cierren y ante las actitudes de Del Fabro no queda sospechar otra cosa, en especial, cuando los vecinos del barrio ingenio nos avisan que todas las noches sacan cosas y maquinaria de la planta. Este señor Del Fabro cerró el ingenio de Villa Ocampo; todo lo que este señor toca lo destruye. Queremos que se vaya de acá y nos permita seguir teniendo nuestra fuente de trabajo”, resaltó Javier Avalos, uno de los trabajadores despedidos.
En noviembre de 2018, la información mediática sostenía que “las dificultades que ocasionó la lluvia para avanzar con la cosecha impulsaron a los administradores del ingenio a concluir la campaña. Estiman que quedaron cerca de 40.000 toneladas de caña en pie. Ya no hay superficie suficiente para que sea viable una próxima molienda”, remarcaban los diarios.
A raíz de las complicaciones climáticas de las últimas semanas, con lluvias que dificultaron el ingreso de cosechadoras a los campos, la empresa “El Riachuelito S.R.L” anunció el viernes 23 de noviembre que daba por finalizada la zafra de caña de azúcar 2018, iniciando el “proceso de liquidación de fábrica”.
“Se trata de la peor noticia para la cuenca cañera. Casi la confirmación del fin del cultivo en el norte provincial. La crisis, que viene madurando hace años, habría llegado a su etapa terminal ante la sumatoria de varios factores. Entre los principales puede mencionarse que los productores dejaron de sembrar y para el año próximo no habría casi caña para moler, lo que tornaría inviable la puesta en marcha del ingenio. Concretamente: sin complicaciones climáticas, en 2019 habría apenas 30.000 toneladas de caña para moler; mientras el ingenio precisa unas 150.000 para que valga la pena ponerlo en movimiento”, apuntaban las noticias.
Pero el drama de los 200 obreros despedidos del Ingenio Las Toscas contrasta con la buena suerte en el negocio inmobiliario de Yula, el empresario que los arrojó a la vera de la ruta nacional número 11.
No hay mucha dulzura en la vida cotidiana de los obreros del Ingenio Las Toscas.
Saben que se enfrentan a un empresario que no parece estar al margen de contactos importantes.
Mientras tanto los trabajadores se organizan como pueden ante el estridente silencio de la mayoría de los sectores políticos.
Postales de complicidades pero también sin duda, de esperanza, los trabajadores del ingenio azucarero de Las Toscas.
(*) Desde Las Toscas, norte profundo de Santa Fe, departamento General Obligado
Edición: 3839
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