Los nuevos abolicionistas

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Por Oscar Taffetani

(APE).- En Davos, 1999, adquirió rango de doctrina la Responsabilidad Social Empresaria. En sintonía, el entonces Secretario General de la ONU, Kofi Annan, lanzó el denominado Pacto Global, para “salvaguardar un crecimiento económico duradero en el contexto de la globalización...”

El Principio 5 del Pacto Global, ya convertido en doctrina, propone, taxativamente “abolir cualquier forma de trabajo infantil”.

Desde ese momento, gobiernos y corporaciones se han dedicado a vigilar y a castigar (supuestamente) a las instituciones o personas que en pleno siglo XXI se atreven a hacer trabajar a los niños; no importa si los niños tienen 9 o 14 o 18 años, si su patrón es una sociedad anónima transnacional, una pyme, un horticultor del suburbio o una madre desesperada y sin fuerzas para ser madre.

En la bolsa indiscriminada del trabajo infantil se equiparan la explotación y superexplotación de menores (una lacra que debe desterrarse, sin duda) con el trabajo de los chicos en economías familiares de subsistencia, y hasta la asignación al niño de trabajos domésticos como lavar la ropa, barrer el piso o cuidar a los hermanitos mientras mamá y papá salen a trabajar o a buscar trabajo.

Como consecuencia de los nuevos inventos y doctrinas -ya que no de la aparición de nuevas realidades- han surgido respuestas como los NATs (niños y adolescentes que trabajan), especie de sindicato infantil que procura atenuar mediante el cuentapropismo o el trabajo subsidiado la explotación de menores.

Está todo mal, verdaderamente.

Así como los sindicatos se desentendieron de la suerte de sus trabajadores pasivos, consintiendo la más grande exacción y asalto al sistema previsional argentino, en la década pasada, hoy consienten el atropello a su propia escuela de iniciación en los oficios. Y pierden -o ignoran- al niño trabajador.

Qué decir de los informales (otro eufemismo, para suavizar la masacre). A ésos no hay sindicato que los vaya a buscar, ni Estado que los contemple. Ésos aprenden en la escuela del no-trabajo, guarecidos bajo un no-techo provisto por un no-Estado, esperando la dádiva que humilla o entregándose a la muerte rápida del “paco”.

Marx, el anticuado

“En un contexto de pobreza, el trabajo doméstico infantil está generalizado y resta tiempo para la escuela y para el ocio”, dice muy suelta de cuerpo una funcionaria que encabeza la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil.

“Este movimiento social -los NATs- llegó tarde a la Argentina; en el Tercer Mundo, tiene varios años...”, escribe una periodista, cual si se tratara de una moda o de un avance tecnológico.

En medio de la confusión y a riesgo de parecer desactualizados, queremos recordarle a los nuevos abolicionistas que el trabajo no es necesariamente una tortura, ni una humillación, ni una tristeza.

El trabajo es el maravilloso camino que conduce a la transformación de la naturaleza, a la transformación de la sociedad y a la transformación de un orden injusto, llegado el caso.

Ni Marx, ni Engels, ni Fourier, ni Owen ni cualquier otro utopista del siglo XIX se habría permitido considerar al trabajo una lacra; y ninguno de ellos habría osado excluir al niño del mundo del trabajo, como tampoco de la escuela o del juego.

El trabajo, la escuela y el juego son dimensiones imprescindibles de la vida humana. El niño debe acceder a ellas progresivamente, de acuerdo con su cultura y su tradición. Pero no le debe faltar ninguna.

“Leyendo a Owen -escribió Marx- brota el germen de la educación del futuro, en la que se combinarán para todos los chicos, a partir de cierta edad, el trabajo productivo con la enseñanza y la gimnasia, no sólo como método para intensificar la producción social, sino también como único método que permite producir hombres plenamente desarrollados”.

Marx no quería abolir el trabajo. Marx quería abolir el trabajo servil y el trabajo esclavo. Quería abolir la explotación del hombre por el hombre.

Qué anticuado, Marx. No quería abolir el trabajo infantil. Quería acabar con la injusticia.

 


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