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Por Oscar Taffetani
(APe).- “Hay niños que no encuentran al hombre, caen antes, / se van sonrisa abajo, muerte abajo, se pierden / entre lo destituido que cae y se disgrega...” Los versos de Tejada Gómez vuelven a ser verdad, una dolorosa verdad, en su propia provincia. Porque en la tierra del sol y del buen vino, la de los troperos cantores y las maestras que madrugaban, uno de cada cuatro niños deja la escuela, deja el colegio o bien se cae, por alguna razón, del sistema educativo.
La estadística mendocina no es peor que la que nos llega de La Rioja, de Chubut, de Catamarca o la provincia de Buenos Aires.
Más de un millon de chicos -dice el registro oficial- fracasa cada año en las escuelas primarias y secundarias del país. La mitad de los adolescentes que ingresan al secundario -nos informa el Ministerio de Educación nacional- no lo termina.
"Hace 30 años -manifestó a la prensa Pablo Pineau, de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación- cuando la escuela expulsaba, había un sistema que incluía: el mercado laboral. Actualmente, cuando un pibe abandona la escuela, cae al vacío...”
Capitalismo piramidal
En el ensayo La escuela capitalista en Francia, publicado a mediados de los ’70, Charles Baudelot y Roger Establet analizan, mediante una fría y objetiva estadística, cómo se construía en el siglo XX la denominada pirámide educativa (es decir, cómo el sistema educativo francés producía la cantidad de peones de campo, personal de servicio doméstico, obreros, empleados, pequeños industriales y comerciantes, profesionales liberales y gerentes que el sistema económico necesitaba).
Aquel estudio, luego emulado y replicado en España y en los países anglosajones, terminaba con el mito liberal de la “igualdad de oportunidades” y también con otro mito, muy arraigado entre nosotros: ése que sostiene que los individuos que llegan al vértice de la pirámide son los de mayor capacidad y talento.
Porque existen, sin duda, voluntades y talentos excepcionales; individuos capaces de sortear obstáculos hasta cumplir con su ambición y su vocación. Pero no es el sistema educativo -revelan Baudelot y Establet- el ámbito donde esas voluntades y talentos más prosperan.
El delantal blanco igualitario que encarnaba el espíritu de la ley 1.420 es hoy más que nunca un detalle pintoresco, que no guarda relación con la auténtica máquina de discriminar, desalentar y expulsar que es nuestro sistema educativo, más allá de contadas excepciones.
“Las mediciones de la Encuesta Permanente de Hogares realizada por el INDEC -leemos en un artículo de Clarín publicado el 30 de octubre pasado- revela que entre los más pobres repiten más del quíntuple de chicos que entre los más ricos...”
El futuro malherido
Pero además, analizando la educación como una herramienta del Estado ¿por qué deberíamos pensar que en un agro hipertecnificado como el nuestro, en donde ya casi no se necesitan braceros, y en un modo de producción industrial robotizado, que no requiere más que unos pocos técnicos y obreros calificados para operar una planta, el sistema va a querer “producir” una masa desproporcionada de obreros rurales u obreros industriales?
En rigor, en un país periférico y de economía trasnacionalizada como es la Argentina, el sueño de la inclusión y la promoción social a través de la escuela es sólo eso, un sueño.
Por eso la pirámide educativa se achica proporcionalmente, tanto en la base como en el vértice, en relación con el crecimiento demográfico del país.
Pensemos que hay niños que están naciendo ahora, en alguna de nuestras crueles provincias, y ni siquiera tendrán la chance de entrar a la pirámide educativa.
Se los cargará el hambre, maldita sea. Y las fiebres y las diarreas y un abanico de enfermedades que no serían mortales si no se dieran en un contexto de pobreza y exclusión.
Esos chicos no tendrán ni siquiera la oportunidad de ser repitentes o desertores. Se caerán antes -¡ay!- sonrisa abajo, muerte abajo. Se perderán entre lo destituido que cae y se disgrega.
Después, están los otros, los que se caen de la escuela, porque un sistema con anteojeras ignora que sin vivienda ni salud ni unidad (aunque sea precaria) de la familia, cualquier educación es inviable.
Y por último, están los “desertores presentes” (así los llaman), los que van a la escuela y no aprenden, los que están en el aula pero “tienen ADD”. O bien están acechados por el paco. O por el alcohol. O simplemente porque levantaron la cabeza y entreabrieron los ojos para descubrir que en esta (dulce) tierra, no había lugar para ellos.
“Hacen falta militantes, combatientes de la Educación”, oímos decir a alguno. Por supuesto. Hacen falta militantes a secas. Hacen falta argentinos que no renuncien al sueño de un país para todos y un Estado para todos.
Los pronósticos -advertimos- son los peores. Nuestro futuro está herido de muerte, porque a nuestro presente le faltan niños.
Dicen que la escuela los perdió. Dicen que el sistema los perdió. Pero ésa no es toda la verdad. Fuimos nosotros los que los perdimos. Hoy esos niños nos están faltando a todos.
Edición: 1185
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