Los niños del Titanic

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Por Alfredo Grande
  (APe).- El hundimiento del Titanic fue un acontecimiento. Y un acontecimiento es aquello que desplaza el horizonte de lo posible. Toda revolución es un acontecimiento, aunque no todo acontecimiento tiene siempre una dimensión revolucionaria. La potencia instituyente del acontecimiento depende de muchas circunstancias. No todas previsibles, no todas controlables. Sin ir más cerca, el “que se vayan todos” de diciembre 2001 fue un acontecimiento. Desde ya, fue capturado por lo que denomino el alucinatorio político social. Piquete cacerola la lucha es una sola fue una de sus evidencias.

A pesar de todo, ese acontecimiento no quedó en nada. Sigue siendo la pesadilla recurrente de la casta gobernante. Cualquier cosa con tal de no habilitar otro 2001 especialmente durante un gobierno que debería enfrentar la masacre liberal. Para intentar anestesiar las rebeldías de las clases empobrecidas, la cultura represora recurre siempre al maquillaje encubridor. Estamos todos en el mismo barco. Si nos hundimos nos hundimos todos. Somos una gran familia. He aquí las verdaderas “fake news”.

El hundimiento del Titanic impactó a todos los pasajeros y tripulantes, pero no de la misma manera. Y esto es lo fundante. La cultura represora se maneja cómoda en el nivel de lo universal. De la generalización que casi siempre deviene banalización. “La guerra, la pandemia, la avaricia, las herencias de gobiernos anteriores, la democracia, la inflación”. La cultura represora abarca todo y no aprieta nada.
Es decir: nunca da las claves de por qué pasa lo que pasa. Describen lo que pasa siempre en el lugar del espectador privilegiado. Son comentaristas, que es el nivel más berreta de la acción política.

El hundimiento del Titanic fue el acontecimiento privilegiado para sostener la teoría reaccionaria de que las catástrofes afectan por igual a todos, todas, todes. Pues mal: no es así. En el hundimiento del Titanic en la tercera clase murieron proporcionalmente muchos más pasajeros que en primera clase. La lucha de clases estaba presente en cada segundo mientras el barco se hundía.

La hipocresía dominante intenta ocultarse construyendo escándalos de alto impacto mediático, banalizando la política a tiquis miquis personales. La cultura represora universaliza para encubrir, la cultura no represora singulariza para descubrir.

El hambre es un crimen, el hambre es una masacre, el hambre es la constante de ajuste de los negocios y negociados de la industria de la alimentación. El hundimiento de la economía real asesinará a los empobrecidos, y a los más debilitados entre los empobrecidos.

Niñas, niños y niñes terminarán la travesía marítima y terrestre de la peor manera. Argentina Titanic mostrará que ni siquiera la muerte iguala. Como escribió el filósofo León Rozitchner: si toda vida es cultural, toda muerte es cultural. Y agrego: en el caso de la cultura represora, se trata de la cultura de las muertes anunciadas.

Edición: 4146


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