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Por Alberto Morlachetti
¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera
para siempre su deudor? Yo lo vi, yo lo vi cuando era
niño y todavía no se me ha apagado en las mejillas la
vergüenza... Yo lo vi y me juré desde entonces su defensa.
José Martí
-I-
Antigüedad
(APE).- Podemos encontrar esclavitud en todos los pueblos antiguos, para ello basta echar una mirada a la historia de Caldea, Babilonia, Persia, de Egipto o del pueblo Hebreo. De las desventuras y miserias de los ilotas en Esparta, de los Clarotes en Creta o de las tristezas de los Sudras y de los Parias en la India.
Sociedades que basaban sus economías sobre hombres, mujeres y niños esclavos. Sus vidas eran la fuerza de trabajo que recibía lo mínimo necesario para reproducirse como herramientas y a quienes se les negó identidad humana.
Podríamos decir que la historia deparó infortunios para aquellos que abrieron los surcos y echaron las simientes, recogieron las mieses, al que cuidó de los ganados, al que remó sobre las amarguras del mar, el que levantó las moradas del amo y las obras majestuosas del orgullo y del ingenio humano: las termas imperiales, las murallas de Roma y el coliseo Flavio, la soberbia majestad de las pirámides y de la esfinge, los incomparables templos de Luxor y de Karnak, los restos de Nínive en Mosul y Korsabad, en las murallas de Babilonia y los jardines colgantes de Semírabis o el Partenón de Atenas.
Quizás en las grietas de estas grandes obras, en los ecos dormidos de las piedras se encuentren los lamentos y las nostalgias de los esclavos: el lugar donde palpita el pensamiento y el corazón de los hacedores de las grandes civilizaciones.
Los hombres considerados sabios y humanos como Hammurabi (1792-1750 A.C.) y Moisés (Siglo XIII A.C.) no la condenaron, se limitaron a regularla para el interés y buen orden del país.
Aristóteles -uno de los mayores pensadores de la antigüedad (384-322 A.C.)- dejó huellas profundas en los imaginarios. Pensaba en la esclavitud como un hecho natural donde algunos hombres -propiedad de un amo- han nacido para servir percibiéndoles como herramienta viva y sin alma, ligeramente parecidos a los humanos no podían recibir ni la amistad ni la perturbadora justicia porque los esclavos eran cosas como los bueyes no susceptibles de emociones ni derechos.
Tampoco el cristianismo favoreció su abolición a pesar del Nazareno. Ya en la antigüedad el mismo Apóstol San Pablo -en Carta a los Efesios- pedía sumisión y obediencia a los amos sirviéndolos “con temor y respeto”. San Pedro -en la primera epístola- aconsejaba a los siervos obediencia a los amos “no tan solo a los buenos y apacibles” sino también a los de “recia condición”. San Agustín (354-430) encuentra el origen o la “primera causa” de la esclavitud en el pecado: la considera un castigo de Dios según las culpas de los pecadores. Si se trastorna la ley que manda que se conserve el orden natural se debe reprimir con la servidumbre penal. San Agustín percibe la esclavitud como un medio de purificación y de elevación. Para el maestro y filósofo Orígenes (Siglo III) el esclavo cristiano es libre “porque su cuerpo quedará bajo la dependencia del amo, mientras que su alma no dependerá sino de Dios”.
-II-
En épocas más cercanas la libertad era para los pensadores del Iluminismo el más alto y universal de los valores políticos. Sin embargo, esta metáfora política comenzó a arraigarse en una época en que la práctica económica de la esclavitud -la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de pueblos no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto que a mediados de siglo todo el sistema económico de Occidente estaba basado en ella, facilitando paradójicamente la difusión global de los ideales iluministas con los que se hallaban en franca contradicción dice Susan Back-Morss.
Thomas Jefferson (1743-1826) autor principal del proyecto de Declaración de Independencia de los EE.UU. incluía un párrafo especial donde manifestaba que la posesión de esclavos es algo "contrario a la naturaleza humana". Tomás Paine (1737-1809), el más prestigioso de los intelectuales de EE.UU. y co-redactor de la Declaración de Independencia, dice que todos los “hombres nacen iguales y poseen derechos naturales iguales e inalienables”. Sus contemporáneos -no obstante- seguían a pie juntillas aquellos conceptos de Aristóteles: no puede haber injusticia, ni tampoco es posible la amistad con los esclavos "pues la amistad y la justicia no son posibles con respecto a objetos inanimados”.
Intelectuales ilustres como Montesquieu (1689-1785) -uno de los padres de la democracia actual- manifestaba que era impensable que Dios haya puesto un alma en un cuerpo negro. Hume en Inglaterra (1711-1776) pensaba que el negro puede desarrollar algunas cualidades, como el loro puede hablar algunas palabras. José Ingenieros calificó en 1905 a los negros como “oprobiosa escoria”, y que merecían la esclavitud por motivos “de realidad puramente biológica”. Contemporáneos como Jorge Luis Borges o Arnold Toynbee les resultaba “evidente la esterilidad cultural de los negros”.
Entre las más altas expresiones de dignidad humana no podemos dejar de nombrar -entre muchos- algunas vidas luminosas que se rebelaron contra la humillante esclavitud: Espartaco, Zumbi, Toussaint de Louverture, Malcom X, Martin Luther King. La memoria de esos nombres y la forma apasionada de hacer la vida.
-III-
Ya el Papa Nicolás V había autorizado la esclavitud en 1454, al otorgar a Alfonso V -Rey de Portugal- autorización para reducir a servitud perpetua a sarracenos y paganos. A partir de la Conquista de América la esclavitud toma nuevos bríos y ciertas características -como el color de la piel- pasaron a convertirse en símbolos de esclavitud. La inferioridad social empezó a verse como natural. El hombre negro se convirtió en el paradigma del salvajismo. El mismo Renacimiento europeo lo consideraba como una contradicción humana, como algo raro y al mismo tiempo imperfecto.
Para justificar la trata de esclavos, referida como "rescate”, muchos autores vieron en la práctica una forma de apostolado evangelizador. África no era tierra de misión, sino almacén natural de esclavos.
Es decir, el negro era pagano porque era negro, del mismo modo que el blanco era cristiano por ser blanco. De esta forma, los europeos no pensaban en seres humanos como lo eran ellos, sino en seres de otra categoría. Es lo que Frantz Fanon define como la invención del hombre negro por el hombre blanco. Una vez inventado este "negro" pagano y salvaje lo mejor que se podía hacer por él era sacarle de su tierra -llena de miserias espirituales- y la esclavitud en otras geografías se la “percibía” como un beneficio espiritual.
-IV-
Cerca del lugar del embarque, en tierra africana, se los marcaba con hierro candente para demostrar la pertenencia al negrero o a la compañía. Este procedimiento similar al del ganado se llamaba “carimbar” y causaba terror entre los africanos, que a veces preferían la muerte antes que someterse. La marca podía estar en la espalda, en el caso de los hombres, y en las nalgas, en las mujeres. Embarcados en condiciones infrahumanas, 300 o 400 esclavos, amontonados y encadenados en bodegas (un espacio mínimo de horror donde algunos sobrevivían porque otros morían) o por el banzo (tristeza que mata de no comer), llegaban a Puerto donde según la práctica, eran palmeados, medidos, para determinar valor y destino final. “Pieza de india” era un hombre o una mujer de contextura robusta, cuya edad oscilaba entre los 15 y 30 años, sin defecto alguno y con todos sus dientes. Los que no alcanzaban esas condiciones se llamaban “cuarto”. Los recién llegados recibían el mote de “negro bozal” mientras que a los que ya tenían un año de esclavitud se los conocía como “negros ladinos”. Para los que eran muy altos se reservaba el nombre de “negro de asta”.
A los niños africanos, en el Virreinato del Río de La Plata, se los llamaba “mulequillo”, (los niños esclavos hasta 7 años), ”muleque” (los niños-esclavos que tenían entre 7 y 12 años) o ”mulecón” (hasta los 16 años).
-V-
Basta recordar que, entre el inicio del tráfico a fines del siglo XV y su abolición a mediados del siglo diecinueve (con un despegue masivo después de 1690-1750), de 12 a 20 millones de africanos encadenados atravesaron el Atlántico. A esta pérdida deben sumarse los millones de seres -quizás un 40 por ciento del total- abatidos por la enfermedad, el hambre o la tortura mientras viajaban desde el lugar de captura hasta la costa donde abordaban los buques “negreros”. A esto se añaden 4 millones de almas que debieron cruzar el Sahara a pie para ser vendidas en los mercados de esclavos del Cairo, Damasco y Estambul. Para el África occidental y central occidental, la cantidad total de personas perdidas suma entre 24 y 37 millones, tomando como referencia las cifras más bajas. Algunos historiadores sitúan la pérdida africana entre 70 y 80 millones de hombres, mujeres y niños.
Darcy Ribeiro manifiesta que los esclavos fueron quemados por millones en América como si fueran carbón humano, en los hornos de los ingenios y en las plantaciones de caña, minas y cafetales. Tanto era así, que la vida media de un esclavo negro no pasaba de cinco a siete años, luego de su captura, conforme a la región y a la intensidad de producción de cada período. Tiempo suficiente para que rindiese mucho dinero.
En el siglo XVII, en la ciudad de Mariana, en Minas Gerais, en Brasil, todo expósito recogido de las calles o de los portales debería ser declarado a la Cámara Municipal, recibiría una matrícula y aquel que lo recogiera, tres octavas de oro por mes, para la crianza. Entre los años 1753 a 1759, fueron encontradas algunas de estas matrículas, donde la Cámara expresaba el propósito de no criar mestizos, mulatos, negros o criollos, exigiendo que además del certificado de bautismo, fuese presentado también una certificación de “blancura”, firmada por un médico.
Nunca antes había sido tan empobrecido y degradado el género humano. En ciertos momentos, parecía que todos los rostros bellos de nuestra especie serían apagados para sólo dejar florecer blancos y europeos.
-VI-
John Locke en 1690 afirma que “La esclavitud es un Estado del Hombre tan vil y miserable, tan directamente opuesto al generoso temple y coraje de nuestra Nación que apenas puede concebirse que un inglés, mucho menos un Gentleman, pueda estar a favor de ella”.
Pero la indignación de Locke contra las “Cadenas de la Humanidad” no fue una protesta contra la esclavitud de los negros africanos en las plantaciones del Nuevo Mundo, y mucho menos en las colonias británicas. La esclavitud fue más bien una metáfora para la tiranía legal, tal como generalmente se la utilizaba en los debates parlamentarios británicos sobre teoría constitucional. Accionista en la Compañía Real Africana, involucrado en la política colonial americana en Carolina, Locke “consideró claramente la esclavitud de hombres negros como una institución justificable”.
En la concepción de Locke, el origen de la esclavitud, como el origen de la propiedad y la libertad, quedaban completamente fuera del contrato social. Nacían “perfectas” en el estado de naturaleza. Siguiendo el razonamiento de Alessandro Baratta la exclusión de hecho o de derecho de la mayoría de nuestra población radica en la teoría y praxis del pacto social propio de la modernidad. Se puede considerar como un pacto de exclusión, ya que en realidad, a pesar de que el potencial declarado de sus principios es universal, fue un pacto entre individuos adultos, blancos y propietarios para excluir del ejercicio de la ciudadanía en el nuevo Estado que nacía con el pacto, a hombres, mujeres y niños humildes, y entre ellos -especialmente- los esclavos negros que no tienen calidad de sujetos y que “jamás serán un rostro y un nombre” ni podrán “devenir en espíritu de humanidad”. Nunca podrán discernir ni dar consentimiento al contrato para que los incluya: están fuera del mundo humano.
La Reina Isabel I de Inglaterra hizo noble a John Hawkins que, entre 1562 y 1569, trayendo esclavos de Guinea, había llegado a ser el hombre más rico de Inglaterra.
-VII-
Argentina y los negros
Las autoridades de Migraciones en el Aeropuerto de Ezeiza cuando vieron el pasaporte de María Magdalena Lamadrid, de 57 años, argentina, de quinta generación, descendiente de una pareja negra de esclavos de la época del Virreinato, parada frente a la ventanilla con su pasaporte en mano para viajar a Panamá le dijeron que no podía ser que fuera "argentina y negra". El pasaporte para ellos era falso. La Policía Aeronáutica la detuvo por 6 horas. Ocurrió el 22 de agosto del año 2002 (Diario Clarín 24-08-02).
Aquello de lo que no se habla, los negros, “lo que no tiene dolientes, palabras ni monumentos, se pierde”. A veces la historia silencia. Argentina es quizás el país donde se intentó con mayor énfasis descontaminar nuestra identidad de cualquier negritud. La población negra ha sido borrada de la memoria colectiva. Sin embargo la tensión en cuyo interior conviven la memoria y el olvido “parece haber tonificado la construcción de la experiencia humana desde los inicios del tiempo social”.
En el Virreinato del Río de la Plata el acceso a la educación era profundamente desigual. Los negros, mulatos, zambos, cuarterones estuvieron excluidos de todos los institutos de enseñanza. La orden era “solamente doctrina cristiana” y tenerlos separados “para que no se junten”. “Testimonio del fuerte arraigo del prejuicio racista es la historia del mulato Ambrosio Millicay, de quien consta en los libros capitulares de Catamarca que fue azotado en la plaza pública “por haberse descubierto que sabía leer y escribir”. Pena que se aplicaba “para escarmiento de indios y mulatos tinterillos, metidos a españoles”. El mulato había perseguido las palabras, y se abrazó a ellas, recorriendo la historia página por página. Quizás supo que la palabra y el dolor no conocen el olvido.
“Para graduarse en artes y teología en la Universidad de Córdoba, quedaba excluido -según las constituciones del padre Rada, dictadas en 1664- el que tenga contra sí la nota de mulato, o alguna otra de aquellas que tienen contraída alguna infamia”.
-VIII-
El censo de población de 1778 nos informa que la ciudad de Buenos Aires tenía 24.363 habitantes, de los cuales 7256 eran negros y mulatos. En el noroeste argentino -la zona de mayor densidad poblacional en aquellos días- sobre un total de 126.000 habitantes, 55.700 eran negros, zambos y mulatos. En Tucumán representaban el 64 por ciento de la población. En Santiago del Estero, 54%; en Catamarca, 52%; en Salta, 46%. En Córdoba sobre 44.052 pobladores el 60 por ciento eran negros, mulatos o mestizos. Para 1810 diversos estudios consideraban que la población de negros y mulatos constituía el 40 por ciento de la población total del virreinato, mientras que a fines de la década de 1880 la proporción se redujo a menos del 2 por ciento.
No obstante Bartolomé Mitre -según Daniel Schávelzon- escribió sobre los esclavos negros que “entraban a formar parte de la familia con la que se identificaban, siendo tratados con suavidad y soportando un trabajo fácil, no más penoso que el de sus amos, en medio de una abundancia relativa que hacía grata la vida”. Paul Groussac contestó duramente en 1897 al escribir que “Los negros y mulatos urbanos (...) pertenecían a la casa del amo o patrón, no ‘como miembros de la familia’ (...) sino como parte de su fortuna”.
La notable y planificada reducción de la población negra dio sustento a los pensamientos de José Ingenieros en 1910: “La civilización superior corresponde a la raza blanca, fácil es inferir que la negra debe descontarse como elemento de progreso”. Tal es el caso “de Argentina, libre ya o poco menos de razas inferiores”.
Es decir de aquellos de cuya existencia no se quiere saber -escribe Picotti- de la otredad que no se quiere asimilar, y que sin embargo forma parte de nuestra comunidad histórica “y cuyo no reconocimiento le impedirá ser una comunidad real, la condenará a ser ficticia, a un siempre-no ser-todavía”.
El silencio ha tenido consecuencias desmesuradas, extrañas y paradojales. A los nativos de estas tierras no se les concedió la razón de pueblo fundante, con el propósito de legitimar el despojo posterior y es rara la historia argentina que comience mucho antes del período de la Independencia de España.
-IX-
Durante la colonización española, Buenos Aires fue uno de los puertos principales para la introducción de esclavos. Ya en América niños y adultos eran conducidos al asiento de negros, vueltos a carimbar -al lado del estigma de fuego anterior- donde la compañía ponía sello y propiedad. Una cuarentena les curaba las heridas del viaje, los alimentaban y cuidaban para ser vendidos a buen precio en un mercado a cielo abierto donde desnudaban a hombres, mujeres y niños para que los compradores echaran la mirada y palpasen sus cuerpos y según la edad y fortaleza pagaban en monedas de oro el valor de sus personas. La humanidad misma se había convertido en una mercancía.
En 1708 se le concedió a la Compañía de Guinea (importadora francesa de negros) tener en nuestras costas un “asiento de esclavos”. En los tiempos en que la trata era ejercida por la Compañía Francesa, ésta adquirió un terreno ubicado al pie de las barrancas, al sur de la ciudad (aproximadamente Parque Lezama). En 1715 se instaló la South Sea Company (Compañía inglesa de los Mares del Sur) que construiría un depósito de esclavos en Retiro, cerca de la actual Plaza San Martín. En 1731 se trasladó cerca del actual Parque Lezama, entre Defensa y Bolívar.
La compañía propietaria de los esclavos los enviaba al norte, donde eran requeridos, especialmente en las minas del Potosí o a Lima o al Tucumán donde se los hacía trabajar en los cañaverales azucareros. También los compraban algunos artesanos locales con cierto poder adquisitivo para que vendieran por las calles lo que su amo fabricaba. A veces el Cabildo adquiría esclavos para distintas tareas, como la de pregonero o verdugo. Incluso las órdenes religiosas los buscaban para aligerar la tarea de los indios reducidos o de sus propios miembros.
Alejandro Malaspina escribía en 1770 (citado por el Abad de Santillán en su Historia Argentina), sobre la poca inclinación de los blancos por el trabajo manual y señalaba que en Buenos Aires había muchos esclavos negros. "Muchos de ellos se emplean en vender agua por las calles, subidos en sus altos caballos como timbaleros, otros, en peones de albañil, y en otros varios oficios mecánicos; por lo cual las más molestas de tales artes no encuentran sino muy pocos profesores blancos, y sale bastante cara cualquier mano de obra y sin honor".
Los blancos españoles consideraban las tareas manuales como una degradación de su estirpe. Los indios eran, para lo europeos, “escasos, remisos y poco dóciles”. Entonces, los negros fueron la fuente principal de los trabajos manuales: el laboreo de la tierra, la cría de ganado, la zafra, el servicio doméstico. Algunos se destinaban para entretener a los blancos: “Desde Oruro, a fines del siglo XVIII, don Manuel Villegas encarga a don Diego de Agüero, vecino de Buenos Aires, ‘cuatro negritas de edad, y tan lindas como la Cenonia’, pues las necesitaba con urgencia ‘para salir de encargo’. Y con machacona claridad colonial le detalla que ‘sean negras atezadas, rollizas y sanas, de 10 a 12 años’ (“Comercio y comerciantes coloniales”, por Lucas Ayarragaray, en La Nación del 12 de setiembre de 1926)".
La esclavitud estuvo en nuestro suelo durante varias centurias y, hasta el fin del siglo XIX, subsistió de alguna manera. La liberación de vientres en 1813 y la abolición de la esclavitud en 1853 no fueron tan categóricos como las solemnes declaraciones que los proclamaron y "el Código Civil sancionado en 1869 conserva vestigios de aquella repugnante institución cuando legisla sobre el trabajo de los criados de servicio", como bien lo expresa Arzac.
Ciertas formas de la esclavitud persistieron explícitas o encubiertas hasta fines del siglo XIX. Basta echarle una mirada a las publicaciones de la época.
-X-
La batalla de Maipú -quizás el mayor triunfo del Ejército de los Andes- se llevó innumerables vidas de los batallones negros de la infantería patriota. El mayor tributo a la liberación definitiva de Chile. La reconquista de Buenos Aires en 1806 y 1807, la campaña de San Martín quien reconocerá el valor de sus tropas negras, pero estos batallones no se unieron con los blancos. Los esclavos morirían en la lucha por la Independencia solos -negro con negro- en riguroso “apartheid”, en los valientes batallones séptimo y octavo de la independencia, en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada, en la Campaña del Alto Perú. En las guerras civiles y la de la Triple Alianza que destruyó al Paraguay y que signara “el destino colonial de América Latina”.
Los negros habitaban los barrios de mayor pobreza, que deben trasmitir “como legado”, “incluso como acto de fe”. Cuando la fiebre amarilla azotó Buenos Aires en 1871 -en medio del horror generalizado por la epidemia- el ejército rodeó los arrabales y no les permitió la migración hacia la zona que los blancos establecieron en el Barrio Norte para escapar de “la peste”. Los negros tributaron miles de muertos, acorralados por la epidemia y los fusiles.
En el Diario "El Nacional”, del 5 de enero de 1863, se puede leer: “Los negros viven y mueren entre nosotros poco menos como los irracionales y no nos recordamos de ellos sino para arrancarles a sus hijos y llevarlos de carnada a la guerra civil. Ellos olvidan la ingratitud de los blancos con la chicha y el tango”. Esa música conmovedora, nacida de la negritud, donde adquiere belleza “la capacidad que tiene el arte para devolver la dignidad a la vida”.
-XI-
El Semanario “El Proletario”, dirigido por Lucas Fernández, comenzó a publicarse el 18 de abril de 1858 con el objetivo de servir a los intereses de su gente. Su director reclamaba “democracia y libertad para los morenos de Buenos Aires”.
En el mismo sentido, la publicación gráfica “La Juventud”, destinada a ciudadanos negros, que aparecía cada diez días en la década de 1870, dirigida entre otros, por Gabino Ezeiza, en varias ediciones afirmaba luchar por “la libertad política y social”... “hasta el último instante en que tengamos vida... y podamos tener aseguradas nuestras libertades públicas y los sagrados derechos que se derivan de la naturaleza del hombre”.
En el periódico quincenal “La Broma”, en un artículo publicado el 11 de septiembre de 1879, se llama a los negros a no participar en las elecciones que se aproximaban: “Hermanos: La Broma no vende su conciencia (...) Se acuerdan de nosotros en los momentos supremos de la batalla, cuando podemos servir de carne de cañón”.
Ribeiro dice que las masas de millones de africanos, llevados a América como esclavos, o los indios destribalizados y reclutados en los ingenios y las minas, fueron utilizados en la condición de mera fuerza energética. Los negros habían perdido sus características étnicas originales, “porque además jamás pudieron volver a producir lo que consumían, ni a vivir comunitariamente para ellos mismos; convertidos en fuerza de trabajo o arrendada, vivían el destino de las mercancías humanas desculturizadas. Sus descendientes eran aquellos que no sabían el nombre de la tierra que pisaban, de los árboles que veían, de los pájaros que los asustaban”.
-XII-
Cuando los europeos llegaron a África llevándose de raíz sus mejores hombres y mujeres marcándolos como una propiedad y sembraban el hambre y la sed y los cantos de los esclavos -como un músculo bajo la piel del alma- lanzaban al mundo su música milenaria, percusión y plegaria. Sí, el grito del mundo.
Pero eso era entonces. Cuando había que ir a cazarlos y la carimba encendía su piel. Ahora por su hambre y su sed lanzan barcos de papel -se llaman pateras- que conocen el mar. Demasiadas veces han cruzado ese tramo que divide el primer mundo de esa tierra de secretos de luna. Demasiadas veces habían esquivado con éxito los arrecifes que elevaban las olas hasta los pájaros de la noche.
El mar devoró de un solo bocado a dieciséis en la isla de Fuerteventura, en el archipiélago de las Canarias. Intentaron noches tibias. Se atrevieron a subirse al sol de las espigas. Y creyeron que esta vez, por una vez, los monstruos del océano mirarían hacia otro lado. Pero ellos, como los define el diario El Mundo (17-04-04), no son más que “sin papeles”. Una carencia. Esa misma que los empujó al mar. Esa misma que los arrolló en la más injusta de las olas.
-XIII-
Epílogo
Los hemos convertido -por lo menos en nuestro país- en seres invisibles, innominados de la historia. Dina Picotti manifiesta que este egoísmo de clase y de cultura redujo al ser humano de los trabajadores importados africanos a un fantasioso “ser inferior” de negros y al de los propietarios europeos y descendientes a un no menos extravagante “ser superior” de blancos.
En 1891 Martí -cerca de las constelaciones mayores- se opondría a considerar que la piel blanca constituya un valor agregado que otorga derechos sobre otras personas “Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería (...) El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”. Para agregar: El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: "Mi raza"; peca por redundante el negro que dice: "Mi raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad.”
Fuentes consultadas:
· Abad de Santillán, Diego; “Historia Argentina”, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1981.
· Bobbio, Norberto y Bovero, Michelangelo; “Sociedad y Estado en la Filosofía Moderna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano”, FCE, México, 1996.
· Buck-Morss, Susan; “Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2005.
· De la Cerda Donoso de Moreschi, Jeanette C. y Villarroel, Luis J.; “Los negros esclavos de Alta Gracia. Caso testigo de población de origen africano en la Argentina y América”, Ediciones del Copista, Córdoba, 1999.
· Díaz-González, J. Joaquín; “¡Tú eres esclavo! La esclavitud en la antigüedad”, Casa Editorial Araluce, Barcelona, 1932.
· Fanon, Frantz; “Los Condenados de la Tierra”, Ediciones Fondo de Cultura Económica, México, 1977.
· González Arzac, Alberto; “La Esclavitud en la Argentina”, Editorial Polémica, Buenos Aires, 1974.
· Ingenieros, José; “Sociología Argentina”, Editorial Losada, Buenos Aires, 1946.
· Kechekian, S. F. y Fedkin, G. I.; “Historia de las ideas políticas. Desde la antigüedad hasta nuestros días”, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1958.
· Martí, José; “Obras Completas”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991.
· Pereyra, Osvaldo Víctor; “40 Glosas”, Buenos Aires, 2002.
· Picotti, Dina V.; “La presencia africana en nuestra sociedad”; Ediciones del Sol; Buenos Aires; 1998.
· Schavlezon, Daniel; “Buenos Aires Negra”, Emecé Editores, Buenos Aires, 1999.
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