Los muertos de La Matanza

Rehenes de un sistema que se profundiza

Más de 40 disparos y cinco muertes. Son las disputas de familias enteras que oscilan entre la precariedad, la pobreza extrema, la desesperanza, la fragilidad y la angustia. Suelen ser esos terrenos la sobra misma del sistema. Y las víctimas, eternos rehenes de la inequidad.

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Por Claudia Rafael

(APe).- Más de 40 disparos con armas de 9 milímetros, la muerte evitable de 5 personas, los gritos y la sangre regando el suelo expusieron el conflicto eterno: la lucha de los desarrapados por un trozo de tierra en el que vivir. Podrá haber múltiples razones que expliquen puntualmente el porqué de estos 40 disparos y de esas 5 muertes. Pero las causales de fondo no estarán escritas en la documentación penal que redacten policías, fiscales y jueces. Esas otras son la consecuencia feroz de un sistema perverso y está en el corazón mismo del modelo.

Esta vez fue en el barrio 8 de Diciembre, de González Catán, dentro del partido de La Matanza. Como tantas otras fue en Guernica, en Quilmes, en Almirante Brown, en Olavarría, en Moreno, en el Parque Indoamericano, en la Patagonia, en el Norte profundo. Son las disputas de familias enteras que oscilan entre la precariedad, la pobreza extrema, la desesperanza, la fragilidad y la angustia. Suelen ser esos terrenos la sobra misma del sistema. Sitios que ya no servían para más y fueron rellenados con basura, con baterías de automóviles, con restos de plomo que después, lentamente, se van metiendo en la piel y en las venas.

Un niño en los terrenos de la toma, el día después.

El feroz tiroteo puso la toma en el portal de todos los medios. O, quizás, ni siquiera el tiroteo en sí mismo sino las muertes. Que hicieron sonar las alarmas para un modelo acostumbrado a tolerar, hasta cierto punto, hasta que se tornan molestas para las instituciones, las formas desesperadas de vivir de los más empobrecidos de todos los empobrecidos que se vuelven rehenes de quienes se logran ubicar un par de escalones más arriba que la mayoría en la gestión de la tierra. Esos que vendieron varias veces cada pequeño lote de 10 metros por 30, demarcados por troncos y alambres. A unas 500 familias. Con un precio algo mayor para los que lindaban con el espejo de agua. Entre 20.000 y 1.000.000 pesos cada uno, según los distintos testimonios a la prensa. Y cobrando luego una serie de tasas truchas por los servicios de luz, seguridad y apertura de calles.

Cuando detrás de una toma de tierra hay, como se produjo en tantas ocasiones a lo largo de la historia, organización política, decisión comunitaria, planificación, debate y conciencia la resistencia ante los embates de la represión o de las formas de cooptación económica es posible. Se trata de tomas encaradas como parte de un sueño colectivo.

La radiografía de tomas como la que culminó este fin de semana en una masacre anunciada está a años luz. Son tomas derivadas de una desesperación que no ve salida alguna. En donde no hay sentido profundo de comunidad ni de estructuración colectiva. Y que, por lo tanto, imposibilita una resistencia organizada. Ante el Estado –como fue con la toma de Guernica- o, como en este caso, antes los grupitos de tinte mafioso que sienten que su cuota de poder será eterna.

Son las víctimas de un disciplinamiento que lleva décadas. En donde las estrategias suelen derivar de las formas de control económico o de las formas represivas. Ante las que, la exasperación y la angustia individual de los eternos rehenes de la inequidad no logran hacer pie para plantar bandera.

Fotos: Tomás Cuesta, La Nación


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