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Los niños y niñas sin juguetes no sienten rabia. No pueden, porque cuando la frustración es crónica deja de ser noticia, para decirlo en términos profanos. Filosofías de la resignación plantean que cuando no hay deseo, entonces tampoco hay frustración.
Por Alfredo Grande
(APe).- “El juguete rabioso” es una novela de Roberto Arlt. Su título original era “La vida puerca” pero ya en 1926 alguien pensó que era demasiado violento ese título. Hoy diríamos que no era “políticamente correcto”. Como la mujer del César, los títulos pueden serlo, pero no parecerlo. Muchos consideran que hablar del horror es horroroso, hablar de la desesperación es desesperante, hablar de la tristeza es triste.
Por lo tanto, se puede hablar de todo. Pero siempre con el maldito eufemismo del “vaso medio lleno”. Lo que implicaría una actitud positiva. Podemos ser críticos, pero no podemos ser amargados. La figura del payaso mala onda es ilustrativa. No muy diferente del “mobbing” que supone adjudicar la condición de mufa a una persona. Lo que no deja de banalizar la cuestión política de fondo.
La categoría conceptual y por lo tanto política y por lo tanto cultural de “juguete rabioso” intenta dar cuenta de la rabia de los juguetes que desearían estar con los niños pobres que tienen hambre y, sin embargo, una vez más, irán a las manos de los niños ricos que tienen tristeza. En otros términos: los niñas y niñas sin juguetes no sienten rabia. No pueden, porque cuando la frustración es crónica deja de ser noticia, para decirlo en términos profanos.
Algunas filosofías de la resignación plantean que cuando no hay deseo, entonces tampoco hay frustración. Todavía no hay una ley para abolir el deseo, como el cantautor Sabina plantea en “Eclipse de mar”.
El deseo siempre tuvo la marca del pecado. Pronto será delito. Pocos se dan cuenta de que entonces los rabiosos son los juguetes. En sus góndolas, en sus estantes, miran el desfile de los privilegiados, de los garcas que todo tienen, y cuando pueden, intentan sonreír a los niños y niñas que los miran detrás de las vidrieras. Con las ñatas contra el vidrio, como si cada juguetería fuera un infantil cafetín de buenos aires.
Pero la rabia, la bronca, ni que hablar del odio, son palabras malditas para la cultura represora. Nos tiramos con ondas de amor y paz, en medio del combate cotidiano. Las bajas no se contabilizan, porque pobre que resiste sirve para otra guerra. Para los juguetes rabiosos es mucho peor. Porque su propia condición de juguete le exige, le obliga a transmitir alegrías, aunque esas alegrías sean un producto más del marketing capitalista. Nobleza obliga. La nobleza del juguete también obliga.
Hace décadas hubo una telenovela muy popular. “Qué mundo de juguete” Quizá en esa época no había juguetes rabiosos. O yo no me di cuenta. En la actualidad de la cultura represora, el mundo sigue siendo de juguete, pero pasamos de la rayuela al mortal kombat. Y del deporte a la industria transnacional del fútbol asociado.
Jamás estaré al nivel de Juan Filloy en su “Diatriba contra el fútbol de hoy” (2013) Lo que puedo agregar es que el fútbol de hoy es otro juguete. Altamente sofisticado, delirantemente rentable, pero, de cualquier manera, presencialmente para pocos, a través de pantallas para muchos, al alcance de todos. Un fútbol bien jugado se convirtió en el juguete más usado. Quizá el único juguete que no está rabioso.
Otra fiesta de todos. Todas. Y todes. La marca Messi levanta las acciones de la marca argentina. Pero a los casinos, a los mercados bursátiles, no entran todos ni todas. Y a las jugueterías tampoco. El tercio que se lleva todo alcanza y sobra para sostener el alucinatorio político social deportivo del paraíso nuevamente alcanzado.
Hoy tocamos el cielo con las manos por una copa dorada ya que no pudimos hacerlo por una revolución triunfante. Nos alegramos por un nuevo nieto recuperado mientras siguen matando pibes y pibas por gatillo fácil y hambre más fácil todavía.
El otro día me paré en una juguetería. Tuve la sensación de que los juguetes estaban rabiosos. Pensé: o empiezo a medicarme o escribo un texto. Es obvio que elegí escribir un texto. Pero no puedo dejar de pensar que a lo mejor este texto y otros que he escrito son también mis juguetes rabiosos.
Si así fuera, me parece que mi destino y mi deseo es seguir jugando.
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