Los invisibles de los Campos de Refugiados

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Por Silvia Carrizo (*)

(APe).- “My friend”, “my friend” es el eco multiplicado que se escucha cuando una persona que se adivina “blanca y europea” camina entre las miles de carpas armadas en las vías de la Estación de Idomeni (Grecia). Decenas de niñas y niños buscan atraer la atención de alguien que ayude a su madre y les ayude a ellos a llenar la panza, a tener un calzado que no les cocine los pies. O un jabón que les borre el olor a sudor acumulado de días al sol, mezclado con la basura que se quema para encender un fuego y calentar una lata con algo de comer.

Cada vida es una e irrepetible, pero el capitalismo está acostumbrado a entenderse en números. Las estadísticas parciales ofrecidas por Organización Internacional para 

las Migraciones (OIM), marcan que de las 382.000 personas emigrantes y refugiadas que habían entrado en Macedonia entre junio y diciembre de 2015, el 51,4% eran hombres adultos; el 16,9% eran mujeres adultas y el 29% eran menores (esta cifra no está desagregada por sexo).

 

Haida: Sus ojos negros nos interrogan, llegó con su padre un maestro de escuela al campo de Eko Station. Vienen de Alepo, Siria. Su mundo de niña de once años se derrumbó junto con la casa que sepultó a sus abuelos y primos en uno de los tantos bombardeos que dinamitan la vida de miles y miles de personas. Su madre y hermana sobreviven en medio de la guerra, a la espera de que ella y su padre lleguen a Alemania y pueden rescatarlas. Cada día su ilusión y la alegría son los dos tildes azules del whatsapp, que le traen la certeza de que su madre vive, mientras ella está perdida en un lugar sin destino, ni horas, donde cada día es igual al otro.


Según cifras ofrecidas por ACNUR, del total de personas llegadas a Europa por el Mediterráneo entre enero de 2015 y enero de 2016, el 49% eran hombres; el 19%, mujeres y el 31%, niños (esta cifra no está desagregada por sexo.). En resumen, la mitad de las personas refugiadas son mujeres y menores de edad. Las organizaciones internacionales estiman en 10.000 el número de niños y niñas “desaparecidos”, sin contar los ahogados en el Mediterráneo.

En contexto de guerra, marginación social, pobreza extrema las violencias se descargan sobre los cuerpos y la vida de las mujeres y de los infantes. Las niñas y las personas con necesidades especiales son el último eslabón de esta cadena de injusticia y desigualdad.

Adina: El shayla (pañuelo rectángular que cubre cabello y el cuello) le recorta su rostro de niña. No habla, apenas comparte momentos con sus vecinas de carpas, pasa el día con la vista muy lejos del campo de Idomeni. Sólo parece descender de sus pensamientos cuando su marido, un hombre que -notoriamente- le duplica la edad, la llama. A él se dirige llamándole  syd ( señor). Camina lento, acarreando los baldes con la ropa lavada, debajo de su túnica se dibuja su avanzado embarazo y en su cara se adivina la  pregunta sin respuesta: “¿dónde nacerá mi niño?”.

 


Las niñas y los niños que viven en los campos de refugiados de Grecia, además de pasar hambre, de vivir a la intemperie, de soportar las condiciones climáticas, sufren el stress de la guerra, la pérdida de seres queridos, familias rotas y viven una vida que no comprenden. Hasta antes de terminar con su familia en las vías de una estación de tren, iban a la escuela, tenían actividades extra escolares, andaban en bicicleta, tenían un habitación camas, juguetes. Tenían la vida marcada por el calendario de la infancia: cumpleaños, vacaciones, fiestas religiosas, fiestas familiares, amigos, primos, hermanos. Todo desapareció con el estallido de una bomba y nunca volverá.

En los campos de refugiados no está Unicef; Save the Children y otras organizaciones atienden los temas de la infancia y alertan que niñas y niños están siendo traficados con fines de explotación sexual, tráfico de órganos y explotación laboral. Esto ocurre a diario a través de las mafias que operan en los campos a plena luz del día, cerrando viajes. Como en todo hay “mafia buena” que cierra un trato cobra y “lo cumple” y “mafia mala” que cierra un trato y a mitad de camino cambia las condiciones. Son miles las personas que no llegaron a los campos de refugiados de Alemania y sus familias han perdido el rastro.

Todas las personas que viajan con redes de traficantes, saben que el viaje incluye permanecer encerrado entre 4 y 5 días en un depósito en algún punto incierto de Bulgaria, riesgo que se asume en la búsqueda de un futuro.

 

Halima: No conoce miedo, no le asusta no ver a su madre. Con sus cuatro años, recorre el campo de refugiados, buscando ayuda para su madre. Halima de ojos negros y rizos morenos enmarañados, descalza, arrastra botellas con agua, hace cola para un pedazo de pan y sabe identificar en la multitud las personas que no son “refugiadas” y corre a ellas para tironear de la ropa y decirles “mam...baby… mam... baby”. Con su manitas pegoteadas y sucias guía a sus invitados entre carpas y vagones hasta la carpa donde está su madre con sus hermanitos bebés. Dos palabras y su sonrisa alcanzan para comprender y entender, algo que en Bruselas no pueden ver.

 


Las niñas y los niños no desaparecen sólo en los viajes, desaparecen de los campos ante la indiferencia de las autoridades e instituciones que no responden a las denuncias de las madres, porque no hay registros, pasaportes, documentos que digan que esa niña estaba en Grecia. Ninguna institución de gobierno busca a un menor secuestrado en los campos de refugiados, así de cruel es esta realidad.

Las niñas están expuestas constantemente a la violencia, el abuso y el acoso sexual. Es común ver adolescentes de 13 y 15 años, emparejadas con hombres adultos. Algunas a través de matrimonios forzados y otras buscando que las protejan de los otros acosadores. Todas vidas rotas cuando empezaban a florecer.

La lista de violación a los derechos humanos, los derechos de las mujeres y de la infancia es interminable y cada agravio es una vida que se maltrata. Ninguna sociedad puede desarrollarse en paz, equidad y justicia cuando descarga violencia e indiferencia sobre cientos de miles de personas que buscan paz.

 

(*) Especial para APe, tras su estadía en el campo de refugiados de Idomeni.

 

 

Edición: 3155

 


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