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Por Alfredo Grande
(APe).- Ser abanderada de los humildes no es poca cosa. Siempre los abanderados fueron los más cercanos a los poderes de turno. Desde la escuela primaria en la cual el abanderado no era siempre el mejor, sino aquel cuyo padre tenía más poder y más influencia. En las formaciones militares y empresariales los abanderados son aquellos que sin pudor ni asomo ético alguno, llevan a los mejores fines sosteniendo los peores medios. La bandera dejó de ser emblema de las luchas emancipatorias para terminar siendo ornamento de los pactos de la entrega y la explotación.
Desde la erudita sencillez de las personas de bien, Evita se dio cuenta que ser abanderada de los humildes, de los pobres de la tierra, tenía consecuencias políticas e ideológicas de las cuales no se podía desentender. Por eso la profecía de Evita que intentó unir el peronismo con un destino revolucionario. El anatema del “no será” es contundente. No habrá peronismo sino en la continuidad histórica y política desde los humildes y los grasitas hacia un movimiento obrero combativo y clasista. El Cordobazo fue el acontecimiento que hizo de la profecía un actual necesario. El cuerpo de Evita fue el escenario donde la cultura represora puso en superficie una de sus más crueles paradojas. El peronismo para seguir siendo tenía que sostener un devenir revolucionario.
Sin embargo, tenía a su enemigo principal no en el exterior gorila y reaccionario, sino en su más profundo interior. El General Perón fue el creador pero a su vez, simultáneamente, el que arrasó con la profecía “será revolucionario”. El acontecimiento del 17 de octubre fracturó el paradigma político representativo en la Argentina. De puertas afuera, Perón era simpatizante del eje Roma-Berlín. De puertas adentro, fue el constructor del más poderoso movimiento de masas en la argentina. Pero las masas no tienen un devenir revolucionario, al menos no necesariamente. Depende de la conducción.
Obviamente, no solamente es bien diferente pensar en términos de comunidad organizada que pensar en términos de la dictadura del proletariado. Y no sólo es diferente sino que es incompatible. Sin embargo, y esto es importante, en los buenos tiempos de las décadas y presidencias ganados, pueden coincidir proyectos incompatibles. A esto lo llamo nivel convencional encubridor. ¿Encubridor de qué? De lo fundante. En este caso, la contradicción insalvable entre capital y trabajo.
Cuando se gana, o al menos se cree en el triunfo absoluto, no es necesario que los olvidos oculten las penas.
Pasa lo mismo con los matrimonios: mientras el lubricante universal funcione (sexo y dinero) aunque las vaquitas sigan siendo ajenas, la armonía y el contento de la “familia unita” se sostiene con el mantra “dios proveerá”. La versión política de la familia unita es que lo que denomina consenso, versión light y prostituida de la lucha de clases. Consenso entre buitres y carroña. Consenso: es decir, pactos perversos entre las diferentes corporaciones que organizan, gestionan y administran el pensamiento y ser nacional.
Con una columna vertebral que armoniza y pegotea lo incompatible: el Estado. Del cual nada sabemos pero al cual todos pertenecemos. El Estado somos todos, dicen que dicen. Claro: algunos son de planta permanente, otros contratados, otros becados y otros con contrato basura. Y otros muchos lo financian con impuestos regresivos al consumo. Pero el Estado debe ser uno de los principales empleadores de la Argentina. Estado – Patrón. El Estado Patrón Benefactor logra clausurar, esterilizar, castrar, amputar toda epopeya liberadora. “El Estado es mi pastor, nada me faltará”.
Para eso solamente necesita un buen rebaño, digno de tan buen pastor. A ese consenso entre Pastor y Rebaño algunos lo llaman “gobernabilidad”. Una delirante alianza de clases entre victimarios y víctimas, donde se combata al Capital en abstracto pero se hacen pactos en concreto con los capitalistas, es el mejor reaseguro de que el peronismo no será. El radicalismo monopolizado por el partido radical, no tiene ese problema porque su horizonte es el progresismo, que es algo así como la caricatura grotesca de cualquier proyecto emancipatorio.
La social democracia y el social cristianismo terminan donde empezaron: en la negación maníaca de la lucha de clases y por lo tanto la urgente necesidad de optar por el mal menor renunciando sin pena ni gloria a obtener el bien mayor.
Alfonsín prolongado en De la Rúa o Cámpora heredado por Menem deberían ser lecciones históricas suficientemente contundentes de porque la tibieza genera los vómitos de Dios. Y ya sabemos: vómitos de Dios, vómitos del pueblo. Hace poco escuché una entrevista a Sergio Berni realizada por el alter ego de Longobardi en Radio Mitre (vade retro Magnetto). Lo único que faltó fue un beso de lengua.
La derecha siempre acuerda. Represión a los compañeros de Lear como parte del proyecto nacional y muy popular. Resucitar la teoría de los dos demonios para encubrir el exterminio de un Estado a un pueblo. Por eso condenan la guerra, pero propician el exterminio.
El relato de tan nacional y tan popular, es sostenido a rajatabla y a rajadólar por el sistema financiero. Quizá el sector que más ganó en la década ganada. Hasta intentaron “prestar” algunos millones para impedir el default. Lamentablemente, el mayor default es político y cultural. Es acá donde Evita tuvo algo para decir, y donde tenemos mucho para escuchar. Su anticipo fue optimista.
El “será revolucionario o no será” no la coloca a mi criterio ni como “evita capitana” y tampoco como “evita montonera”. Apenas como una sufrida mujer, víctima de las violencias de clase y de género que en su máxima gloria se asomó al futuro más siniestro: “ser revolucionario o no ser”.
El cáncer de Evita fue Perón. O sea: el cáncer fue la marca de la contradicción insalvable entre el capital y el trabajo, entre los empresarios y los humildes, entre la justicia social y el capitalismo. Por eso renunció a los honores de los explotadores y prefirió la lucha de los explotados. Con una limitación: su amor por Perón. El corazón de Evita siempre tuvo razones que la razón revolucionaria no podrá entender. La contra revolución libertadora fue posible por el efecto devastador de esos amores que matan.
Isabel Martinez de Perón, patrona de la triple A, fue la máxima traición a esa bandera de los humildes con la cual Evita quiso abrigarse. Nadie pudo defender a Perón del propio Perón. La masacre de Ezeiza fue la continuación de la Contra Revolución Libertadora por otros medios. Pero una remake agravada y aumentada.
Videla subió con mucho la apuesta represora de Aramburu. Videla murió sin ser excomulgado, en la piedad del Señor, sin arrepentirse de nada ni de nadie. Supongo que Aramburu tampoco, ni siquiera de haber traicionado a Lonardi, que firmó su sentencia de muerte cuando proclamó: ni vencedores ni vencidos. En el capitalismo, cuanto más serio peor, hay vencedores y hay vencidos.
Por eso el peronismo que apuesta al no ser revolucionario, termina con la alegre resignación universal de ser gerenciador de la contra revolución. Pero eso sí: sin piquetes que impidan el tránsito fluido. De casa a la autopista, de la autopista a casa. Evita sufrió en el desgarramiento de su cuerpo la mortal decisión de servir a dos amos. Yo espero que vuelva. Y que sea millones de revolucionarios que sepamos levantar las banderas que unen y que sepamos quemar las banderas que separan. Bandera de la unión de todas las izquierdas. Y cuando esa sea nuestra lucha y única lucha, serán nuestros también los honores.
Edición: 2745
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