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Por Oscar Taffetani
(APE).- En 2002, la Argentina se cayó del mapa. Dejó de existir en las plazas financieras y los mercados internacionales. Hablar de la Argentina en la Bolsa de Nueva York era mentar al diablo.
Aquel mismo año, una “cabalgata de celebridades” (así la llamaron los medios) desfiló por el salón principal de la Bolsa, para hacer sonar la tradicional campanilla de apertura y concitar, por unos pocos segundos, la atención de los inversores.
Este 20 de septiembre, a cuatro años de aquella cabalgata de celebridades, el invitado a hacer sonar la campanilla es Néstor Kirchner, presidente de la República Argentina.
¿Cómo un país caído del mapa en 2002, con hordas famélicas que saqueaban los supermercados, en cuatro años pudo haber cambiado tanto?
En rigor, no era totalmente cierta aquella Argentina demonizada de 2002. Como no es enteramente cierta ésta que muestra Kirchner en 2006, invitada a tocar el timbre en un templo del capitalismo.
Si uno fuera estadígrafo o economista, desnudaría la verdad a fuerza de datos. Datos del hambre y la desocupación, datos de la exclusión y el abandono. Y si fuera poeta, compondría unos versos como aquellos de la Elegía a Jesús Menéndez, de Guillén (“Sangre Menéndez al cierre, / 150 puntos 7/8, con tendencia al alza...”).
Pero no somos estadígrafos ni economistas ni poetas. Intentamos apenas ser cronistas, laboriosos cronistas de nuestras paradojas y tristezas.
Recuerdo del presidente Illia
Arturo Illia era un modesto médico de Cruz del Eje, Córdoba. Y le tocó ser candidato a Presidente en unas amañadas elecciones dispuestas por el poder militar, en las que estaba proscripto el peronismo. Ganó esas elecciones y llegó a Presidente, en 1963. Su primer acto de gobierno fue anular la proscripción del peronismo. El segundo (o tercero), anunciar la anulación de los contratos petroleros.
Rápidamente, Washington envió a su Secretario de Estado, Averell Harriman, a reclamar por la falta de seguridad jurídica. “Los hemos anulado -respondió Illia- por una razón política: porque interfieren la soberanía económica de la Argentina. La resolución del Gobierno argentino supera cualquier explicación de carácter jurídico”.
De todos modos, el 15 de noviembre de 1963, con sustento jurídico, fueron dictados los decretos 744 y 745, que declararon “nulos, de nulidad absoluta, por vicios de ilegitimidad y ser dañosos a los derechos e intereses de la Nación, los contratos relativos a la exploración y explotación de petróleo suscriptos por YPF”.
Obviamente, Illia nunca fue invitado a conocer Wall Street, ni a hacer sonar la campanilla en la Bolsa. Ni tampoco pudo terminar su mandato, derrocado por un golpe militar en 1966. Sin embargo, los índices de crecimiento durante su breve gestión (8 y 7,8 por ciento del PBI) fueron los más altos de la segunda mitad del siglo XX; la tasa de empleo fue récord y el salario real de los trabajadores se incrementó en un 6,2 y 5,4 por ciento. Todo pese a la anulación de los contratos...
Un poeta en Nueva York
Héctor Timerman, cónsul argentino en Nueva York, saludó la presencia de Kirchner en la Bolsa: “Antes, dijo, no nos recibían, la gente se iba del país y ahora el centro financiero más importante del mundo hace un reconocimiento de que la Argentina se está esforzando...”
En los días previos al viaje, Kirchner firmó un acuerdo con Enarsa, Petrobras y Repsol, para exploración de un enorme yacimiento de petróleo frente a las costas de Mar del Plata. También envió al Congreso, con directivas para su aprobación, el proyecto de Ley de Incentivo Fiscal a la Exploración Petrolera, que otorga nuevas concesiones y desgravaciones, por el término de 10 años, a empresas que debieron haber explorado -cumpliendo con los pliegos de concesión- en el decenio anterior.
En los cuentos infantiles se conocía como “el hombre de la bolsa” a un ogro que se llevaba a los chicos que no se portaban bien. Antiguas leyendas de gitanos y un perdurable libro de Collodi (Pinocho) alimentaron por generaciones ese mito. Pero en 2006, cuando nuestros niños ya estaban por superar aquel traumático relato, los diarios y la TV se ocupan de darle vigencia.
Hoy los hombres de la Bolsa no son viejos mitológicos, que hacen desaparecer a los niños. Son seres de carne y hueso, funcionarios que disfrazan con palabras como “crecimiento” el espantoso aumento de la desigualdad, y que ven promisoria la perspectiva de cultivar soja en los balcones de las casas y extraer petróleo hasta en las playas de la Feliz.
En 1929, luego de inscribirse para un curso de otoño en la Universidad de Columbia, Federico García Lorca fue invitado por su amigo Federico de Onís a hacer una primera caminata por Wall Street. Al volver a la residencia de estudiantes, escribió en su libreta un verso surrealista: “De la esfinge a la caja de caudales, hay un hilo tenso que atraviesa el corazón de todos los niños pobres".
Obviamente, tampoco Federico fue invitado a hacer sonar la campanilla. Días después, vino el crack de la Bolsa. Seis años después, lo asesinaron.
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