Los hermanos Tejada: caricias del viento norte

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Por Mariano González Vilas

(APe).- Alrededor de 50 días pasaron desde la última vez que los hermanos Tejada respiraron las caricias del viento norte sobre la piel curtida de años y golpes. Esteban, Manuel, Avelino, Rogelio y Ricardo Tejada, cinco hermanos Wichís de la comunidad del Colorado (Satuktes), Ramón Lista, Formosa; continúan pagando el largo calvario de una causa sin más sustento que el castigo que se desploma sobre los hombros de los que luchan por sus derechos. Diversos organismos de Derechos Humanos y organizaciones sociales se han solidarizado y movilizado por los hermanos, exigiendo la liberación inmediata. En ese sentido, una delegación viajó días atrás a la ciudad de Las Lomitas, Formosa, donde se encuentran detenidos los Tejada para brindar su apoyo. Entre las personas que viajaron se encontraba Nora de Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora, quien sufrió en carne propia la desidia e impunidad del poder y la negación de la posibilidad de visitar a los hermanos, desconociendo así a uno de los íconos inclaudicables de la lucha por los derechos humanos, la verdad, la memoria y la justicia.

La madrugada del 28 de julio, efectivos policiales ingresaron al territorio wichí para llevarse a los cinco hermanos Tejada, bajo la acusación de “robo a mano armada en poblado y en banda” sumándole luego la acusación de “resistencia a la autoridad”. La mañana parió el dolor en la comunidad, mientras las aves poblaban los árboles presintiendo un extraño devenir. Los perros ladraron inútilmente a los uniformados. 

Una coartada viciada de irregularidades fue el disfraz donde se camufló la intencionalidad de castigar a los que defienden con su vida al territorio y al ser comunitario. La versión sobre el allanamiento, que según los efectivos se desarrollaba normalmente hasta que los hermanos Tejada se resistieron violentamente al mismo, choca no sólo contra el relato de los Tejada, que se encontraban durmiendo a las 7:00 am. resistiendo a la modorra matinal cuando la policía se presentó, sino también contra el detalle del inusitado número de efectivos que se hicieron presentes en la comunidad. Alrededor de cien uniformados ingresaron portando armas largas, un número exageradamente alto para la realización de un allanamiento “pacífico”. A su paso derribaron puertas, balearon a Ricardo Tejada, quien aún posee perdigones en su pierna y un brazo quebrado por las balas. Todo esto ante los ojos de sus mujeres e hijos a quienes también golpearon salvajemente en la víspera del sonido de la campana que anunciaba un nuevo día escolar.

La suerte de los Tejada se escribió en las altas torres del poder, aquellas en la que el barro de abajo incomoda. La escribieron las mismas manos que mueven los hilos de la muerte y el olvido. El problema se suscitó cuando un criollo, vecino de la comunidad (Silvio Tedín), pretendía alambrar un espacio vital de tierra para el desarrollo de la comunidad. A su encuentro salieron los Tejada, entre ellos Avelino, cacique de la comunidad a pedir explicaciones al respecto. El vecino se mostró conciliador ante el pedido de los Tejada y prometió volver al día siguiente para solucionar la situación y en señal de compromiso dejó una moto como garantía. Luego de abandonar el lugar, el vecino se dirigió a hacer la denuncia (en la cual jamás acreditó ni su identidad ni la documentación pertinente que avale la posesión de la motocicleta denunciada) por robo con armas de fuego. La denuncia fue respondida con sorprendente rapidez por el juez Francisco Orella, quien ordenó de inmediato el allanamiento. La contundencia de la justicia aflora cada vez que es necesario reprimir a los que no se callan, contrastando con la lentitud y la desidia que muestra cuando aquellos que no se callan pretenden denunciar los atropellos sufridos. Los Wichí en incontables oportunidades han radicado denuncias de todo tipo sin siquiera obtener de ellas instrucción por parte de la justicia. Sin contar los numerosos casos en que la policía se niega a tomar sus denuncias. Lo sucedido no responde sólo al hecho puntual descripto, sino que es la forma que el poder encuentra para frenar a los Tejada, es la consecuencia de un largo derrotero de luchas que los hermanos Tejada vienen dándole a las petroleras de la zona y al Estado provincial que con el aval del Estado Nacional avanzan violando derechos de manera sistemática.

Nadie ignora que las extensiones territoriales se han convertido en un espacio de disputa. El conflicto con el vecino Tedín, se desarrolla estando en vigencia la ley nacional 26.160 “Relevamiento territorial de las comunidades indígenas en Argentina”, prorrogada en dos oportunidades y que ordena la realización del relevamiento de las tierras por medio del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), a la vez que prohíbe todo desalojo de las comunidades hasta tanto éste no se realice. La aplicación de esta ley es una ausencia constante, pero sorprendentemente en la comunidad Satuktes se ha realizado inmediatamente después de la detención de los Tejada, a pesar de que el relevamiento debe estar avalado por las autoridades pertinentes de la comunidad (en este caso Avelino Tejada).

El castigo ejemplificador

El castigo ejemplificador, una vidriera para todos los que luchan. El espejo maldito desvelando los sueños de los que no descansan. Los hermanos Tejada han sido la piedra en el zapato de los negocios de trajes y corbatas apretadas, que extraen criminalmente los bienes comunes y las vidas. Sus cuerpos hoy pagan lo que en su espíritu no pudieron doblegar. Detrás de todo, los hilos del poder se vislumbran danzando en pocas y torpes manos; los hilos del negocio del saqueo en su cómodo disfraz de progreso. Los hilos del negocio que mercantiliza el territorio, imposible de poseer como los hermanos que lo habitan. Para avanzar sobre estos territorios es necesario disciplinar todos los cuerpos, hasta los de sus hijos. Los cuerpos de los niños golpeados por los palos policiales, por el hambre cotidiana, por la discriminación dominante. Esa discriminación que no es más que la imposición de la ideología dominante convertida en peligroso “sentido común”. Golpeados por el olvido y la exclusión, golpeados en cada herida de bala de sus padres, caminan la vida con esa marca indeleble, caínes que llevan en su frente y en sus cuerpos el aviso tatuado del poder, queriendo detener sus pasos.

Castigar los cuerpos para disciplinar las mentes y el espíritu constituye un mecanismo de dominación de unos sobre otros, asegurando así el estado de cosas imperante. Lo saben las madres y abuelas con el dolor de ausencias sobre sus mañanas desaparecidas. Lo saben los que se duermen soñando la vida del otro lado de las rejas mientras sus cuerpos pagan la libertad de sus ideas. Lo conocen aquellos para los que el hambre cotidiano es un golpe rítmico y certero al medio de la moral, con la tentación de claudicar como un faro eterno. Lo viven los que atados a un televisor y a las luces de las noches superficiales exaltan la lógica de un individualismo sin individualidad. Bajo el velo impostado de una libertad individual no hacen más que reproducir una y otra vez los designios que el poder le impone, ignorando su ignorancia.
Lo saben los que luchan y lucharon, en los segundos fatales en que el rojo se apresura derramado pero regando nuevas luchas.

En tiempos en que la técnica que el hombre ha creado domina al hombre y determina sus formas de estar y relacionarse sin ser plenamente conciente de ello; los avances tecnológicos son la punta de lanza del despojo. Cada espacio puede ser aprovechado, utilizado y por ende mercantilizado. La técnica permite que espacios que antes resultaban indiferentes al poder económico se vuelvan económicamente productivos y por ende atractivos, aumentando así la conflictividad social. En esta coyuntura los espacios territoriales de las comunidades indígenas y campesinas se han vuelto un pliegue de disputa de poder y de resistencia. Y cuando el poder pone el ojo sobre algo, se desploma con el peso de su aparato a desarticular todo proceso organizativo que se pueda generar en las resistencias. Este objetivo político-económico encuentra en el andamiaje judicial y en las estructuras burocráticas de los impartidores de la técnica un aliado incondicional a la hora de castigar a los que defienden sus derechos. El poder político en connivencia con los intereses económicos chocan de frente contra las concepciones indígenas sobre el territorio. El territorio indígena constituye un espacio vital de relación entre aquellos que lo habitan y el entorno que los circunscribe; vital para las prácticas comunitarias ancestrales, sociales y espirituales. El territorio es una concepción alejada de la idea occidental y capitalista de constituir una mercancía portadora de un valor de cambio pasible de ser intercambiada en un mercado. Ante las resistencias opuestas, el poder necesita lastimar y doblegar los cuerpos para acallar las voluntades. La judicialización, el encierro y el miedo a él configura una forma de disciplinamiento social. La exultante justicia siempre dispuesta a picar a los descalzos se muestra infalible a la hora de culpar a aquellos que reclaman por sus derechos inalienables. A esta construcción ficcional de poder deberá oponérsele la fortaleza de los cuerpos que no claudican, que no renuncian; la lucidez de las mentes que no se apagan ni se atan al circo mediático que todo lo devora. Expresar el movimiento de esas ideas, cristalizadas en la organización y construcción de un poder real y genuino de los que no se quedan quietos, es el desafío.

 

Edición: 2782


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