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Por Alfredo Grande
(APe).- No pocas veces combatimos con las mismas armas que fueron creadas para destruirnos. La batalla cultural, que en realidad es una guerra prolongada, sigue siendo liderada por las derechas. En principio por la enorme cantidad de recursos económicos que aunque provengan de los bolsillos de las víctimas, son gerenciados por las manos de los victimarios. Pero también como escribí en un aforismo implicado “la derecha conoce al sujeto para someterlo, y la izquierda no conoce al sujeto para liberarlo”.
El sujeto del deseo hoy no desea la revolución, ni siquiera anhela lo revolucionario. El horizonte de lo posible se acercó demasiado, así que a pesar de la exacta definición de Eduardo Galeano, el horizonte ya no sirve para caminar. El sujeto tiene como horizonte la calle sin salida, la pared de sus necesidades todas básicas y cada vez más insatisfechas. El sujeto del deseo ha sido subvertido por el sujeto del mandato, y ese mandato es el consumo. En realidad, el consumo del consumo, o sea, lo que denomino consumismo. La recesión ha sido una cura similar a amputar la pierna equivocada.
El consumismo es la mejor ruta al endeudamiento crónico, que algunos llaman “tarjetazo”. Nada de eso es posible ahora, porque los intereses usurarios de cualquier préstamo, impide incluso el consumo de dinero. En caso que alguien lo tenga. Lamentablemente, una de las apuestas a futuro es a reactivar el consumo en la mayor escala posible. Hace décadas escribí sobre el aparato mental de mercado. O sea: el mercado modela la subjetividad, incluso de aquellos que lo detestan. Y quizá lo detestan porque tienen vedada sus puertas.
El sujeto del mandato del consumo tiene como horizonte cercano una clase media medianamente acomodada. De todas las razones por la cual los proletarios del mundo no se han unido, una de ellas es porque se han consumido en los patrones de consumo de las clases medias y altas. “Menos proletarios y más propietarios”, vociferaba el padre/madre de la criatura liberal en plena democracia. Lo electoral también es un mercado y la propaganda del producto “estamos en el primer mundo” fue exitosa. En una parábola del continuo espacio tiempo político, hoy el mercado (interno) se ha extinguido y terminamos donde habíamos comenzado: en una hiperinflación camuflada.
Sin embargo, y mal que nos pese, las derechas tienen una fecundidad creativa digna de las peores causas. Han instalado el concepto de “grieta”, desde el cual intentan alambrar al pensamiento crítico en una bipolaridad maniquea. La escena política se organiza entre les K y les anti K. Ese río no está revuelto, pero igual ganan los pescadores. En realidad, es una remake de una Argentina dividida entre peronistas y anti peronistas. La “grieta” entonces se presenta como causa, cuando en realidad es un efecto. La derecha mágica usa ese truco con frecuencia. Invertir los efectos para que parezcan causas.
Como la teoría del derrame, otro invento del menemismo que cambió la historia, aunque no en el sentido que se había prometido, la teoría de la grieta derrama a la vida cotidiana. Los que están adentro y los que seguirán afuera. Tan afuera que más del 50% de niñas y niños son pobres. Pero hablemos un poco mejor: han sido empobrecidos. Y hablemos un poco mejor: han sido saqueados durante generaciones.
Y ya que estamos en un intento de hablar mejor, no digamos que niñas y niños tienen hambre. Son hambre. El hambre construye subjetividad. Frágil, temerosa, persecutoria, dolorosa. Alguna filosofía planteó el ser para la muerte. Estamos en los tiempos del ser para el hambre. Pero el hambre no es causa, es efecto. Los excedentes alimentarios para exportación, elevan los precios de la agujereada canasta de las familias expoliadas. El derrame de la grieta se verifica cuando en los guetos del desperdicio, que algunos llaman restaurant, entra un vendedor ambulante y mendicante, o niñas y niños con estampitas. Siempre aparecerá un mozo con vocación de patovica para indicarle que “no se puede”. Tendría que agregar: “no se puede vivir”. Pero nadie es tan sincero.
Mientras varios comen y comen y comen y beben y beben y beben, los que están del otro lado de la grieta intentan saltarla. No lo conseguirán. Ni siquiera conseguirán ser mirados, ser escuchados, ser ayudados. Un nomadismo urbano donde la dignidad del trabajador se ha clonado en las caminatas interminables donde ninguna calle tiene salida. La grieta se ha multiplicado en infinitas grietas donde, por ejemplo, para poder orinar tenés que ser cliente. El Gran Paraguas de la Terminal de subterráneos de Constitución es un baño en una escala gigantesca. No hay baños públicos y para los privados hay que consumir algo. Por supuesto, consumir antes. Suele no haber dinero ni tiempo.
Esas grietas cotidianas se han naturalizado, denominación benévola para decir que han sido capturadas por la cultura represora. En los guetos del desperdicio no hay conciencia plena de la grieta. Pero conciencia hay. La carencia planificada tiene efectos incluso en la orgullosa clase media. Seguros de salud, que algunos llaman medicina prepaga, vacaciones, llenar el tanque del auto, incluso cargar la sube, empiezan a estar del otro lado de la grieta. O sea: no pueden ser alcanzados. Es la esencia fundante de la grieta: no puede ser franqueada. Es una lucha de clase fosilizada.
El nuevo Alberto pide: no bajen los brazos. Desde ya, ni se le ocurre pedir que levanten el puño. Por eso lo que está en discusión es de que tamaño es la grieta. Porque hay una grieta fascista, otra liberal, también socialdemócrata. Hay grietas para todos los gustos y para todos los partidos. El consenso económico, social y político denominado “fifty-fifty” es la mejor grieta que supimos conseguir. Los guetos del desperdicio podrán ser más acotados, pero no dejarán de existir mientras el modo de producción siga sosteniendo no la dignidad del trabajo, sino su explotación. Con más o menos maquillaje.
Incluso pensé que con tantos cupos dando vueltas, se podría establecer un cupo revolucionario. Para que los guetos del desperdicio sean recuperados por todos los comederos populares. Para que productores y consumidores sean dos caras de la misma moneda de la vida. Construir un ser para la vida. Y los desperdicios de hoy serán los panes y los peces multiplicados del mañana. De un mañana que tiene que ser presente para que pueda haber futuro.
Edición: 3917
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