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Por Carlos del Frade
(APe).- Las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas no son dueños de lo que comen.
No hay soberanía alimentaria para los que son más.
No pueden dominar sus propias necesidades.
Porque hay dueños de esas necesidades.
Hay dueños de las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas.
Contradicciones de una tierra riquísima que, sin embargo, multiplica la pobreza y las urgencias.
Contradicciones aparentes porque, en realidad, son consecuencias de una historia hecha a imagen y semejanza de las minorías.
Entonces vienen las preguntas casi retóricas: ¿por qué cuesta tanto comer en un país hecho de pan, trigo y carne?
Porque el pan, el trigo y la carne no están en manos argentinas.
Porque el pan, el trigo y la carne no responden a las necesidades de las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas.
En estos arrabales del mundo, después de las elecciones legislativas del domingo 28 de junio, hay gente que gana siempre más allá del viaje hacia el fondo de las urnas.
Los ganadores son los que tienen el poder de marcar y remarcar los precios de los artículos de primera necesidad.
Quienes manejan las necesidades de los que son millones, ganan millones.
Una de las principales lógicas del sistema.
De allí que cada vez cueste más llevar alimentos a las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas.
La información es contundente: las latas de tomate, las harinas, las gaseosas, las galletitas y los fideos aumentaron entre un ocho y un veinte por ciento.
Hay sesenta empresas que manejan estos alimentos de primera necesidad y, por ende, las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas.
Según Miguel Ángel Calvete, gerente general de la Cámara de Autoservicios de Residentes Chinos, “los precios de las segundas marcas de algunos mayoristas ya subieron hasta un 10 por ciento en una semana”.
Mientras se multiplican los despidos, las reducciones de jornadas y el fin de los empleos temporarios, los dueños de las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas ya decidieron aumentar los precios de los alimentos para seguir manteniendo la tasa de ganancia a partir de las necesidades del pueblo.
Los que engordan los precios no tienen controles en forma paralela que los primeros productores de alimentos apenas pueden gambetear sus propias urgencias.
Alguna vez el propio Manuel Belgrano había sentenciado que si un plan económico era dependiente del extranjero todo repercutiría en contra del trabajo de la población nativa y terminaría inventando el hambre en estas tierras.
Una vez más, Belgrano tenía razón.
Los dueños de las bocas y los estómagos de las mayorías argentinas no saben de otra cosa que no sea aumentar sus ganancias. Mientras tanto los gobiernos miran para otro lado.
En el país del trigo, la carne y el pan cada día cuesta más comer bien.
La lógica perversa que se mantiene invicta desde hace mucho tiempo.
Fuente de datos:
Critica de la Argentina 30-06-09
Edición: 1544
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