Los caprichos de Bialet Massé

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Por Carlos del Frade

(APE).- Marcelo Rafael Núñez tenía 32 años y era cosechero de frutas. Trabajaba en la ciudad de Concordia, provincia de Entre Ríos. Iba en un camión camino a Puerto Yeruá junto a otros compañeros de faena. Allí iban a realizar una demostración sobre el corte de plantas frutales.

 

No llegó a destino. O quizás llegó a otro destino.

Al impuesto sobre las mayorías trabajadoras en la tierra que alguna vez fuera ejemplo del derecho laboral en el plano internacional.

Marcelo se cayó del camión y fue aplastado por las ruedas del remolque.

En la provincia de Entre Ríos la palabra tragedia suele enmascarar las realidades regionales devastadas por la concentración de riquezas en unos pocos.

Las últimas cifras oficiales sobre accidentes laborales en las tierras de Urquiza, dicen que se registran 619 siniestros por mes. A razón de 21 por día. Casi un trabajador lastimado por hora.

El desprecio por la vida de los trabajadores es una señal de los tiempos.

Una marca que recorre la geografía de las provincias.

Lugares en donde antes germinaron proyectos que pensaban otro destino para los que multiplican las riquezas, para los obreros.

Hace un poco más de cien años atrás, Juan Bialet Massé, en su “Informe sobre el estado de la clase obrera”, marcaba que “el obrero criollo” es “menospreciado, tildado de incapaz, se ve como un paria en su tierra, trabajando más, haciendo trabajos en los que es irreemplazable y percibiendo un salario como para no morirse, y sufre que en un mismo trabajo se le de un jornal inferior, porque es criollo, a pesar de su superior inteligencia, de su sobriedad y su adaptación al medio, que le permite desarrollar energías extraordinarias y demostrar resistencias increíbles”.

Y el abogado español decía en torno del trabajo de estibadores como Marcelo, allá a principios del siglo XX: “Ahora bien, en el Paraná, como en casi todos los puertos de Entre Ríos, la situación del obrero estibador es muy precaria. Como la carga no es continua, ni suficiente para emplearlos a todos, porque los buques que van a cargar son pocos, resulta que el obrero no tiene trabajo seguido, pero tiene que estar en el receso a disposición del patrón, y cualquiera que sea el jornal no le alcanza para vivir. De ahí que tiene que someterse a las exigencias más tiránicas”.

Bialet Massé advertía que “los accidentes de trabajo no se pagan. Me han dicho dos cargadores que la ley no los manda pagar. Subiendo del Paraná arriba, la condición del estibador es peor; vi hacer una descarga de diez y siete toneladas de harina; la barranca que hay que subir es corta, pero dura. Allí esos trabajos se pagan a tanto la tonelada”, añadía el redactor del primer informe sobre las condiciones existenciales de los trabajadores en la Argentina.

Decía en la provincia de Entre Ríos que “ni en el Paraná mismo hay sociedad de estibadores, ni menos en los demás puertos de aguas arriba, lo que hace que el trabajo no obedezca a más regla que al capricho o a la necesidad de las partes”.

En 1904, las relaciones laborales no obedecían a más regla que “al capricho o a la necesidad de las partes”.

Algo caprichoso suele colarse en los medios de comunicación cuando se quieren explicar los accidentes laborales.

Una especie de infortunio que cae de las esferas cósmicas parece ser la causa de la muerte de los trabajadores.

Pero aquel capricho denunciado por Bialet Massé a principios del siglo XX advertía que, en realidad, se trataba del desprecio hacia las vidas de los trabajadores. Un desprecio que no podía continuar impune.

El caso del cosechero Marcelo Rafael Núñez, muerto cuando iba camino a su lugar de producción, repite la continuidad de aquellos caprichos, la multiplicación del desprecio informado por el catalán Bialet Massé.

Fuente de datos: Diarios El Sol - Concordia y Análisis Digital - Paraná 20-07-05, “Informe sobre el estado de la clase obrera”, Juan Bialet Massé, Hyspamérica, 1986.

 

 


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