Los Acosta

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(APe).- Clarín el 10 de enero (2003) nos informa que tres hermanos de 9, 11 y 12 años fueron detenidos varias veces por robos o arrebatos en pleno centro de la ciudad de La Plata. Los niños, conocidos como "Los Acosta", integran una familia numerosa que habita un asentamiento en el barrio Las Quintas. Tienen otros cinco hermanos, con causas abiertas en los Tribunales. En pocos días, con revólveres de juguete, robaron un quiosco de la calle 6, entre 49 y 50, a cien metros de la Casa de Gobierno llevándose algunos pesos y cigarrillos. Luego asaltaron a un taxista: se llevaron un celular y algunos pesos.

 

Si estos chicos se resignan y se echan a morir, es posible que los medios le otorguen la piedad de alguna imagen. Si deciden no morirse y pelear por el derecho a vivir, "son proyectos de delincuentes", y el periódico se lamenta que "a pesar de la gravedad de los delitos", "a las pocas horas salen en libertad". El lenguaje de los medios ha dejado de ser una herramienta de comunicación para convertirse en un instrumento de encantamiento. La noticia nunca lleva neutralidad: legitima lo que transmite e ilegitima lo que no transmite.

En una sociedad donde se provoca la invisibilidad del niño como sujeto social, pero que tiene la capacidad de mostrarlo en los medios de comunicación con sus pocos kilos, su media vida, pero también el poder de ocultarlo como sujeto de derechos. La primera plana no apunta a la tragedia humana, muestra a las victimas, y no a los hacedores de una sociedad que omite generar ternura. No convocan a reflexionar sobre la angustia de los niños librados a su suerte por la quiebra total de la vida familiar y de una sociedad que no asume los cuidados de los niños en sus primeros años de vida, requisito necesario y fundante de la Condición Humana.

Esas conductas "violentas", "transgresoras", "antisociales", son una esperanza, dice Donald Winnicott, un notable de la psiquiatría. .El niño provoca un verdadero sismo en su comunidad, buscando desesperadamente el cuerpo de su madre, sus caricias, el hogar, la escuela, el estado, la sociedad y solo encuentra la piel blindada de la intolerancia. Privados de sus derechos primarios: hambre, sed, caricia, belleza, los niños encuentran refugio en la ansiedad y la violencia. La falta de satisfacción de sus deseos provocan en el sujeto la necesidad imperiosa de hacer algo. Saben que se van de a uno sin encontrar las palabras. Algunos deciden no saberse mas y la vida tiene la fugacidad del humo azul de una pitada.

Pero hay muchos jóvenes que empuñan sus ganas, para que este pueblo no se muera antes de tiempo, resisten en los bordes: allí donde no vive nadie, solo "los puros viejos y los que todavía no han nacido", llenan sus carros con felicidades ajenas y se cargan el rocío en las espaldas: hacia el lejano corazón del pan. Los niños y los jóvenes no quieren un cambio que se les regale como caridad, ellos apuntan a la ciudad, a los "quías" que los enviaron al exilio y les pegan en la nuca a los "chabones" de bolsillo. Los jóvenes desnudan a la actual sociedad de todo su encanto, le quitan el misterio, muestran el desprecio en que se funda el viejo contrato social. Lo vuelven impugnable.

En esta realidad donde se aloja la Argentina, los "niños y los jóvenes, viven un mundo que los rechaza, despojan a las instituciones de sus máscaras, muerden sus lágrimas y meten el pánico en la piel de una ciudad de "lobos abrazados". La contra-lección de los cuentos es que no basta ser un desheredado, porque toda heredad ha de ser conquistada. Ponen su imaginación al sol e inventan nuevas formas de organización social, para combatir las actuales que los dejan a la intemperie. La utopía consiste, en un contra-cuento, donde los chicos prenden un fuego, con las brasas robadas en un volcán lejano.

 


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