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Por Oscar Taffetani
(APe).- Muerto en el exilio mexicano en 1983, el cineasta Luis Buñuel fue un pionero del surrealismo fílmico, pero a la vez uno de los primeros realizadores cinematográficos que decidió utilizar su arte para denunciar la eterna pesadilla del poder que se descarga, implacable, sobre las vidas de los pequeños seres y sobre sus pequeños mundos.
A los festivos años de la Residencia de Estudiantes madrileña, en los veintes, cuando Buñuel confraternizó con Federico García Lorca y Salvador Dalí, le siguieron pronto los tristes años de la muerte de Federico, la traición de Dalí y esa diáspora que llevó al autor de Viridiana primero a los Estados Unidos y finalmente a México, la patria de adopción en donde residió hasta el final de sus días.
Hasta la guerra civil, Buñuel había sido el cineasta transgresor de Un perro andaluz y de La edad de oro, perlas del surrealismo y manifiestos anárquicos que escandalizaron a los burgueses y pequeños burgueses de París. Al estallar el conflicto, el maestro colaboró con la República Española realizando un par de documentales en Francia. Más tarde, emigrado a América, conoció el cine pasatista de Hollywood (donde fue censurado en dos o tres oportunidades) y finalmente recaló en la capital de México, donde buceando en los archivos de un reformatorio de menores extrajo la historia base de Los olvidados.
En esa película Buñuel se atrevió a posar el ojo de la cámara en los jóvenes sin destino de una ciudad hispanoamericana, empujados al delito y el crimen. No hay en la película piedad ni moralismo. Sólo la cruda realidad de la deshumanización del ser humano, que es capaz de asesinar a otros y de asesinarse -metafóricamente hablando- para seguir viviendo.
Una estadística mortal
Jamás hubiera sospechado Buñuel que el Distrito Federal mexicano tendría el explosivo crecimiento que tuvo en los últimos 60 años, ni que la expansión de la violencia y el crimen llegaría en el siglo veintiuno a su registro más importante y doloroso. La violencia cobra actualmente en México más de 13.000 vidas por año, lo que representa un promedio de 36 asesinatos por día.
Sólo el ajuste de cuentas de los narcos produjo en 2010 hechos horrorosos como la matanza de 36 inocentes que no alcanzaron a mojarse las espaldas en el río Bravo, en el intento de pasar a los Estados Unidos. Murieron asesinados (y asesinadas) este año, únicamente en Ciudad Juárez, 3.000 varones y mujeres.
Brasil no está mejor. La “solución final” de movilizar a las tres armas para combatir al Estado paralelo del narcotráfico ya está cobrando una altísima cuota de vidas. Sólo en Alemåo, en las primeras semanas pacificadoras, han muerto 37 personas.
Según estudios de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, la violencia representa hoy el 45% de la causa de muerte en jóvenes de entre 12 y 18 años. Esa misma muestra permite predecir que, en las condiciones actuales, 33.000 jóvenes de la cidade maravilhosa morirán asesinados o combatiendo a los tiros antes de 2013.
Para Casimira Benge, funcionaria de Unicef, la investigación demuestra que los homicidios entre adolescentes, en todo el país, "tienen color, raza, sexo y nivel social". Dicho de otro modo: seis de cada siete son cometidos con armas de fuego; la posibilidad de ser víctima es doce veces mayor para adolescentes del sexo masculino; y es cuatro veces mayor para los negros o indígenas.
Los números son malos en toda la región. En 1980 había 12 homicidios por cada 100 mil habitantes en América latina. Hoy el promedio es de 25.
La carátula como parte del crimen
“Deseos de crimen en la niñez”, titula un diario mexicano la nota de policiales en la que se evoca Los olvidados, de Buñuel. “El filme -leemos en el periódico- no gozó de buena fama. Por el contrario, fue recibido como un ataque a la sociedad, como una expresión morbosa de un extranjero que juzgaba sin sensibilidad. (…) Lo cierto es que Buñuel trabajó con especialistas. El español se asesoró con médicos y psicopedagogos mexicanos que llevaban años estudiando el comportamiento de los infantes en clínicas y centros de prevención”.
“Hoy -prosigue la nota- un niño de 14 años puede ser la cabeza de un comando de menores dedicados a matar. Nuestro realismo se halla en el grupo de videos donde un grupo de jovencitos le dan de palos a un hombre colgado, cual res en carnicería, como si fuera la última piñata de sus mocedades (…) Nuestro Ponchis actual es el Jaibo de Buñuel. Nuestros niños sicarios son Los olvidados. Adolescentes perdidos desde su propia constitución psicosomática que los impele a la vida de excesos ya sea porque crecen en ambientes hostiles donde se cree que el crimen es la única vía de superación o porque tuvieron una infancia de abandono y el destino los llevó a las redes del narco”.
Una entrevista al especialista Bernardo Kliksberg publicada hace poco en Página /12 nos permite comprender cómo un titular periodístico, cual carátula de un expediente, condiciona la lectura social de los hechos. “El relato que construyen sobre esta realidad -dice Kliksberg- puede jugar un rol muy importante en las percepciones. Si es un relato totalmente descontextualizado, que muestra episodios puntuales y no da claves para entender el contexto, la sensación puede ser de mucho miedo e impotencia. Si el relato que construyen presenta la historia como repetida e inevitable, aumenta el riesgo y aumenta la impotencia. Si el relato que construyen tiende a propiciar salidas autoritarias, están construyendo una falsa ilusión”.
A la repregunta sobre si el especialista sugiere que los medios deberían callar, responde Kliksberg: “Está claro que los medios deben denunciar, con todas las señales, al mundo del narcotráfico, que hoy es el principal enemigo, en muchos países latinoamericanos, de la democracia misma. Pero llaman la atención investigaciones como la que desarrolló Alicia Cytrynblum, desde Periodismo Social, en la que analizó 120.000 noticias periodísticas en la Argentina en los últimos años, referidas a niños que han cometido delitos. Y la conclusión es que se estigmatiza antes de que haya una investigación seria, judicial. Los niños pobres, sospechosos, ya están precondenados por una cantidad de medios”.
Sin querer (o tal vez queriendo, no vamos a negarlo) esta recordación de Buñuel refresca lo que es el primer propósito de esta Agencia: examinar sin ingenuidad ni puerilidad justamente esas cosas graves, gravísimas, que son las noticias sobre los niños.
Edición: 1915
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