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(APe).- Un año de este dos de abril. El más cercano. El del agua hasta la boca de la gente, de las instituciones, de los escrúpulos de los gobernantes, de la corrupción, de la dignidad. El del agua que arrastró todas las máscaras y desnudó el descaro de los mentirosos. De los que hacen negocios superredituables con el daño colateral de decenas de muertos y la pérdida del techo, la serenidad y la historia de cada uno. Un año de este dos de abril, no el de la guerra absurda y vampiresa de la sangre de nuestros chicos, sino de éste, el dos de abril del agua hasta la boca de los indefensos y solos que hoy, a un año, siguen tan indefensos y solos como ese día.
No hay un solo funcionario penalmente responsable ante la justicia. A pesar de las obras que no se hicieron. A pesar de las torres que sí se hicieron. A pesar de la sordera ante todas las advertencias. A pesar del tweet desde la zona inundada cuando en realidad era desde Brasil. A pesar de la ausencia, del abandono.
No hay una sola cifra de muertos. En un tironeo macabro, el gobierno y la justicia oficial le quitan gravedad a la tragedia quitándole muertos. Para Casal, 51. Para la Justicia Penal, 67. Pero después de un año de investigación y de descalificaciones desde los ámbitos oficiales, para el juez Luis Arias llegan a 89.
No se está hablando de ropa mojada colgada de un cordel. Son vidas, historias, rostros, que ya no están.
No hay una morgue en condiciones. El juez oficial admite que entre el 2 y el 6 del abril de hace un año “la morgue local estuvo saturada de cuerpos”. "Es cierto que en la morgue había muertos tirados en el piso, heladeras sin frío y pésimas condiciones de higiene, pero esto no constituye irregularidades a investigar en la causa penal", dijo. El padre de una mujer fue enterrado dos veces. Es decir, dos cuerpos con la misma identidad. Y se cree que no sería el único caso. La morgue es un aterrador descontrol de cuerpos apilados, en putrefacción, mezclados con fetos y perros muertos. Lo era el 2 del año pasado y lo es este 2.
No hay caricias institucionales, subsidios dignos, abrigos para los más golpeados, esperanzas de aprendizaje y barbas en remojo estatales a partir del trauma de la experiencia. "Nos agrupamos porque, tras la tragedia, nos dejaron solos. Y hoy, como la noche de la inundación, las autoridades siguen sin dar respuestas".
No hay obras para impedir que la historia se repita. Recién hace un mes (es decir, casi un año después) comenzaron a empezar.
No hay apuro además. Porque, dicen, una lluvia semejante a la del dos de abril, el de hace un año, es recurrente una vez cada diez mil años. Entonces, ¿a quién se le ocurre que pueda repetirse durante el gobierno de Pablo Bruera, de Daniel Scioli o de Cristina Fernández? Los que vengan después, que se hagan cargo de la gente que ellos acaban de sacarse de encima.
Las fotos perdidas, los libros, la historia personal de cada hombre y mujer, las vidas de por lo menos 89 personas (muchos de ellos viejos desamparados, indefensos, casi condenados a muerte), la heladera, la mesa del comedor, el sillón preferido, el trabajo, las herramientas, los apuntes, la vida, la vida misma quedó bajo el agua y fue arrastrada por el alud.
Y la gente se quedó sola. Desnuda y sola.
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