Llorando para la victoria

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Por Alfredo Grande

“mejor bueno desconocido que malo bien conocido” 

(aforismo implicado)
Nota: Al inaugurar el ciclo lectivo y una escuela rural, lamentó “el olvido” de “tanto tiempo”. No habló de los paros docentes; sí del campo.

Emoción y crucifijo. Para confrontar con el campo repitió que “sólo Jesús puede multiplicar los panes y los peces”. La Presidenta de la Nación lloró. No rodaron lágrimas por sus mejillas pero se humedecieron sus ojos y su voz estuvo al borde del quiebre. Fue cuando dijo “quiero pedirles, en nombre de todos los argentinos, perdón por tanto tiempo de olvido, avaricia y egoísmo”, con un sollozo, a los maestros y alumnos salteños que la escuchaban en un pequeño galpón de La Puntana. En esa localidad, inauguró un colegio que funcionará como escuela agrotécnica, con enseñanza en lengua wichí. Y dio por abierto el ciclo lectivo nacional sin mencionar los paros docentes que dejaron sin clases a 12 provincias. Sí habló, en cambio, de su eterno conflicto con el campo.
(Crítica de la Argentina 03/03/09)

(APe).- Un cocodrilo lloraba porque en sus noches soñaba que su destino era ser cartera. Lloró el ministro Cavallo con los jubilados. En una foto que luego se mostró trucada (no había fotoshop en esos tiempos, pero pícaros hubo siempre) un policía lloraba mientras abrazaba a una madre de plaza de mayo. Hacía bastante que nadie lloraba, quizá porque cuando el poeta lloró, lo acusaron de plagio del tango La Maleva. Y lo perdió. Naturalmente siguió llorando. La gente de teatro dice que es más fácil hacer llorar que hacer reír. Luis Sandrini con su alter ego Felipe, hacía llorar con más frecuencia que reír, sobre todo cuando comprobaba que “la vieja ve lo colores”. Yo en algunas actividades públicas me he emocionado, y casi llegué a quebrarme. Siempre en los actos por la masacre de Cromagnon, viendo a los chicos del pueblo marchar alegres, en las marchas por la desaparición de Julio Jorge López, junto a las Madres durante tantos años, etc. Pero quiero diferenciar el llanto desesperado de la víctima del llanto forzado del victimario. En medicina se habla de eutanasia activa o pasiva. La primera es hacer algo para que el paciente, con una enfermedad terminal, muera. En la segunda, en no hacer nada para prolongar artificialmente la vida. Hace poco Silvio Berlusconi opinó sobre el tema, sumando dislates a su larga trayectoria. La idea de que cualquier vida es mejor que ninguna, cualquier padre es mejor que ninguno, cualquier marido o esposa es mejor que ninguna, conduce al aberrante refrán reaccionario: “mejor malo conocido que bueno por conocer”. Y como una cosa lleva a la otra, cualquier Estado es mejor que ningún Estado. Por lo tanto pedir perdón en nombre de todos los argentinos, es caer en una de las trampas de la cultura represora: si todos somos responsables entonces ninguno es culpable. El crimen del hambre tiene criminales, copartícipes necesarios y cómplices. Y no solamente la Mesa de Enlace, aunque también. Pedir perdón en nombre de todos incluye desde el Virrey Sobremonte, que no huyó en helicóptero porque no había, hasta los asesinos de la triple A, los genocidas del “proceso”, los menemistas conversos y contumaces, etc. ¿Quién puede hablar desde el Todo? La divinidad. “Urbi et Orbi” como el Papa, incluso éste que perdona a pecadores que reinciden en sus pecados. Todos los argentinos no es un sujeto político ni colectivo. Todos los argentinos es una construcción artificial, cuasi alucinatoria, donde cada uno de los que integran ese todo son barridos y borrados en sus diferencias y singularidades. Además el perdón se pide, pero hay que ver si se otorga. No se escucharon voces estentóreas gritando: “hay perdón, hay perdón, para todos los ladrones que robaron la nación”. Se pidió perdón, pero nadie perdonó. Y en el marco de la lucha por una cultura no represora, habrá que acostumbrarse a que no siempre el que calla, otorga. A veces, está en un prudente silencio pensando cuál es la puteada más adecuada para contestar a ese perdón del “fue sin querer queriendo”. Y entonces aparece la segunda operación subjetiva: el llanto. Insinuado, discreto, acotadísimo, casi como un desliz imprudente del rimel. Un llantito tímido, que bien podía ser por la tristeza de la contemplación de indigencia explícita, cuanto por la confesión de parte que la presidente se estaba cagando de calor. Hace poco la lluvia, ahora la canícula. Y quizá entre el llanto y la transpirata algo se desacomodó y la elocuencia habitual derrapó sin remedio. La multiplicación de los panes y los peces no es una operación milagro. No es sólo Jesús el mago onda David Coperfield que de dos merluzas y tres pebetes logra que más de cinco mil queden saciados. La multiplicación es una parábola, una metáfora, un recurso del discurso. No es una verdad literal. No se puede leer a la letra, como tampoco se puede leer en forma literal una estadística del Indec. La profecía es que comprando panes y peces, o sea, aceptando las leyes del mercado, de las treinta, sesenta, o más monedas, siempre habrá hambrientos. Siempre habrá muertos por hambre. Hace unos años el diario del clarinete tituló: “hay personas que viven con un peso por día”. No aclaraba cómo vivían. O mejor dicho: cómo morían con un peso por día. Ahora dicen los que no piden perdón que con 14 pesos por día una familia tipo (¡otra vez la familia tipo!) puede vivir. Poder se puede, hay que ver si se quiere. De la misma forma que el ministro Randazzo dijo que no se podía prever el desastre en Tartagal, habría que agregar que no podían prever el dengue, ni se puede prever nada de nada. Porque para prever es necesario conocer la realidad real. Que nada tiene que ver con los 14 pesos. Un Estado presente en las luchas populares, presente en la ayuda a las comunidades de base, presente en la expropiación de las plutocracias agrarias, financieras, industriales, presente en la educación, la salud, la alimentación, ese Estado presente no será Jesús, pero tampoco Caifás. Ni el César imperial. La multiplicación de los panes y los peces implica la solidaridad en acto, la cooperación entre hermanos, la ética de compartir opuesta a la moral de la rapiña. “Si querés llorar, llorá” al decir de la insaciable e incorregible Moria. Pero llorar en soledad, llorar hasta enloquecer, hasta la desesperación absoluta, llorar hasta desmayarse por los dolores y tristezas de varias generaciones. Llorar días, semanas, meses y años por las dirigencias que han robado, estafado, asesinado, torturado, masacrado. La eternidad del llanto, solamente si el llanto es sincero. La humedad de los ojos, esas lágrimas con gotero, apenas son los temores de terminar siendo cartera.

Edición: 1468


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