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(APE).- La crónica habla de una llanura envenenada. En los campos santafecinos, donde las empresas multinacionales invierten y acumulan riqueza cultivando 15 millones de hectáreas de soja cae, silenciosa, una lluvia de agroquímicos que despiertan los dolores: cáncer de piel y de pulmón.
Dicen que la Organización Mundial de la Salud prohibió el uso de este tipo de herbicidas, “pero las empresas norteamericanas, líderes en producción, apelaron esta decisión y los continúan comercializando”. También se consigna que se trata, nada menos, que del “Agente Naranja”, ese químico que destruía la exuberante belleza vegetal donde germinaba la utopía vietnamita allá por los años 70.
El neoliberalismo no conoce la piedad, sólo sabe de ganancias ciegas. ¿Cómo explicarle que para ciertos fines del amor fuimos nacidos? La crónica nos informa que la localidad de Esperanza -en Santa Fe- tiene “un 50% de su población afectada por contaminación de cromo” y en el sudeste de Córdoba hay un pueblo con “sesenta casos de cáncer en niños y mujeres”.
Junto con los montes y los animales desaparecen miles de niños, segados por el hambre y las enfermedades. Nuestra tierra era sana y existían mujeres serenas de ojos claros, infinitas y silenciosas como esa llanura que atraviesa un río de agua pura. Sí, había un país entre la vida y la muerte.
El campo, que debería producir alimento para todos, es ahora la magnífica fuente de riquezas de unos pocos. La Argentina es una inmensa fábrica a cielo abierto. Desde los años ’90 se producen alimentos baratos, bajo el modelo agrícola de los “commodities”. Una locura productivista que pretende batir récords -cosecha tras cosecha- a costa de que muchos niños crucen el agua helada de la muerte.
Las consecuencias sociales vinculadas a la expansión del monocultivo de soja, concentran la tierra en una minoría, mientras crecen llanuras de miseria. Pero los hombres son capaces de morirse de amor en la infinita belleza de la memoria: Yo te conozco, campo mío, yo recuerdo haber puesto entre tus brazos aquel cuerpo caliente que tenía, haber dejado sangre entre los surcos que abrían los caballos de mi padre.
Fuente de datos: Diario RosarioNet 10-08-04
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