Lejos de la infamia, épica en el Garrahan

Aunque el ruido suene en otro lado, el Garrahan sigue produciendo hazañas con profesionales mal pagos. Nació una bebé que fue operada en el útero de su mamá y se evitó una discapacidad profunda. Meche Méndez, enfermera de cuidados paliativos, describió la cadena que se pone en marcha cuando entra un niño con cáncer en el Hospital. Y mostró un dibujo
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Por Silvana Melo

(APe).- Mientras el estruendo ensordece en la calle, los latidos persistentes de la vida siguen insistiendo aunque dejen de escucharse. Con la terquedad invencible del fundamento.  Nació Samira en el Garrahan. Operada en la semana 27 dentro del útero de su madre. Una treintena de profesionales formó parte de esa épica. Corridos por salarios indignos y etiquetados como ñoquis por funcionarios de probada vulgaridad. Gracias a ellos Samira zafó de la mielomeningocele  y de una segura discapacidad profunda.

Yo traje un dibujo, dijo Mercedes Meche Méndez, treinta y un años de enfermera en el Garrahan, muchas horas diarias de cuidados paliativos en niños con enfermedades graves en un hospital público de referencia en América Latina. Apuntado por un gobierno cruel y burdo para saciar su sed de déficit cero a costa de la infancia y la vejez. Las dos puntas de la vida más frágiles y vulneradas.

Lo dijo en el programa La ley de la selva, de Alejandro Bercovich. Y desplegó un dibujo en colores de una nena que se pintaba a sí misma con una pierna hasta la rodilla. “Yo los hago dibujar bastante a los chicos. Los hago escribir”. Meche guarda decenas de dibujos de niños que ya no están. Chicos y chicas con los que ella habla y habló, les cuenta cuentos y les contó, pasó tiempo y pasa en silencio, compartiendo soledades que andan  como fantasmas por las camitas.

“Esto no es un golpe bajo. Es algo de todos los días para nosotros”, aclaró. Porque es  una nena que  se dibujó a sí misma como se sintió: con una pierna que  no le  llegaba más allá de la rodilla.

“Esto lo hizo una nena que tiene un osteosarcoma (un tumor en el hueso) por el que se le tuvo que amputar una pierna”.  Es una  enfermedad  grave que sufre una  chiquita que un día  entró en el Garrahan y empezó a funcionar  una cadena aceitadísima:

“Esta nena desde que entró necesitó de la gente de la puerta que la recibiera, de los administrativos, de un oncólogo, del sector de resonancia, de un montón de enfermeros, de la persona que arregla el baño, la habitación, de los técnicos de laboratorio, de ayudantes de servicio, de maestras de jardín que se ocupan de los hijos de las mamás que trabajan en el hospital, de los cirujanos que tienen su especialidad,  de los que le pusieron el catéter, de los que le hicieron esa cirugía tan tremenda…”

Entonces, “para que esta nena dibuje esta sonrisa” y para que Samira pueda ser operada en la semana 27 en  el  útero de su mamá para  nacer  luego moviendo sus piernitas, sin parálisis, “hay todo un equipo detrás que tiene que funcionar y que tiene que tener un salario digno, que no tiene que estar pensando constantemente si llega o no a fin de mes”. Dice Mercedes Meche Méndez. “Haciendo este trabajo, con estos niños que necesitan toda la atención”.

Mercedes Meche Méndez, enfermera en cuidados paliativos en el Hospital Garrahan

Y vuelve a  mostrar el dibujo: “Hay que atender la enfermedad, que es grave, desde el punto de vista físico, emocional, psicológico”. Porque “los pacientes pasan por un montón de duelos: la caída del pelo, la imagen corporal; el sostén de los padres, el trabajo con el sufrimiento. Todo eso hacemos. Y no pedimos nada más que lo que nos corresponde”.

En un país donde los evasores son héroes y para todo blanqueo los que fugaron son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, “en el Garrahan todos somos ñoquis hasta que demostremos lo contrario. Es muy tremendo y muy angustiante”.

Que a la treintena de profesionales y a los tantos otros técnicos, administrativos, limpieza, que hicieron posible, en un engranaje perfecto, que Samira venciera la espina bífida (mielomeningocele) en el útero de su mamá se les pregunte si son ñoquis y cuánto ganan, que a la enfermera que acompaña a los niños que se dibujan y le dibujan los días últimos de una vida que recién empieza le pregunten si es ñoqui y cuánto gana es la afrenta de un tiempo vil donde van ganando los infames.

Un tiempo al que habrá que disputarle hora a hora, minuto a minuto. Un tiempo al que habrá que disputarle niño a niño, para cuidar que los miserables no se apropien también del futuro.


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