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La Navidad Blanca de Jesús del Saladillo
Por Carlos Del Frade
Foto: Adriana Lestido
(APe).- María, la muy joven sometida a vender cocaína, marihuana y pastillas de mala calidad en un punto de la geografía sur rosarina, sabía que su bebé había nacido después del allanamiento brutal de la Gendarmería. Que incluso una enfermera del hospital le confirmó aquello que pensó en la mañana de la nochebuena, que algunas radios la tildaron de “narco poderosa”, justo a ella que no tenía ni siquiera la posibilidad de irse del bunker porque estaba cerrado desde afuera y sin nada parecido a un baño para hacer sus necesidades a pesar de su embarazo de ocho meses.
María preguntó por Jesús, su hijito nacido entre el polvo blanco que todavía recordaba flotando en el interior de la casucha como consecuencia de la pared destruida por el esfuerzo sobreactuado de la fuerza de seguridad. En esa extraña navidad blanca que prologó el nacimiento de su primogénito, María reconocía esa fuerza íntima que la llevaba a seguir defendiendo los pocos sueños que le quedaban en medio de la miseria planificada por unos pocos en la ex ciudad industrial.
Todavía estaba en el Hospital de Emergencia cuando tres mujeres se asomaron por la puerta de la pieza y le trajeron a Jesús. Eran magas que venían desde barrios lejanos. Una de ellas era de Arroyito, al norte. Otra de Barrio Plata, en la zona oeste y la tercera venía de Tablada. La más parecida a la mamá de María tenía en brazos al bebé. Las otras tenían ropitas y una torta de frutilla y chocolate.
Cuando Jesús fue puesto sobre el pecho de María, las tres magas estiraron sus sonrisas en medio de lágrimas de emoción. La reciente mamá no sabía si la detendrían o si podía volver a su casa muy cercana al cauce contaminado del arroyo Saladillo. Pero estaba casi en trance en ese diálogo único que establecen las mamás con sus hijas e hijos recién nacidas, recién nacidos. En esos puentes que se levantan entre los ojos de ambos.
Las magas lograron burlar las pretendidas rigurosas vigilancias que le habían colocado a María y también supieron gambetear los alcances de las famosas cámaras de seguridad del hospital más conocido de la ciudad.
Ellas sabían que ciertos personajes, empresarios, abogados e integrantes de las fuerzas de seguridad querían terminar con la vida de la joven mamá y también con la del bebé porque supuestamente sabían detalles de negocios que iban mucho más allá de aquella pocilga que era más una cárcel que un bunker.
Los regalos que trajeron quedaron en una silla al costado de la cama de María y en esa noche del seis de enero, la primera que compartió con su hijo Jesús, la mamá “narco”, como le decían algunos medios, la policía y la gendarmería, soñó con parques donde se asomaban dos lunas y hasta José estaba esperándola a la vuelta de un trabajo que, en ese sueño, ella sabía que era en blanco y estable.
El jefe de la Gendarmería con asiento en Rosario ofreció una conferencia de prensa en la que advertía que detrás de María, más allá de su parto apurado por la brutalidad de sus subordinados, se movían bandas poderosas aunque no citó ningún nombre o referencia específica.
La doctora que atendió a María le contó que su hijo Jesús y la visita de las tres reinas magas del seis de enero iban a formar parte de las leyendas que ya tenía el Hospital de Emergencias como aquellas que hablaban de fantasmas y músicas que brotaban de la nada en ciertas noches especiales.
Para un cronista televisivo, a la hora de hacer un balance de las primeras horas del año nuevo, contó que las tres reinas magas eran, en realidad, enviadas por una banda narcopolicial para hacer contacto con la supuestamente “peligrosa” integrante de un cartel todavía no identificado y que había caído en la redada del 24 de diciembre.
María, entonces, miró profundamente, por enésima vez, los ojos de Jesús y ambos se durmieron con una sonrisa que parecía ser eterna.
Edición: 3910
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