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El sistema cultural del capitalismo, tan importante como el sistema económico de saqueo, logró instalar lo convencional como fundante. Hablo -dice Alfredo Grande- de empobrecidos y no de pobres. Empobrecidos tiene que ver con la existencia. Pobre con el ser. Nadie es pobre. Está pobre porque ha sido saqueado.
Por Alfredo Grande
(APe).- Las necesidades básicas insatisfechas en uno de los indicadores que más evidencian la crueldad del sistema. Es un oxímoron nefasto y lamentablemente, naturalizado. Aunque de natural nada tenga. Y de cultura represora tenga todo. Si son básicas, entendiendo lo básico como aquello que permite mantener y desarrollar la vida, no pueden estar insatisfechas. Ya que equivalen a una sentencia de muerte, aunque los plazos de ejecución varíen. Desde meses hasta años. Y si están insatisfechas, entonces no son básicas.
A falta de aire acondicionado, hay ventilador, o abanico, o diarios de papel usados como molinos. Que es mejor uso que leerlos.
El sistema cultural del capitalismo, tan importante como el sistema económico de saqueo, sea mediante la apropiación de plusvalía, sea por la continuidad de la estafa externa, ha logrado instalar lo convencional como si fuera fundante. Para intentar una mínima resistencia, yo hablo de empobrecidos y no de pobres. Empobrecidos tiene que ver con la existencia. Pobre con el ser. Nadie es pobre. Está pobre porque ha sido saqueado.
Y cuando de muchas formas, la mayoría ilegal, e incluso muchas deplorables, intenta revertir ese saqueo, aparecen las doctrinas de la inseguridad. Que, aunque fuera una sensación, hace tiempo sabemos que las sensaciones matan.
He escrito, y vaya a saber qué vientos se llevaron esas palabras, que desde los 90 no hay captura revolucionaria de la violencia. Pero hay captura contrarrevolucionaria de la crueldad. Por lo tanto, todo el discurso anti violencia, incluso el de la violencia de género, sólo aumenta en forma exponencial el discurso y la práctica de la crueldad.
Alguna vez me permití alterar unos versos de José Martí: “y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo y ortiga cultivo, nunca más la rosa blanca”. Que una cosa es la paz, y otra el pacifismo.
Los hambreadores seriales, tanto empresarios como funcionarios cómplices, son torturadores y verdugos. Los precios de los alimentos, que aumentan más que la inflación, son crímenes contra la humanidad. Y gozan de impunidad jurídica, que es grave, pero también de impunidad económica, política y cultural. Que es mucho peor.
La polenta con gorgojos pulveriza cualquier idealización de la democracia. El hambre sigue siendo crimen. Pero también, es tortura y es política pública. ¿Habrá alguna vez una Conadep para los que perpetraron y permitieron estos crímenes? Temo que no. Pero me acompaño con esto versos de José Martí que no alteré:
“El amor, madre, a la patria
no es el amor ridículo a la tierra,
ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
Es el odio invencible a quien la oprime,
es el rencor eterno a quien la ataca”
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