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Por Alfredo Grande
(APe).- No poner las manos en el fuego, es uno de los refranes que el sentido común ha consagrado. Si es común, el sentido siempre será represor. Por la sencilla razón que lo más común es la hegemonía represora del mandato. Intuyo que si no pone las manos, otras partes del cuerpo menos. La producción de fuego, y la utilización del fuego para cocinar alimentos, ha sido uno de los más importantes saltos culturales de la humanidad incipiente. A pesar de lo que piensen las hordas fanatizadas del I Phone. Otro salto cualitativo fue la capacidad de juego, que implica la metáfora, el pasaje de lo real al como si de la fantasía. Homo Ludens que le dicen.
En la hegemonía actual del Homo Boludens, esas adquisiciones fundantes pasan inadvertidas. Pienso que el rescate de lo fundante exige detenernos en aquello que la cultura represora petrificó. Lo dicho, dicho está, y a lo hecho, pecho. Pecho perforado y agrietado, sin dudas. No poner las manos en el fuego por nadie es la coartada perfecta para los que cultivan esa forma bizarra de la solidaridad, sororidad y fraternidad que es el pacto mafioso y perverso. Algunos llaman a esto alianzas electorales. Algunas más sacramentales que otras.
Desde ya, hay alianzas para la vida y hay alianzas para la muerte. Alianzas desde el deseo y alianza desde el mandato. No poner las manos en el fuego es una interesante metáfora de que tendremos aliados, quizá ocasionales, pero nunca amigas ni amigos del alma. Como dijo un presidente del imperio exterminador: “los estados unidos no tenemos amigos, tenemos aliados”. En realidad, lo que tienen son cómplices a escala planetaria. El concepto de “amigue” ha sido bastardeado por la cultura represora. Incluye al cómplice, al compinche, al calavera que no chilla. No pocos cuestionan que el padre pueda ser amigo del hijo, a pesar de la sabia advertencia del gaucho Martin Fierro: “un padre que da consejos, más que padre es un amigo”. Lamentablemente, yo puedo dar buenos consejos porque estoy en la edad en que me resulta difícil dar malos ejemplos. Tomo prestada la sutileza de Oscar Wilde. Y uno de esos consejos es que si el pez por la boca muere (muere porque es asesinado) la cultura represora por sus refranes muere (si los usamos para enfrentarla).
No poner las manos en el fuego deviene brutal metáfora del amiguismo, del oportunismo, de la fuga de ideologías, del default político, de la mutación de lo heroico por lo eólico. O sea: los vientos se llevarán las palabras, y más allá de los amores de estudiante, donde hubo una promesa, hoy habrá una traición. O varias. Propongo como un acercamiento a nuestro análisis colectivo de la implicación, un ejercicio de auto conciencia y meditación. Análogo al “conócete a ti mismo”. Platón pone esta frase en boca de Sócrates en su diálogo con Alcibíades, un joven ignorante que aspira a la política. Con ella, trata de recordarle que, antes de ser gobernante y mandar sobre el pueblo, su primera tarea como hombre es gobernarse a sí mismo, y no lo conseguirá si antes no se conoce a sí mismo.
La enmienda que propongo es que ese autoconocimiento sea en un dispositivo grupal. Para tratar de impedir los habituales mecanismos de auto complacencia y auto justificación.
Sentados, pero no en círculo, porque la perfección geométrica es mala consejera, tratar de responder dos preguntas fundantes: 1) ¿por quién pondría las manos en el fuego? 2) ¿Quien piensa que pondría sus manos en el fuego por usted?.
El fuego es capaz de cocinar la comida, pero también de cocinar las ideas. La fidelidad que tienen los niños y niñas entre sí, se va diluyendo cuando los registros de la cooperación y la competencia son subordinados a los de la rivalidad. Que no es ley de la selva, sino por el contrario la ley de la cultura represora. El intento de respuesta a las preguntas planteadas, nos orientará en qué medida somos portadores sanos o enfermos de la cultura represora que pretendemos combatir.
Edición: 3958
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