Las leyes, los números ausentes y las palabras

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Por Carlos del Frade

(APe).- Una de las palabras menos pronunciada en el Congreso de la Nación durante 2012 fue el vocablo niño.

Una señal.

Quizás por eso no hay cifras oficiales de la cantidad de pibas y pibes trabajadores en la Argentina del tercer milenio.

Algunos dicen un millón y medio, otros sostienen que la mitad.

Lo cierto que en los últimos días el senado de la nación convirtió en ley un mayor castigo para los que explotan chicas y chicos en la geografía del país que alguna vez se ufanó de ser el sitio donde los únicos privilegiados, justamente, eran los pibes.

No hay datos pero si hay palabras escritas.

Pensamientos y emociones de chicos a los que les arrancaron la infancia a fuerza de necesidad en tres décadas de democracia.

“Soy lo que soy pero con gran dignidad…

Muchos dicen que soy bruto, otros con gran desprecio me llaman negro campesino, otros me juzgan sin razón, me tratan de ladrón porque me ven vestido humildemente, ni qué hablar cuando paso al lado de ellos: me miran de arriba abajo; si les rozo sin querer se limpian la ropa de tal forma como si les subieran las pulgas, más qué le vamos a hacer…yo trabajo en el campo, cosecho algodón y deschalo caña, trabajo en las carpidas y cuando no hay estos trabajos me lleva el patrón a curar vacas, vacunar algún ternero, arreglar el alambrado, cambiar algunos postes…qué hermosa es la vida del campo…siempre hay algo por hacer. Es cierto. No tengo luz eléctrica ni cloaca. Mucho menos asfalto pero qué hermoso es cuando al final del día regreso para mi rancho, con un par de rayones en el cuerpo, cosa común en el trabajo, la pava en el fuego, el mate preparado y miles de anécdotas por contar mientras espero la cena que se está cocinando en una olla de tres patas, herencia de una abuela…y ni qué hablar de los chicos…es tan hermoso verlos jugar, eso siento. No tienen computadoras, ni qué hablar del televisor, no conocen el celular pero eso no les importa, solo quieren jugar a la pelota, la bolita y las niñas a la rayuela, a la maestra, a la mamá. Sus juguetes son de barro, fabricados por ellos mismos. Qué hermosa es esta vida. Si hasta yo juego con ellos como un niño dejando de lado el cansancio de la dura jornada…Es cierto, tengo miles de carencias, mi único lujo es mi familiar, mi gran felicidad son mis hijos…es cierto, vivo humildemente, más soy lo que soy pero con gran dignidad”, escribió César, anónimo valiente que ni siquiera entra en las estadísticas oficiales de la democracia argentina.
César va a cumplir los años de la democracia argentina, 30, y no ha hecho otra cosa que no sea trabajar desde muy chiquito en el norte profundo santafesino, allí donde todavía están impunes los saqueos cometidos por los lejanos dueños de La Forestal y los beneficiados del robo del ferrocarril.

Fue zafrero de la caña de azúcar cuando las plantas superaban su propia estatura, cosechero de algodón, cortador de pastos ajenos y busca permanente de algún presente mejor como le prometían en la escuela rural “Martín Fierro” de Villa Ocampo.

En estas horas donde se acaba de promulgar una ley contra el trabajo infantil sería bueno preguntarse quiénes indemnizarán a pibes como César.

Él escribió durante años a la luz tenue de una vela porque hasta hace poco no tenía luz eléctrica en su casa.

Dice el pibe zafrero que cuando el hombre está triste “la mente calla y el alma habla”.
Eso dice César, uno de los tantos muchachos del norte profundo santafesino a los que la democracia todavía no alcanzó.

Porque aún allí en esa estragada geografía argentina, César sabe que tiene sentido soñar, escribir y pelear por lo que uno quiere.

Fuente de datos:
Revista “El Parlamentario”, marzo de 2013 - Entrevistas a César Godoy del autor de esta crónica.

Edición: 2414


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