Las garras de los Reyes Magos

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Por Miguel A. Semán

(APe).- Hoy los pibes son la moneda de intercambio en el mercado de la venganza. En Rosario las bandas de narcotraficantes se tiran con adolescentes empapados en nafta, calcinados y acribillados, y “las fuerzas del orden” van de una esquina a otra tapando cuerpos, como si su función fuera cuidar nuestros ojos y no nuestras vidas. Guardianes de las formas que no deben salir a la luz.

Por ejemplo: La cara de la chica de 19 años quemada en un descampado. La que trabajaba en un bunker y una banda contraria se llevó. La bañaron en nafta y le prendieron fuego para marcar con su cuerpo una frontera. O el último gesto del chico de 14 quemado en el barrio Santa Lucía. Uno de los tantos que ahora llaman soldaditos.
Apenas dos de los más de 60 menores ejecutados en los diez primeros meses de 2013.
Por ejemplo: Los tres compañeros de 21, 17 y 19 años, militantes sociales de Villa Moreno, asesinados, por uno de esos “errores infalibles” de las mafias, en la madrugada del 1º de enero de 2012. Buscaban a otros pero los encontraron a ellos: Patóm, Jere y El Mono, tres pibes que laburaban en los barrios para sacar a otros pibes de la droga y la niebla.
Por ejemplo: Los 41 muertos de los primeros 43 días del año que corre.
En la tierra del abandono el paco se convirtió en el más eficiente y despiadado selector social. Ya no sólo dinamita infancias. Los que consiguen salvar las suyas las encierran en un bunker donde durante 12 horas y entregan droga, sin que nadie los mire a los ojos, a través de un agujero. Otros, se convierten en soldaditos de una guerra en la que nunca nadie les cubrirá la espalda.
Los capos del negocio, narcos, policías, políticos cuentan dólares y muertes y hasta se dan el lujo extraño de regalarles comida a los pobres. Cada agujero en la pared les deja de diez mil a veinte mil pesos por día y un soldadito les cuesta tres o cuatro mil por mes, descontada la droga que se llevan encima.
Mientras tanto, nuestros gobernantes, todas las mañanas, hablan de bueyes perdidos y miran la sangre que corre por el cordón de la vereda como si fuera agua sucia. Como si la ausencia del Estado, deliberada y homicida, no hubiese convertido a los narcos en los Reyes Magos de la nueva miseria. Última esperanza de las infancias más cortas del mundo.
Mi padre decía que aunque él dejaba sus zapatillas rotas, algo de pasto y un poco de agua, los reyes siempre pasaban de largo por la puerta del rancho. A él le tocó ser un pibe de la década infame. Demasiado pobre y demasiado lejos. ¿Cómo se hace hoy, para ser un pibe pobre y no caer en las garras de los Reyes Magos?

Edición: 2633


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