Imágenes de la ruralidad desierta

Las escuelas que vació el modelo productivo

El trabajo fotográfico a pulmón de dos docentes santafesinas jubiladas está construyendo la radiografía de las escuelas rurales cerradas. Consecuencia clara del modelo productivo, se toparon hasta ahora con 36 establecimientos en esa situación. Una historia que arrancó en los 80 y se acentuó en los últimos 20 años. 

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Por Claudia Rafael

Fotos: Alejandra Morzán

(APe).- A pulmón, contracorriente, dos docentes santafesinas jubiladas empezaron hace un año y medio un proyecto que busca desnudar que otra ruralidad es posible. Cámara fotográfica en mano, en sus propios autos se lanzaron a los caminos de tierra a recorrer el norte de su provincia para registrar las escuelas rurales cerradas. En ese lapso, se toparon con 36 establecimientos educativos abandonados. Parte de las 100 que dejaron de funcionar a lo largo de la última década en la provincia de un total de 1274 escuelas rurales. Despoblamiento, migraciones internas. Pero la raíz de fondo hay que bucearla en el modelo productivo que modificó los modos de vivir de una sociedad que tuvo sus semillas en los 80 pero que se intensificó en los últimos 20 a 30 años.

Una realidad común a otras provincias. En Entre Ríos, por caso, fueron 103. Pero no hay registros oficiales. Cada estadística surge del trabajo de hormiga de comunes mortales que se niegan a que esas radiografías sociales se hundan en el olvido. Sin que nadie se detenga en ellas. Sin que nadie las mire y busque armar, a contramano de la historia, un rumbo transformador.

Por eso es que estas dos docentes, Alejandra Morzán y Edidt Goldaraz (“en Reconquista somos muchas las mujeres con el nombre Edidt escrito así. Cuestión del juez de paz habrá sido”, cuenta). Alejandra vive en Avellaneda y cruzando el puente, en Reconquista, Edidt. Ambas se cruzaron por el amor a la fotografía después de la jubilación y en abril de 2023 arrancaron con este proyecto al que hoy, con la suma de algunos jóvenes, llamaron Atrapasueños rurales. Al principio fue un trabajo de características estéticas. Después, se zambulleron en una realidad que –claramente a sus ojos- mostraba en la ruralidad educativa los efectos de un modelo productivo devorador. Tal vez por eso, por esa conciencia, es que en el Instagram del grupo reproducen aquellas viejas palabras de Tejada Gómez: “Es honra de los hombres proteger lo que crece, evitar que naufrague su corazón de barco, su increíble aventura de pan y chocolate”.

“La bomba, el aljibe, el sello de madera, el pizarrón negro son vistos por algunos como cosa de un pasado remoto”, cuenta Edidt que recogen en las charlas. Y Alejandra agrega que “fuimos descubriendo que la biodiversidad en la escuela abandonada se encargó por sí sola de recuperar el lugar perdido. Y por eso fuimos entendiendo también que las escuelas rurales son sitios de memoria. Porque allí transcurrieron historias humanas pero también porque la tierra misma tiene memoria y se encarga de volver la vegetación a su lugar”.

En este largo camino emprendido “nos encontramos con escuelas centenarias cerradas, muchas eran escuelas Lainez[1], que habían estado en lugares que hasta mitad del siglo pasado eran considerados zonas productivas muy dinámicas. Y, sobre todo, nos encontramos con el campo sin personas. Nos ha pasado, cuando estábamos buscando alguna posible escuela, de decir ´vamos a ver si encontramos un humano para preguntarle´. Pero no, demasiadas veces no hay un alma”.

El grueso de las escuelas cerradas pasó a ser primero un Centro Educativo Radial (CER). Se trata de establecimientos que, cuando tienen menos de 13 alumnos pasan a depender de la escuela más cercana. Y, la mayor parte, estaba ubicada en zonas de población dispersa. “Hasta ahora, hemos abarcado cerca del 60 % del norte de Santa Fe y llevamos fotografiadas 36 escuelas rurales cerradas. Y tenemos identificadas alrededor de 50 más en esta zona, en ese 40 % de territorio que nos queda por recorrer”.

Cada fotografía va desnudando el olvido del tiempo. Papeles y libros dispersos. Pizarrones de madera sin rastros de letras o números y con las pinceladas que dejan los años. Algún cuadro de Sarmiento hundido en el deterioro. Las hamacas que se mueven como fantasmas con el soplido del viento que las hace bailar entre los pastizales.

Edidt describe los cambios que el pasar del tiempo, la economía y los impactos culturales fueron modificando en las constituciones familiares. “Antes eran familias numerosas con más de siete hijos. Y hoy ya no es así. Uno, dos y no más”.

El tiempo no para. En el último año supieron del cierre de otras tres escuelas. Y alguna más cerró en los últimos meses. Les ocurrió que en el camino hacia otro establecimiento, las frenaron maestras que les contaron que ya les quedaba un solo alumno en 7° grado. Es decir, la espada de Damocles ya pendía sobre ellos. “Entonces la fotografiamos porque pensábamos que en breve cerraría. Y así fue”, cuenta Alejandra. Convencida de que “lo que vemos es que documentar esto permite visualizar un proceso que no está puesto sobre la mesa. Ni está visto siquiera. No hay idea de la magnitud del proceso. Esto para nosotras evidencia la cuestión de los modelos productivos vigentes”.

Ese proceso –coinciden ambas- permite visualizar que “los niños fumigados, las escuelas, los maestros y las familias fumigadas forman otra cara de lo mismo. Pero, además, creemos que muchos de estos establecimientos y predios están en condiciones de ser reutilizados con otros fines sociales y culturales del mismo modo que ocurrió con las estaciones de trenes abandonadas. Y por eso nos surgió como definición que las escuelas no están en el territorio sino que construyen territorio. Pensar que cuando una escuela se cierra no necesariamente significa la muerte de la educación rural. Sino que puede seguir existiendo de otras maneras”.

En algunos casos, se toparon con escuelas rurales cerradas vandalizadas, desmanteladas, sin puertas, ventanas o ladrillos. Otras, con familias viviendo allí. Algunas, con la canchita de fútbol utilizada para el juego de niños cercanos. Con algún aula usada en ocasiones por la comisión vecinal de la zona. Realidades que las impulsan a soñar con que es imperiosa su transformación y reutilización. “Porque un edificio de tantos años abandonado no sólo se llena de telarañas sino que se cae”.

De las 36 escuelas fotografiadas hay 10 ocupadas por particulares. Otras 23 abandonadas aunque tres de ellas fueron ocupadas por instituciones; siete con posibilidades arquitectónicas de recuperación. Y solamente tres están siendo usadas con fines sociales. Una de ellas, a cargo de dos docentes que encararon el proyecto CER o no CER, desde el que proponen actividades y talleres a estudiantes o alumnos de otras zonas.

El despoblamiento y la migración derivaron en el cierre que se sustanció sobre todo en las zonas agrícolas. “Ratificamos así nuestra hipótesis de que la raíz de fondo es el modelo productivo”, concluye Alejandra. “Es la zona en la que avanzó la soja y la tecnificación, el uso de agroquímicos, maquinarias, arrendamientos de campos, grandes extensiones de campo cuyos dueños no viven allí”.

Recorrer el transcurso vital de esas escuelas centenarias permite entrever la historia misma del país. Desde los tiempos fundacionales, con pequeñas parcelas trabajadas por manos campesinas a este presente de grandes extensiones y pocos dueños. Desde aquellos días en que “quienes trabajaban la tierra eran peones que se movían según las cuestiones estacionales. Llegaban desde Chaco o Corrientes, para el cultivo del algodón, del maíz, de la caña…”

Los años 90 permitieron la explosión sojera y del monocultivo. La migración obligada de campesinos sin tierra ni trabajo hacia los conurbanos. La fumigación exacerbada con su impacto en la salud y en los modos de producción. Un círculo que aún no alcanza las conciencias de los protagonistas directos. Alejandra analiza que “en general, la docencia y los pobladores sienten eso de la nostalgia de un tiempo pasado mejor pero no así la conciencia de que esto es producto de un modelo productivo. No encontramos hasta ahora en ningún caso, que alguien pusiera en palabras ese análisis. Por eso creo que es necesario unir proyectos como el nuestro con los de muchos otros espacios para procesar colectivamente esa reflexión. Hoy es como si por un lado estuvieran las fumigaciones y por otro, las escuelas que cierran. Como realidades que no tienen nada que ver unas con otras”.

Aquí se sueña, dice la inscripción en una de las imágenes captadas por Alejandra y Edidt en una vieja escuela rural hundida en el olvido. Alguna vez, entre las campanadas que ya no suenan, allí se soñó como es imprescindible volver a soñar con otra historia y otra humanidad. Quizás asomando al espejo que la vegetación fue mostrando cuando volvieron las plantas, los yuyos y el bicherío en un estallido de biodiversidad. Tal vez porque se trate, como decía Tejada, de proteger lo que crece, evitar que naufrague su corazón de barco.


[1] Se trata de las escuelas primarias creadas en las provincias por el Estado nacional a partir de una ley propuesta por el diputado Manuel Lainez en 1905.


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