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Por Claudia Rafael
(APe).- La escena de pugilato banal entre Carrió y Stolbizer es lo que pasó a la breve historia mediática. Adornada con el portazo final de la voluble Carrió. El instante en que se produce la puja para discutir sobre la donación de alimentos en el Congreso de la Nación es el símbolo de qué mirada tiene el poder político sobre el hambre. Que pretende librar de responsabilidad a los empresarios donantes sobre los efectos de un alimento entregado en mal estado.
Con gritos histriónicamente virulentos se pincela la mirada que tienen sobre los niños y niñas que deambulan por las ciudades. Esos niños y niñas que se anestesian bajo un puente, que revuelven con sus manitas ajadas los basurales, que calman el aullido de sus estómagos con placebos que ya no engañan a sus cuerpos.
Los niños y niñas no caben en una estadística. Sus cuerpos magros, delicados o bien excedidos en grasas (porque las harinas suelen ser el pasaporte más eficaz e instantáneo) no pertenecen al universo de las cifras. Porque tienen nombres. Tienen dolores. Enferman. Repiten o se van desgranando de los edificios escolares.
El hambre no figura en las agendas del poder. Es apenas un simulacro vano. Un hacer como si. Porque el hambre –que sólo se cuela en las grietas de esas agendas para hablar de sobrantes que humillan- aniquila el prodigio de la vida, como dijo y repitió hasta el hartazgo el Movimiento Chicos del Pueblo.
Las escenas legislativas sobre lo que sobra a los poderosos, las fechas de vencimiento y las acusaciones de mayor o menor estupidez entre quienes se arrogan representaciones ultrajantes constituye una pintura atroz de un pacto social que sólo busca disciplinamientos, a costa de mantener perfectamente dividida la frontera que demarca los territorios de la inequidad.
No existe modo alguno de indultar de responsabilidades a los que con un lápiz afinado condenan a una porción cada vez más vasta de nuestros niños y niñas (porque la infancia no es propiedad privada) al hambre a perpetuidad. No puede haber amnistía para quienes deciden el crimen del hambre. Que es crimen porque es el resultado de un diseño atroz, que no cesa con una montaña de harinas y polentas ni con las migajas que derrama la mesa obscena de los dueños de las vidas y las muertes. No cesa con la banalidad del falso bien que denigra y que amansa.
Y que vacía de porvenir cuando el silencio colectivo marchita la tierra y baldía la esperanza.
Edición: 3481
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