Las calles contra el oscurantismo

Fueron mareas en las calles. Desde Jujuy a Tierra del Fuego. Se gritó rebeldía con la convicción de que la educación es uno de los pilares más excelsos de la humanidad. Hoy se empieza por las universidades, cumbre donde llega un porcentaje pequeño de la población. Y van por la escuela. Raída y que tantas veces no es transformadora. Pero van por ella.

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Por Silvana Melo y Claudia Rafael

(APe).- Desde Jujuy a Tierra del Fuego, se llenaron las calles. Fue por las aulas pero fue por todo. El primer límite de plena transparencia ante aquello con lo que no se juega. Y que se extenderá, más temprano que tarde, a los bordes de la vida. Al hambre y al abandono.

Y fueron mareas en las calles. En el exacto lugar donde el no adquiere la potencia de transformar lo que se visualiza como imposible. ¿Basta la marcha de ayer para torcer el rumbo obtuso de quienes creen que todo se compra por dos pesos? ¿De quienes defienden una libertad absurda que se posiciona exactamente en las antípodas de la libertad con mayúsculas? Seguramente, no. Pero hay un problema de base que pasa por la definición de libertad. La de quienes creen que se es libre cuando todo tiene precio, cuando livianamente se recorta aquí y allá sin miramientos ni empatía, cuando se pierde la dimensión colectiva para ensalzar la individual como meta absoluta. Y, del otro lado, como un contrapeso esencial en la vida de la sociedad la de quienes están convencidos –con todos los matices, con toda la multiplicidad de colores y variaciones- de que hay un límite claro: hay consensos que son intocables. Hay acuerdos que no pueden ser torcidos y que tienen que ver con la gratuidad de la educación.

Van por la escuela. Aunque denigrada, raída, aunque no enamore, aunque tantas veces enseñe apenas y a penas, aunque tantas veces no se comprometa. Aunque no cambie las vidas de los chicos más frágiles, que son cada vez más. Pero que todavía se mantiene en pie. Gratuita todo lo que puede. Libre todo lo que puede. Pública hasta donde la dejan. Ahora, abiertamente, van por ella. Por su gratuidad, por su libertad –la que no es de mercado-, por la apertura que le queda donde pueden entrar todos.

El superávit va por lo que sobra. Y la educación gratuita sobra. Se empieza por lo de más arriba. Por las universidades, cumbre donde llega un porcentaje pequeño de la población. El que pudo pasar por los filtros de la primaria, la secundaria, el desempleo, la pobreza y la ausencia de promoción social. En una sociedad donde ya los hijos no vivirán mejor que sus padres. Pero las universidades están llenas de graduados hijos de obreros. De graduados de primera generación. De graduados que cursaron muchos años no por vagos sino porque trabajaron para bancarse la carrera. Y pretenden que sus hijos se gradúen. A pesar de ser sólo #deficit en la planilla de Excel de los funcionarios. Y por eso salieron a la calle. Porque anda el futuro quebrándose como un cristal y de repente se vio. Se vio delante de todos y se vio la escuela, desde primero, como el espejo de la caída de un país golpeado desde la dictadura, la escuela utilizada como instrumento para disciplinar, para modelar niños como adultos para la obediencia, una escuela que replica para el sistema.

Esta escuela recibe, de cada diez niños, siete pobres. Y no logra torcer el destino de esos siete. Es ésta la oportunidad de ir por más: de salvarla del naufragio y de devolverle su potencia transformadora.

Porque la gran marea que ayer copó las calles de las grandes ciudades del país gritó rebeldías y sostuvo la convicción de que la educación es uno de los pilares más excelsos de la humanidad. Ese pilar que no puede ser avasallado por quienes, desde sus propias cumbres –lejanas al sufrimiento, ajenas al sacrificio de quienes multiplican sus horas para aprender y enseñar- determinan cuánto tajean aquí y cuánto recortan allá. De quienes, desde sus propios pedestales buscan cercenar todo aquello que debe ser intocable.

Decíamos desde esta agencia hace apenas unos días que hay una “sed de transformación que ha atravesado a la misma historia de la humanidad. Tan en las antípodas de los tiempos actuales en los que las críticas a la educación están arraigadas en el oscurantismo. No para abrazar el criticismo y la formación de niñas y niños como sujetos políticos capaces de cuestionar y de incidir en la determinación de su propio destino sino más bien en anular definitivamente toda capacidad de pensamiento”.

La respuesta a ese oscurantismo de los que hacen de la denigración constante, de la amputación del pensamiento y de la burla de las construcciones colectivas su estandarte fue de una masividad sublime para una época de individualismo feroz. Y eso constituye, en tiempos de retracción y desaliento, una potente señal de esperanza.


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