La vida y el sueño de César

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Por Carlos del Frade

(APe).- -El que tenga una madre, por favor cuídela… Así decía la poesía que César Godoy, de apenas trece años, le leyó al periodista sentado en una silla de la escuela rural “Martín Fierro”, en Villa Ocampo, departamento General Obligado, norte profundo santafesino. Eran los finales de los años noventa y el pibe soñaba con ser poeta.

Le dolía la espalda porque desde chiquito recogía algodón con la bolsa entre las piernas y luego empezó a chalar la caña de azúcar en la todavía, en aquel entonces, cuenca cañera santafesina. Le pagaban monedas. Pero ahí estaba César, diciendo que una amiga le regaló, antes de irse a Buenos Aires, un libro de un tal Neruda. Parecía una invención pero era nada más y nada menos que la increíble realidad, la misma que es capaz de ofrecer momentos únicos e irrepetibles de poética existencial.

El cronista contó cientos de veces la historia de César y diez años después otro trabajador de prensa con una gran sensibilidad produjo un vídeo de media hora contando la insistencia de César y el reencuentro con aquella persona que le puso un grabador.

El muchacho seguía trabajando en changas y no le sobraba nada y hasta había empezado a denunciar la discriminación que sufría por ser un empobrecido más.

Pero por las noches, a pesar de décadas de democracia, César escribía poesías a la luz de las velas porque la electricidad no había llegado hasta el barrio EFA, allí en Villa Ocampo.

Su papá le tiraba la bronca porque gastaba velas para escribir.

De changa en changa pasaron los años.

El primer cronista siempre lo recordaba. Lo había impactado esa fenomenal tozudez para defender su sueño de ser poeta.

Pensaba en el por qué tanta gente con mayores herramientas materiales y simbólicas como César se resignaba tan rápido y él, sin embargo, porfiadamente, seguía escribiendo y defendiendo su sueño.

La sangre del cosmos, el tiempo, continuó con su rutina.

Fue a principios de abril de 2021, en medio de la pandemia y su cruel negocio de las multinacionales de las vacunas que exhibe impúdicamente la ferocidad del capitalismo, César le mandó un mensajito.

Lo invitó a la presentación de su primer libro, “Laberinto”.

La provincia de Santa Fe es enorme.

El colectivo que une Rosario con Villa Ocampo demora ocho horas. Fue un viernes de lluvia desconsolada sobre la mayor parte del territorio desmesurado.

Pero apenas unos minutos después de las ocho de la tarde, en medio de un jardín que oficiaba de hermoso y natural escenario y platea, César, de impecable saco y camisa, lo recibió con aquella sonrisa que conoció en la escuela rural.

Le presentó a parte de su familia y le entregó en una bolsita un par de ejemplares de su libro.

El viejo periodista le preguntó cómo le había ido con el amor en tantos años y él le dijo, sin abandonar un solo segundo su sonrisa invencible, que se había encontrado con la rubia más linda del universo con la que tuvo una nena. El tipo se alegró pero le duró poco. Cuando repreguntó por las chicas de la vida de César, él respondió que ambas estaban muertas.

-Hoy es una de las noches más hermosas de mi vida, Don Carlos…- le repitió varias veces.

La locutora, en un juego del universo, eligió leer aquella poesía que César le recitara al añejo cronista de rebeldías, broncas y principios errantes.

Hubo emociones, aplausos y pedidos para que la gente comprara el libro.

César se quedó con su sonrisa, una carta que le mandó la seño Norita, la primera que le insistió en defender siempre sus sueños y hasta un muchacho cantó maravillosamente una zamba bella y simple.

El viento anunciaba que el aguacero andaba cerca.

El cronista, cosido de impotencias, olvidos y fracasos, supo una vez más que la vida de César sería la mejor síntesis de la obstinada esperanza de los más humildes, de los sencillos.

Que esas historias existen y son muchas, muchísimas.

Que no se conocen porque el sistema se esmera en mostrarnos siempre lo malo, contagia pesimismo y resignación para que nadie se atreva a soñar con transformar la realidad.

Pero ahí está César, para demostrar que tiene sentido pelear por los sueños, que no es ningún negocio resignarse antes de tiempo.

A veces el universo regala la contundencia de una revelación: los ninguneados también ganan y disfrutan de la existencia cuando son capaces, como César, de defender sus sueños.

Y hay millones como él.

Las estrellas son testigos.

Las palabras escritas a la luz de las velas son la prueba.

Edición: 4302

 


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