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Se cumplieron 25 años de la denuncia de la CTA ante el juez Baltazar Garzón por el genocidio en la Argentina. Alberto Morlachetti tuvo un rol preponderante. Darío Cid se pregunta hoy por quién vamos a marchar.
Por Darío Cid
(APe).- Cada mañana, Las madres dejan a sus hijos e hijas en Casa de los Niños. Son 247 niños y niñas allí. Luego del desayuno, los pequeños que empiezan a deambular sobre sus dos piernas se quedan allí y los más grandes junto a sus educadores caminamos cinco cuadras hasta el hogar Pelota de Trapo donde Norma los espera con la mejor de las comidas, con la ternura del pan... con la música y los juegos...
En el camino, cortamos las calles junto con Coco, Candela y Moro que son los perros que nos acompañan. Cuando pasan los autos, los niños y niñas se ponen en el cordón de la vereda y les gritan ¡¡bocina, bocina!! Y cuando los autos tocan la bocina, los chicos saltan y gritan como si fuera un gol...
Cada mañana, es inevitable sentir que estamos marchando por la misma razón y contra la misma razón. Como lo hicimos, recorriendo nuestro país, a través de la geografía del hambre... Gritando “El hambre es un crimen, ni un pibe menos”. Y cada mañana son los mismos sentimientos encontrados, que no los voy a decir aquí, porque no voy a hacer catarsis, pero estoy seguro de que quienes leen deben tener esos mismos sentimientos encontrados en este momento.
Cada niño que nace, debería ser un advenimiento, una navidad, una celebración de la vida sobre la muerte...
Alberto (Morlachetti) decía que cada niño, que cada niña, es una pieza única e irrepetible del rompecabezas de la condición humana de un país y que su ausencia nos empobrece, no nos hace mejores, nos mutila. Nos falta para siempre...
Alguien decía: Se necesitan niños para amanecer.
Don Gregorio, el viejo maestro de la película “La lengua de las mariposas” decía: denme una generación, sólo una, de niños libres y yo les daré una sociedad nueva.
La dictadura militar, a partir de 1976 puso en marcha un plan sistemático destinado a desaparecer el aparato productivo de nuestro país, para desaparecer el trabajo (no es casual el uso de esta palabra) y enviar a millones de argentinos a habitar las cárceles a cielo abierto en las periferias de nuestras ciudades. Un plan destinado a desaparecer a nuestros queridos compañeros que trabajaban para construir una nueva sociabilidad humana cargada de dignidad. Pero no sólo a ellos desaparecieron, sino también a sus hijos porque no debía quedar la semilla, ni un sólo rastro de sus sueños, ni un solo rastro de la utopía colectiva... para que no vuelvan a crecer.
A los bebés los entregaban a familias de los apropiadores u otras familias en adopciones ilegales. Y otros más fueron ocultados en los institutos de menores. Sus expedientes NN tenían carpetas de color verde, diferentes al color del resto de los niños y niñas internados allí. Siempre pensé, cuando me lo contó Alberto, que el color de las carpetas era para representar la esperanza, es decir, querían desaparecer nuestra esperanza.
Ahora bien, de qué nos sirve el pasado si no nos habla en el presente. Es más, hoy el pasado se hizo presente.
A 40 años de democracia, estamos parados exactamente en la utopía contraria.
En Argentina existen 4.228 cárceles a cielo abierto, que en conjunto ocupan un total de 330 kilómetros cuadrados, una extensión mayor que toda la ciudad de Buenos Aires, donde se nace y se muere de cualquier manera, en suelos contaminados, viviendas precarias, muchas sin agua ni cloacas, donde nuestros trabajadores y trabajadoras han sido condenados a vivir sin trabajo y les introdujeron la droga para exterminarlos definitivamente.
De eso nos cuenta la historia muy bien nuestro periodista y compañero Carlos del Frade.
Siete de cada 10 niños y niñas están en la pobreza en el conurbano bonaerense; el 50 por ciento en todo el país, la mitad de nuestra infancia, la mitad de nuestros hijos, están afuera de los intercambios sociales necesarios para su desarrollo pleno. Se les ha robado la ternura, les han quitado el brillo de sus miradas. Las razones por las que la dictadura hizo lo que hizo, están presentes.
Entonces yo me pregunto honestamente, con un poco de angustia, de dolor y bronca.
En las puertas de otro 24 de marzo, a 40 años de democracia me pregunto por quiénes doblan las campanas, por quiénes vamos a levantar nuestras banderas, por quiénes vamos a marchar.
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Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.
Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte