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Por Carlos Del Frade
(APe).- -Un hombre viene y me ofrece pasarla mejor pasándome vodka y drogas. Que las lleve en la mochila. Que así la voy a pasar mejor. Le digo que no…y ahora tengo miedo porque a ese señor lo veo todos los días por el pueblo – dice la estudiante de cuarto año que se negó a ser usada para algo más que la despedida que todos los años le ofrecen las pibas y los pibes de cuarto año a los de quinto en lo que se conoce como la fiesta del parque en la localidad de San Guillermo, noroeste de la provincia de Santa Fe.
Horas antes, un pibe que no llega a los diecisiete, denuncia que su padre que lo abandonó cuando era muy chico es hoy uno de los principales narcos muy cerca de Suardi, también en esa región santafesina. El muchacho no aguanta el dolor que surge del fondo mismo donde se originan las palabras y estalla en lágrimas.
En Colonia Vignaud, una localidad cordobesa del noreste, con menos de mil habitantes, ya hay vendedores permanentes de cocaína. Pero también existe una postal de la historia de la esperanza. Se llama Mauro Gallo y fue adicto durante doce años. Primero fue consumidor consumido del alcohol y después de la cocaína. Tres veces intentó suicidarse y después el último, pidió ayuda y una de sus hermanas estuvo allí, justo donde y cuando más lo necesitaba. Ahora Mauro corre maratones y las gana. El atletismo le dio un sentido nuevo a su vida y lleva sus charlas a los distintos lugares donde las pibas y los pibes lo escuchan con atención y le preguntan cuestiones íntimas y sociales. “De perdedor a ganador”, le pusieron en las propagandas que lo presentaban en las distintas localidades que pululan en esa región de la triple frontera cercana: donde se encuentran Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero.
-Zona de narcotráfico, contrabando, abigeato, cocinas, policías corruptos y trata de personas – sintetiza el periodista Miguel Peiretti, uno de los que más conoce sobre estos temas en esa región donde los homicidios y el consumo de sustancias ilegales empiezan a ser la principal preocupación de padres, madres y docentes.
“Los chicos no manejan las mafias”, dice otro de los asistentes de esas charlas debate que suelen convertirse en un canal de denuncias indispensables para esas comunidades pequeñas que conocen muy bien los límites de la valentía de sus principales funcionarios al mismo tiempo que se van animando a generar acciones conjuntas para luchar contra policías corruptos que, generalmente, son los primeros socios del narcotráfico desbocado en distintas geografías de la Argentina.
-Nunca me enseñaron lo que no debía hacer…me disparaba de la escuela…consumí poxiran, nafta, vino con pastillas, porros, merca, paco…no ves nada ni te importa. No volví a robar. Ahora estoy en una iglesia y hacer algunos meses que no consumo nada. Les fui a pedir disculpas a los que les robé…la misma policía te ofrece cosas… Mi familia me corre y entonces me voy llorando – confiesa Alejandro, “el Rapa”, un joven muchacho enfundado en una camiseta del Barcelona y debajo de una gorra con visera mientras se dirige a las pibas y pibes de distintas escuelas secundarias de San Guillermo.
Peiretti propone asambleas intermunicipales, que la gente hable y denuncie y que los funcionarios actúen. Que por abajo se encuentran las soluciones. Que no vienen de arriba. Y que se puede, de abajo, se puede.
En esa región de la triple frontera que dibujan los perfiles de Santa Fe, Córdoba y Santiago del Estero, mientras el nacotráfico avanza con complicidades políticas, judiciales, empresariales y policiales, las pibas y los pibes empiezan a hablar en voz alta porque no quieren ser manejados por los hilos de unos pocos. La palabra, públicamente expuesta, es la primera demostración de rebeldía y esperanza.
Fuentes: Entrevistas a Mauro Gallo, Miguel Peiretti y decenas de asistentes a las charlas realizadas en Colonia Vignaud, San Guillermo, Suardi y Morteros, entre los días 20 y 21 de noviembre de 2014.
Edición: 2823
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