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Seguimos hablando de “democracia”, quizá porque nos acostumbramos a sufrir de reminiscencias. En el mejor de los casos, que es igual al peor de los casos, lo que llamamos democracia es apenas una tregua entre masacres y guerras de exterminio.
Por Alfredo Grande
(APe).- En 2012 se estrenó la película Los Juegos del Hambre. La política ficción cada vez es menos ficción. Yo diría que es cine de anticipación. Si quedara duda, se puede volver a ver “12 monos”, del 1995. Es la crónica de una pandemia anunciada. La anticipación es detestada por la cultura represora. Lo preventivo, lo anticipatorio, lo profético, son sistemáticos descalificados en el culto a la realidad, a la razonabilidad, a lo políticamente correcto. La única anticipación tolerada, del tipo “estamos mal, pero vamos bien”, es la que impone como agenda la propia cultura represora. Una distracción permanente.
Maniobras de camuflaje, lamentablemente siempre eficaces. Ahora mal: ¿Qué es lo que se pretende disfrazar? A mi criterio, se disfraza que en el orden trasnacional de lo que alguna vez Gregorio Baremblitt denominara “el capitalismo mundial integrado”, la paz no es una opción. Lo digo de otra manera: la paz no es negocio.
Carlos del Frade lo dice con su habitual contundencia: semejante crecimiento del negocio de las armas supone que habrá más muertes en el tercer mundo.
Las guerras, todas ellas, desde las más clásicas hasta las declaradas por la inteligencia artificial, son negocios de una escala billonaria. En un trabajo escrito y leído en 1992, hice un análisis de la película Terminator. Fue presentado en un Encuentro de Abuelas de Plaza de Mayo.
Lo recuerdo porque ya en esos tiempos que ahora parecen lejanos, la anticipación de las guerras digitales fue realizada. Parece que pocos quieren oír. Por eso creo que es necesaria una concepción amplificada de la guerra.
La sentencia marcada a fuego por el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, “el hambre es un crimen”, quizá deba actualizarse: “El hambre es una guerra”. Declarada contra las infancias, las adolescencias y las vejeces, para seguir con la nomenclatura de moda. Si el objetivo de la guerra es “neutralizar al activo” como en su lenguaje críptico nos ilustra la CIA, esa neutralización se puede hacer por acción o por omisión. El hambre sería por omisión. Escamotear lo necesario. No solamente comida, sino abrigo, afecto, proyectos, deseos.
Los hambres son demasiados y el objetivo es que en la desesperación que generan, las manipulación de las y los sujetos sea sencilla.
Los hambres son una forma cobarde de reducción a la servidumbre y a la esclavitud. El corazón nunca puede estar contento porque la panza nunca está llena.
En la película citada “Los Juegos del Hambre”, el Capitolio gobierna los distritos de la nación de Panem. Ese gobierno, en realidad, es la administración de la abundancia para el Capitolio y la administración de la atroz escasez para los distritos. No hay lucha de clases porque una de las clases ha sido derrotada y prácticamente exterminada. Las políticas de resistencia han sido reemplazas por políticas de supervivencia. Al menos, el camuflaje de la democracia ha dejado de usarse.
Nosotros seguimos hablando de “democracia”, quizá porque nos acostumbramos a sufrir de reminiscencias. En el mejor de los casos, que es igual al peor de los casos, lo que llamamos democracia es apenas una tregua entre masacres y guerras de exterminio.
El problema es que cada vez la tregua es menor, y la actual situación en Perú es una penosa evidencia.
La cultura represora, en su infinita hipocresía y ostentando el don de la impunidad permanente, ha establecido el Premio Nobel de la Paz. Propongo establecer el Premio In Noble de la Guerra. Lo interesante es que muchos que recibieron el de la Paz, recibirán gustosos el de la Guerra. La batalla cultural necesita de estos gestos, porque toda política de descubrimiento deviene, más tarde o más temprano, política revolucionaria.
Y es urgente para que la única paz posible no sea la de los cementerios.
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