La tierra que se nos estrecha

Palestina, un café, la fiebre amarilla, la Campaña al Desierto y un denominador común: el capital anacrónico que sigue escribiendo las leyes que permiten que los pobres sigan sin tierra y los ricos no vayan presos.
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Por Martina Kaniuka

(APe). “Váyanse de mi barrio, negros de mierda. ¿Saben la diferencia entre ustedes y yo? Yo soy rico, ustedes son unos negros de mierda y la gente rica no va presa. Se van de mi barrio”.

Los gritos se multiplican en “Blanca Café”. Hay un hombre desaforado, señalando su enojo con las banderas que la organización de Judíes por Palestina flamea en la puerta. Es un acto de  “desagravio” señalan: en el mismo local, quisieron echar a dos clientes por portar la kufiya y la bandera.

Hussein, estudiante de medicina palestino, vive en Argentina hace dos años y quiso explicar el motivo de la bandera que sostenía en sus hombros, después de protestar frente a la embajada de Estados Unidos por el genocidio que, junto a Israel, viene llevando a cabo en su tierra. Fue agredido y hostigado por sionistas. Incluso quisieron comprarle algo para que se fuera del local, pero permaneció sentado con un amigo hasta terminar de consumir.

Mi barrio” sigue insultando el energúmeno a quienes no son ricos, son negros de mierda y van presos. “Su barrio”, el mismo que las principales familias ganaderas del país -entre ellas la de los mismísimos Bullrich Luro Pueyrredón- se lotearon después de la epidemia de fiebre amarilla que asoló más de diez mil personas en Buenos Aires.

Y así como “los ricos no van presos”, en ese entonces tampoco morían en condiciones precarias, por no tener acceso a la salud y a condiciones de vida digna. Hacinados, envueltos en sábanas en las esquinas, se amontonaban los cuerpos amarillos de fiebre de los obreros del matadero, las costureras, orilleros, peones, prostitutas, vagos, maleantes, rateritos; todos los que engrosaban la primera línea de explotados o marginados por un capital que cincelaba fronteras a cañonazos en esa nación en la que el proyecto liberal sarmientino completaba la Campaña a esos desiertos no tan desiertos de Roca.

“Su barrio” donde, como ahora, quienes buscaban un lugar donde no volver a verle el rostro a la guerra, eran los señalados como culpables de la catástrofe, la injusticia, la violencia y la muerte.

Hussein tomá el café con su amigo. Aguanta los insultos y resiste. Hussein es palestino y la resistencia es una cuestión de identidad. Entonces -como los inmigrantes que obligaban a salir del conventillo para quemar sus pertenencias- elige el silencio mientras bebe el café y escucha los gritos que mienten que es terrorista, antisemita y que tiene algo que ver con los rehenes.

Ya no intenta explicar que a la tierra en la que nació también, como a ese barrio donde hoy intenta merendar tranquilo, se la han loteado, hace ya más de setenta años. También los cadáveres de sus seres queridos, junto a los de niños, mujeres, trabajadores, agricultores, profesionales, esos por los que fue a ejercer su legítimo derecho a protestar frente a la embajada de ese país que tanto admiran quienes no dejan de gritarle, se arrumban en las esquinas envueltos en las telas mortuorias que Israel les hace llegar adentro de los paquetes de harina que envía vacíos de alimento y llenos de muerte.

No, no tiene sentido dialogar con quienes gritan que son parte de “un pueblo elegido” y ejercen el carnet de élite de dios en cualquier dimensión de la vida cotidiana. No es posible dialogar con quienes se saben impunes, con quienes hablan de leyes y justicia y vitorean, ignorando las denuncias y advertencias de organismos internacionales, el genocidio en curso.

Hussein termina el café y comparte el aprendizaje en sus redes sociales. Ante las agresiones de quienes aplauden, desde Argentina, la ocupación de una tierra en la que no viven y no les pertenece, permanecer y resistir, parece ser la mejor forma de tratar a los sionistas.

Con su amigo, resiste los gritos, y se termina la taza en ese paquete barrio de Buenos Aires con genealogía de ocupación, botas y despojo. Mientras tanto en su tierra natal, un centenar de hombres, mujeres y niños es bombardeado por otro grupo de fanáticos que gritando por “su barrio” y “su tierra”, regará de sangre los escombros.  

Con proyectos que hablan de prohibir la bandera palestina y la adopción de una nueva definición de antisemitismo que incluye al cuestionamiento del Estado de Israel como ocupante, el lobby del sionismo puja en nuestro país para expulsar el ejemplo que germina la criatura ejemplar de la resistencia. Las ocupaciones de los territorios de los pueblos originarios, el RIGI, y la bases de los yanquis y de Israel en Malvinas, la Patagonia y el Litoral, Mekorot gestionando planes de manejo de agua en nuestro país, hacen de Palestina un ejemplo necesario para anticipar la jugada siniestra que hace que cada día la tierra se nos estreche.      


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