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Por Claudia Rafael
(APe).- Vivir y morir por el otro y con el otro como símbolo de un tiempo frente a la crueldad de este presente. El instante exacto en el que la palabra compañero se eleva a la categoría de revolucionaria. Darío protege a Maxi de las balas, de la perversidad, del horror con ese brazo que se levanta y con esa mano que dice no.
Ante la apatía de este tiempo, ante la búsqueda constante de disciplinamiento desde el poder político, ante la brutalidad de los impíos, ante la atrocidad de los uniformes que avanzan a fuerza de escopetazos y represión, la imagen de aquel pibe de 21 años sigue estando en las calles convencido de que la vida debe ser honrada a pura dignidad.
Esa imagen en un andén de pleno conurbano sur es la potencia de la rebeldía hecha bandera entonces y hoy. Aunque los cultores de la desmemoria batallen por el olvido. Aunque los despiadados salgan pertrechados para la guerra contra las piezas de un rompecabezas demasiado roto, aunque la palabra compañero, compañera trate de ser borrada de cada uno de los rincones de esta patria, cum pani, compartir el pan, continúa siendo a pesar de tanto siglo y tanta muerte acumulada la actividad primaria más revolucionaria de la humanidad. Y el abrazo de aquel junio, el sello indeleble de que construir con el otro, de que vivir y morir con el otro, tarde o temprano conduce a la victoria de los pueblos.
Imagen: Florencia Vespignani
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