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Por Virginia Créimer, especial para APe (*)
(APe).- Sólo la punta del iceberg de las lesiones, violaciones y homicidios de mujeres y niños llega a la justicia y muchos menos aún, trascienden a la opinión pública.
La pregunta sobre el origen de estos crímenes aberrantes, puesta al microscopio científico - social, muestra una innumerable red de nuevas preguntas que a veces parecen antagónicas.
¿Ha aumentado la criminalidad contra mujeres y niños o su conocimiento es reflejo del aumento de las denuncias?
Las denuncias ¿aumentan porque han desbordado las fronteras del pacto incomunicable entre abusador y abusado, empujando a este último al abismo de una justicia en la que no cree como último recurso o la violencia es tan inocultable que la justicia queda obligada a hacerla visible?
Lejos de sofisticados análisis filosóficos, la sociedad ha demostrado encontrarse enferma a un grado extremo, sin la más remota intención de tomar conciencia de ello, lo cual la coloca al borde de un suicidio.
Todo indicaría que la sociedad ha encontrado una nueva forma de construcción, la deconstrucción de sí misma. De esta manera, hay hombres que sacrifican hijos para generar dolor insuperable en las madres; otros que violan jóvenes mujeres para marcar en el cuerpo de ellas y de sus esposas el grado más patológico de las celotipias masculinas; otros que se agrupan, golpean y abusan sexualmente de pre-adolescentes poniéndolas al borde de la muerte.
Los relatos son tan estremecedores que superan profundas e intrincadas tragedias grecorromanas.
La violencia se hace "carne" porque ha vuelto a la inmediatez de la agresión del cuerpo contra cuerpo. Ya no busca sofisticadas herramientas para causar daño: "te prendo fuego, te aplasto la cabeza con una pala, te golpeo y te violo como venganza". Podríamos pensar que el mensaje para la vìctima es claro: "tan cerca estoy de vos, que nos podés escapar".
Sabemos que el destinatario es "presa" de estos depredadores por su condición de vulnerable, pero no debemos caer en la trampa de generalizar y atribuir una cuestión de género, grado de culturización o status económico a ello.
La sociedad toda, en su conjunto, está cegada o prefiere estarlo. Tomar conciencia de lo que le está ocurriendo es incompatible con su cosmética demostración de madurez. Reacciona espasmódicamente como para compensar la culpa de no querer saber, porque entonces tendría que enfrentar que la violencia se le ha metido en la sangre y le ha entumecido el corazón; la ha envenenado tan poderosamente que no puede escaparse de ella y sólo se permite un momento de shock cuando esa violencia escala por fuera del rango de acostumbramiento.
Destrozada a golpes y puesta al borde de la muerte por una patota, una niña de trece años nos comprueba el diagnóstico al despertar después de veinte días de coma, cuando ilusamente le prometemos que habrá justicia y los responsables quedarán presos: "No los metan presos… Son mis amigos".
En palabras de Foucault: "...se habrá resituado el juego de la verdad en la red de las coacciones y dominaciones. La verdad... habrá revelado la cara que hace tanto tiempo ha apartado de nosotros y que es la de su violencia."
En definitiva, como a las drogas, la sociedad se ha hecho adicta a la violencia, ha desarrollado tolerancia, dependencia y abstinencia y se desquita contra aquellos que, por ahora, no saben defenderse.
(*) Directora de Coordinación de Institutos de Investigación Criminal y Ciencias Forenses
PROCURACION GENERAL-S.C.J.B.A.
Edición: 2388
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