La resurrección


Por Alberto Morlachetti

(APE).- La multiplicación permanente de personas que ocupan en la sociedad una posición aleatoria, precarios, desocupados -que pesan pero no se sostienen- lleva inevitablemente a su invisibilización. Ya ni la estadística más piadosa los convierte en una cifra que aumente el vientre desmesurado de la pobreza. Para la mayoría, el futuro es una calle cuyo trazado apunta a la extinción.

Los grandes frescos de la historia -ciertos o no- fueron relatos épicos. Hoy las acciones humanas no se inscriben en heroicas rebeliones, sino en vidas menudas y en barrios sin suerte donde los niños caducan inocentes cerca de senos desnutridos: muertes que no quieren ser recogidas ni nombradas por la gloria de la leyenda. Las víctimas acaban de entrar en el límite de su desgracia: Aburren escribía Camus.

El certificado fue emitido por “el hospital Teodoro Shestakow de la ciudad mendocina de San Rafael” el 22 de febrero del año 2002 y consta que Segundo Benero Díaz había muerto por un "hematoma intercerebral" ocurrido el 14 de febrero. La tragedia del hombre, que está desocupado y tiene 49 años con tres hijos y tres nietos sobre sus espaldas, comenzó en junio del mismo año, cuando se presentó a cobrar el plan Jefes de Hogar y le informaron que había fallecido.

Segundo Benero Díaz no estaba enterado de su muerte, aunque recibe duras señales de que está muriendo al estar fuera de los intercambios sociales, buscando -quizás- el misterio pascual de la resurrección. Pasaron tres años y la burocracia -con su fatal manejo de la esperanza- lo tiene fuera del mundo de los vivos. Su no proximidad a las zonas de cohesión social -como las llama Robert Castel- provoca su desafiliación de la vida caracterizada por la ausencia de participación en actividades productivas y el aislamiento relacional, que provoca la exclusión. “El trabajo es más que trabajo: cuando desaparece, corren el riesgo de fracasar los modos de socialización vinculados a él y las formas de integración que él nutre”.

El Código napoleónico de 1810 -que ha dejado en nuestra legislación antiguas heredades- manifiesta que aquellas personas condenadas a errancia eterna o marginados no pueden ser reconocidas “ni pueden hacer certificar sus buenas costumbres y vidas”. Todas las vergüenzas le salpican el rostro a Don Segundo que se encuentra a la intemperie de las relaciones sociales. Sin embargo -como tú como yo- tiene sed insaciable de infinito. Vallejos alienta desde su poesía: Ya va a venir el día, ponte el cuerpo.

Fuente de datos: Diarios La Prensa 31-05-05 y Los Andes On Line Mendoza 31-05-05

 


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